jueves, 24 de abril de 2025

Teresa Carbonell

 




En 1975 quedaba finalista al Premio Planeta una novela de Víctor Alba, El pájaro africano, sospecho que hoy en el limbo de las librerías de viejo, que narra la historia de un joven militante de las juventudes del POUM que conoce las vicisitudes de la Guerra Civil y los primeros años de la posguerra. Víctor Alba fue militante de aquel partido doblemente olvidado e intentó recuperar hasta su muerte, en 2003, su memoria. Diez años después de la publicación de esta novela, Manuel Vázquez Montalbán publicó El pianista, que cuenta la vida de otro militante del POUM en tres momentos distintos, y contrapuestos, de la historia española. Vázquez Montalbán era militante del PSUC y cuando preparaba su novela formaba parte incluso de su Comité Central. El proceso de documentación de la misma le llevó a valorar y cuestionar el papel de su organización en aquellos años complicados y su participación en unos hechos difíciles de justificar, desde luego no como se justificaron en 1937, cuando se ilegalizó el POUM y se le reprimió, desapareciendo incluso su máximo dirigente, Andreu Nin. Diez años después de El pianista, se estrenaba la película Tierra y Libertad, del director Ken Loach, que nos presenta las vicisitudes de un voluntario británico que se incorpora a las milicias del POUM y es testigo de los primeros meses de guerra en España y del enfrentamiento en la retaguardia republicana de Barcelona.  

A pesar de estos tres testimonios de la literatura y del cine, a pesar también del empeño de algunos historiadores y simpatizantes de aquella organización por recuperar su historia, no podemos decir que hoy el POUM sea algo más que una nota a pie de página en la muchísima documentación y estudios sobre la República española y la guerra civil. Fundado en 1935 y disuelto en 1937, en buena medida por el empeño de las autoridades de la URSS por aplastar toda crítica desde la izquierda a la dictadura de Stalin y a los procesos de Moscú, hubo un interés por borrarlo del todo. El franquismo por motivos obvios: el POUM era una organización marxista y los hechos de mayo del 37 no dejaban de ser un rifirrafe entre comunistas. Los historiadores afines del PCE-PSUC, por las dificultades de asumir un momento sin duda vergonzante o al menos cuestionable de su historia.

Hubo, eso sí, antiguos militantes del POUM que intentaron mantener viva la memoria de su organización y fueron muy activos durante la transición por recuperar la historia, por contarla y que se conociera. No fue fácil. No podemos decir que hubiese en el nuevo país en proceso permanente de reforma mucho interés en remover el pasado, sea porque las cosas estuvieran atadas en beneficio de un sector, sea porque el pasado tiene siempre sus repercusiones, y hubo un acuerdo por no convertirlo en arma arrojadiza en los equilibrios difíciles del momento. Más cuando los hechos relativos a este partido apenas se conocían más allá de los ámbitos militantes.



Sin embargo, siempre fue importante, intenso, sugestivo escuchar, se estuviera o no de acuerdo con sus planteamientos, a aquel puñado de militantes que, ya ancianos, con el aporte de la edad, contaban sus lances, dilemas y desenlaces con el sosiego que aporta los lustros transcurridos. Más en un país como España, donde se dan tantos cortes generacionales y hay la sensación de tener que empezar siempre de cero.

Poco a poco fueron muriendo. Ley de vida, dícese. Una de estas personas, sin duda una de las últimas, fue Teresa Carbonell, que murió el pasado 13 de abril en Francia. De hecho, durante la guerra apenas era una niña que empezaba a asomarse a lo que pasaba a su alrededor. Pero era hija de militantes del POUM que ayudaron y acogieron en su casa a algunos compañeros que sufrían la persecución desatada en aquella primavera del 37. Entre ellos, Wilebaldo Solano, secretario general de la JCI, las juventudes del POUM. A comienzos de la década de los cincuenta Teresa Carbonell se trasladó a París por motivos de estudios y allí se reencontró con Solano, devenido secretario general del Partido en el exilio. Se casaron y a partir de entonces vivió de primera mano la historia. Por su casa pasaron militantes propios y de otras organizaciones. En cierta manera, se convirtió en archivera, secretaria, cronista, mecanógrafa de la organización. Sin duda, fue el suyo un papel subalterno en un mundo de hombres, aun cuando el POUM cumpliera un papel fundamental en la igualdad, pero sin duda esa labor en la sombra le permitió conocer con profundidad la realidad de la organización y muchas veces, cuando se les trataba juntos, a Wilebaldo Solano y a Teresa Carbonell, se podía intuir que a pesar del caudal de información y de análisis que aportaba él, a quien se debía escuchar con suma atención era a ella. Aportaba sosiego a sus recuerdos, lo que no significa falta de pasión.

Wilebaldo Solano murió en septiembre de 2010. Teresa Carbonell siguió contribuyendo con su granito de arena en la recuperación de la memoria. Su muerte apenas ha transcendido poco más allá de los ámbitos militantes e interesados por aquellos hechos. Coincide además con la de Vargas Llosa y la del Obispo de Roma, nada menos, como si la historia insistiera en que la historia de esos hombres y mujeres quedara en una nota al pie de página. Pero qué duda cabe que con su muerte arde también una memoria, una pasión, una sabiduría siempre tan rabiosa de vida.

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