Ha muerto en París Alain
Krivine, uno de los protagonistas del Mayo
francés, continuador de las luchas
por la emancipación social y humana que ha habido a lo largo de los tiempos, y
que mantuvo toda su vida ese tesón por pretender otro modelo de sociedad. La
Historia, que a veces parece poseer un humor macabro, quiso que en sus últimos
días fuera testigo del inicio de un nuevo capítulo de la tensión en Ucrania, de
donde procedía su familia, judía, que huyó de la región fronteriza con Polonia
debido a los progroms, tan crueles
como injustos, que victimizaban a las personas por su origen y que tanto se
repitieron en varias épocas, dándonos a veces la sensación de la imposibilidad
de cualquier empeño por otro mundo posible.
Aun así, mantuvo su tesón
revolucionario, aun cuando se diluyera el sesentayochismo
y el mundo adoptara otros derroteros e incluso pareciera que el capitalismo más
neoliberal hubiera ganado la batalla. Al menos la ganó durante un tiempo, y nos
ha dejado un escenario harto sombrío, sin duda. Tuvo la ironía de titular su
repaso autobiográfico de la época que le tocó vivir con un sarcástico Ça te passera avec l´âge (“se te pasará con la edad”). A él no se
le pasó, aun cuando viera debilitarse su corriente política, el trotskismo, y
asistiera a numerosos fracasos organizativos. Mantuvo no obstante un cierto
humanismo marxista, no sé si a algunos este concepto le chirriara por completo,
que quizá se revistiera de un cierto pesimismo, quién sabe, ante la realidad de
los últimos años. Claro que para mantener el tesón revolucionario, como él, hay
que ser un optimista histórico y creer con firmeza en la fuerza de la voluntad
y de las propias convicciones, no todos lo poseemos y nos decantamos muchas
veces por una mínima resistencia ante un mundo con el que nos resulta imposible
identificarnos.
Tuvo como compañeros de
batallas y de debates a Daniel Bensaid y a Ernest Mandel, los tres fueron las
caras visibles de una IVª Internacional que intentó mantener en alto la bandera
de la revolución. Fueron exigentes en sus análisis, pero al mismo tiempo
intentaron aprehender lo esencial de nuevas reivindicaciones y de nuevas formas
de resistencia. Se solidarizaron con la revolución de los claveles portuguesa,
que puso fin a una dictadura y a la guerra colonial en África. Alain Krivine,
dos años después, en 1976, pocos meses después de la muerte del General Franco,
hizo acto de presencia en Madrid para apoyar a quienes pretendían que los cambios
no fueran superficiales, de mero tocador. La policía le retuvo y se le expulsó
de España, acusado de fomentar tácticas revolucionarias. Regresaría en otras
ocasiones, ya sin los marcajes de ese aparato represivo.
Su corriente hoy se halla
en gran medida diluida en una amalgama anticapitalista, reivindicativa, aunque
me temo que minoritaria y puede que algo desorientada. Claro que no son tiempos
de dogmatismos. Una vez más estamos en uno de esos momentos en los que parece
que haya que empezar de nuevo, partir de cero para confrontarse con los
peligros de siempre, la guerra, la precariedad, el autoritarismo, la miseria. Las
amenazas están latentes, pero esta vez las alternativas al (des)orden de este
mundo brillan por su ausencia o parecen situadas en un rincón de la historia,
sin posibilidad de intervención alguna. No sé si es bueno que así sea. Esta vez
la sensación que nos domina a muchos es la de que estamos realmente ante una
catástrofe y que tal vez hubiera sido bueno al menos haber hecho algún caso a
quienes en algún momento mostraron un camino.
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