miércoles, 23 de marzo de 2016

Cruzadas

En 1983 Amin Maalouf publicaba un ensayo, Les croisades vues par les arabes, en que analizaba las cruzadas medievales que organizaron los europeos entre 1096 y 1291. Con el objetivo de liberar los Santos Lugares ocupados por los musulmanes, miles de personas de origenes diversos -francos, sajones, lombardos, teutones, aragoneses, entre otros muchos- cruzaron el Mediterráneo y se lanzaron a una guerra que se calificó de santa y que permitiría la inmediata salvación para quienes murieran durante tal empresa. Sin duda, muchos de quienes se incorporaron a esas huestes creían a pies puntillas, tal vez sin haberlo reflexionado demasiado, que cumplían con una misión que les garantizaría dicha salvación. Pero a tenor de las prácticas llevadas a cabo en Tierra Santa, una buena parte de aquella soldadesca tenían otros objetivos no tan nobles. Se llevaron a cabo macabras masacres y el pillaje fue al mismo tiempo un modo de cobrarse tanto sacrificio.

El concepto de Cruzada, de Guerra Santa, con el correspondiente uso de la violencia organizada y su introducción en el sistema jurídico y de valores, incluidos los valores religiosos, cambió en gran medida la sociedad medieval y el cristianismo occidental, no en vano el mismísimo Obispado de Roma, cabeza de la cristiandad, se decía, llamaba a tomar las armas, lo justificaba y de este modo se alejaba a todas luces del mensaje bíblico por medio de las más variadas argumentaciones, que por fortuna no eran compartidas por toda la comunidad cristiana, surgieron voces discordantes que rechazaban esa violencia y cuestionaban ese alejamiento del mensaje de Cristo. Pero estas disidencias no frenaron ese proceso. El autor libanés, en este sentido, analiza el concepto de derecho que se establece en ese momento entre los cruzados y que ayudaría a reformular el concepto de derecho con que, un par de siglos después, comenzaría a plantearse en las nuevas organizaciones políticas que surgirán en Europa.

En esta época se forja la imagen del otro, en este caso del musulmán. No hay que olvidar que la expansión árabe del siglo VIII significó la ocupación de territorios europeos, como la península Ibérica o Sicilia, los árabes llegarían hasta Poitiers, donde se detuvo la conquista musulmana y comenzó el largo proceso denominado reconquista (no muy justo, por cierto, y bastante cuestionado). También se iniciaría una literatura que narraba estas luchas, como La Chanson de Roldan o el Poema del Mío Cid, obras éstas que resultaban de un sinfín de relatos versificados que contaban con múltiples versiones y que ayudaban a forjar la imagen del otro. 

Las cruzadas tuvieron, por su parte, lo cuenta Amin Maalouf, unas víctimas cuya existencia molestaba en ese intento de disponer de una visión simplificadora de la realidad, tan útil para la guerra que requiere siempre la división sin matices de los bandos: los cristianos ortodoxos. Al igual de lo que ocurre hoy, aunque sin duda con una proporcionalidad diferente, una parte de la población árabe profesaba la fe cristiana. La mayoría eran cristianos ortodoxos, seguidores de las Iglesias que surgieron con el Cisma de 1054 que dividió el cristianismo oriental, de rito griego, y el cristianismo occidental, de rito latino, pero también había otras comunidades cristianas cuyas raíces eran anteriores y que se habían adaptado a convivir con los musulmanes. Muchas de estas comunidades, al igual de lo que ocurre hoy empleaban el árabe en sus ritos. 

Los cruzados no supieron encajar muchas veces a estas comunidades en su estrecha visión del mundo. Por un lado las veían como aliados naturales, eran al fin y al cabo cristianos, pero su convivencia pacífica con los musulmanes y el que compartiesen una cultura con ellos los volvían sospechosos. No pocas fueron las veces que se convirtieron en víctimas de los cruzados. La guerra, ya se sabe, no permite ver las gamas de colores existentes y tampoco interesa. Los musulmanes, por su parte, comenzaron también a recelar de ellos tras lustros de convivencia, esa fe compartida con el enemigo despertaba también sospechas y en ocasiones se les persiguió.

Cuando han pasado más de siete siglos de la última cruzada, volvemos a padecer las mismas estrecheces de miras. Mantenemos el nosotros o ellos, ellos o nosotros, como base de un discurso belicista, divisorio y de bloques. El horror de los atentados en nombre del islamismo nos hiere y escandaliza por convertirnos a todos en objetivos, somos sin remedio del otro bloque. Pero el otro bloque exige también fidelidad absoluta. Sin duda el discurso del primer ministro francés Hollande tras los trágicos y desgraciados atentados de París, a finales de 2015, tendría su equivalente casi paralelo en cualquiera de las argumentaciones en favor de las cruzadas. Hemos sustituido la defensa de la fe por la defensa de la democracia y de nuestros valores, incluso una diplomática europea en España, en entrevista concedida a Radio Euskadi el pasado lunes 21 de Marzo, apela a razones identitarias para defender las restricciones de entrada de refugiados y migrantes.

Porque ésta es otra, al igual que entonces, en los tiempos de las cruzadas, hoy tenemos otras víctimas que están en medio de los dos bloques y que se convierten también en víctimas de esta locura: huyen de la guerra de Oriente Próximo y de un autoritarismo cruel y cruento, pero no se les permite entrar en el paraíso europeo, se les rechaza y se les tacha además de ser un peligro. Convierte en cierto aquello de que la historia se repite, lo cual es de verdad una desgracia.

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