Cancelan un curso sobre Dostoievski
en la Universidad de Milán como consecuencia de la invasión rusa de Ucrania. Al
mismo tiempo, la Filmoteca de Andalucía suspende la proyección de Solaris de Andrei Tarkovsky por la misma
razón. Incluso, lo informaba el diario ABC hace pocos días, se propuso derribar
una estatua del escritor ruso en Florencia, aunque el alcalde de la ciudad, en
una reacción cuanto menos honrosa, se opone. «Hay que parar a Putin, no la cultura rusa», afirmó con toda la
razón.
Es evidente que el catetismo en Europa ha llegado a la
universidad y a los gestores culturales, algo que sin duda muchos intuíamos,
efecto tal vez del Plan Bolonia, del desvío de atención individual consecuencia
de las redes sociales y las nuevas tecnologías o de la reducción del nivel
cultural y educativo generalizado.
Creo que no hay que
argumentar mucho la estupidez de tales medidas. Saltan a la vista por sí mismas
y todo indica que los gobernantes rusos no se van a poner a temblar ni, menos
aún, van a modificar su decisión criminal de arrasar con Ucrania porque en el
resto de Europa nos dé por no leer a los autores rusos o por no ver cine ruso. Peor
para ellos, pensarán en el mejor de los casos. Porque sospecho que ellos
tampoco son de muchas lecturas. Estoy convencido de que si lo fueran, unos y
otros, sus políticas serían diferentes, tal vez mejores. Aunque tampoco estoy
del todo seguro de que sea así, muchos de los jerarcas nacionalsocialistas eran
personas cultivadas, en un país de notable desarrollo filosófico, y eso no
redujo la perversión de sus políticas genocidas.
La guerra de Ucrania es
una más de las muchas guerras que ha habido en Europa, todas ellas criminales,
sin que conozcamos de momento todas sus consecuencias, sin duda terribles, pero
que de momento nos está mostrando algunas características de esta Europa que se
pretende maravillosa pero que a todas luces no lo es tanto.
A lo comentado sobre
cancelaciones y suspensiones, hay que ver también la subida avariciosa en
muchos casos de productos y servicios, algunos afectados realmente por la
guerra, otros en cambio responden a otras razones semiocultas, pero lo que
llama la atención es cómo se argumentan y el descaro de ciertas razonamientos. El
señor Borrell traslada a los ciudadanos el boicot al gas ruso, que se apaguen
las calefacciones, nos pide, como si los Estados o ciertos negocios no tuvieran
ningún papel ni responsabilidad alguna. Se han cuidado bastante en no aplicar a
algunos bancos rusos el boicot del sistema Swift, casualmente aquellos que
mantienen ciertos negocios con la UE, el pago por el gas, por ejemplo, o las
exportaciones de productos de lujo, que no se han incluido en el boicot. Mientras,
se abren fronteras a los refugiados ucranianos, no seré yo quien lo critique,
me parece imprescindible anteponer las necesidades básicas de las personas, su
vida y su seguridad en primer lugar, a cualquier otra consideración, pero
chirría que no haya sido así con las víctimas de otras guerras –los sirios o
los afganos, por ejemplo, a estos últimos los hemos olvidado con suma rapidez–
o a quienes emigran por necesidad, que también debería considerarse su situación.
El rechazo a la guerra,
por otro lado, se vuelve viral, muchas instituciones y entidades muestran su
oposición, el Athletic de Bilbao y el Barça exhibieron una pancarta al inicio
de un partido, No a la guerra, pero
olvidaron que unas pocas semanas antes jugaron la supercopa en Arabia Saudí,
país que está bombardeando el Yemen. Con armamento construido en la verde
Euskal Herria, por cierto. Como indica el lema de una campaña contra el negocio
de las armas, la guerra empieza aquí. Y si no empieza, se contribuye.
Todo lo cual no exime a
Putin y su gobierno de la responsabilidad de sus actos, de la invasión de un
país, de la muerte de muchos de sus ciudadanos, y de paso de no pocos rusos que
conforman sus ejércitos. Pero tampoco hay que confiar en discursos heroicos que
denotan más bien la necesidad de épicas patrióticas, aun menos cuando ni siquiera
estamos ante una fina elaboración discursiva, sino que prima lo cateto, puro y
duro. Estamos quizá ante un final de época, en esa tristeza del fin de unos
tiempos en los que al menos las palabras tenían un valor, o servían para
disimular, como se acabó ese mundo esteticista que pintó Stalisnav Yulianovich
Zhukovsky, un paisaje europeo sensible y delicado. Otra guerra mató a este
pintor. Una de esas muchas guerras que hubo en Europa, tan detestables, crueles y
odiosas todas ellas como las que se dan en cualquier otro lugar.
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