La empresa Altos Hornos
de Vizcaya ocupó un espacio muy grande en la Margen Izquierda del Nervión. Flanqueaba
dos localidades, Baracaldo y Sestao, junto a la ría, y se nutrió durante mucho
tiempo del hierro que se obtenía en las minas de Trápaga, Ortuella, Gallarta,
Triano o del mismo Bilbao, donde hoy se encuentra el barrio de Miribilla. Formó
parte de ese mundo del hierro tan enraizado en Vizcaya, un mundo que dio empleo
a miles de operarios, la empresa llegó a disponer del trabajo de cerca de
14.000 personas, empleos directos en su momento más álgido, además de los
mineros y toda una serie de oficios que se crearon alrededor de esta industria.
Es difícil hoy, cuando ya
no existe, imaginarse la magnitud de tal instalación. El tren de cercanías que
unía Bilbao con Santurce pasaba a su lado, al igual que la vieja carretera que
salía de Bilbao hacia el norte, hacia el Abra. Cuando pasabas junto a sus
instalaciones, veías su interior, contemplabas el fuego de uno de sus hornos e
imaginabas de inmediato la dureza del oficio.
A lo largo de la ría había
también algún que otro astillero, los hubo también en Bilbao, que tuvo a su vez durante
algún tiempo parte de las estibas del puerto. Pero nada era comparable a la
grandeza de los Altos Hornos de Vizcaya, que se crearon con tal nombre en 1902
de la fusión de tres empresas: Altos Hornos de Bilbao, la Sociedad La Vizcaya y
la Iberia, esta última una fábrica de hojalata. Después se integraría otra
sociedad, la San Francisco. Pero mucho antes de esa fecha la industria del
hierro empezaba a ser potente en aquel lugar, donde una de las fábricas,
construida por la Sociedad Ybarra, instaló en 1854 el primer horno Chenot.
Miles de familias se
instalaron en Baracaldo, en Sestao, en Portugalete. Ni qué decir tiene que
pronto se convertiría en un foco obrero tan activo como el de los mineros. El
sindicalismo de clase tuvo aquí uno de sus principales bastiones.
De todo esto sabe mucho
el escultor Rafa Cantera. Fue trabajador siderúrgico y sindicalista, conoció de
primera mano el esfuerzo que requería el oficio y también la necesidad de una
lucha obrera que a veces se planteaba asaltar los cielos. Nada que ver con el
actual sindicalismo. Ahí estuvo trabajando y militando Periko Solaberria, en su
época de cura rojo y sindicalista clandestino. Vivió Cantera en Baracaldo, en
aquellas calles donde se concentraba una buena parte de la plantilla de los AHV,
repartida toda ella entre barrios próximos unos de otros. Era otra época, quien
entraba de joven a un empresa sin duda se jubilaba en la misma y convivía día a
día con sus compañeros de trabajo. No era extraño que se formaran familias, que
algunos se casaran con las hermanas o las primas de otros trabajadores, o con
algunas de las primeras empleadas de un mundo masculino. La proximidad laboral
y vital creó confianza y se estrecharon lazos, muy necesarios para discutir en
tiempos de dictadura y transición de las condiciones de trabajo y de vida.
Sin duda, el escultor
nació con el oficio. La hojalata o el acero permiten crear piezas repletas de
belleza, sin olvidar por ello el mundo de la siderurgia. Hay además no poca
belleza en la fábrica y en el paisaje fabril, claro que no todos las miradas la
perciben. Comprometido con su propia condición obrera, ejerce al mismo tiempo con
las formas una muy necesaria memoria de la lucha obrera y la huelga, motivo de
una parte importante de su obra.
Mediados los ochenta,
llegaron los tiempos de la reconversión. El hierro de la provincia se agotaba
sin remedio y el carbón de Asturias tampoco era ya de calidad. Se decía también
que había imposiciones europeas. Se cerraron los astilleros de la ría y los de
Bilbao, las estibas de Bilbao se trasladaron al puerto de Santurce, se hablaba
por entonces de un Superpuerto, y se comenzó a desmontar también los Altos
Hornos de Vizcaya, que quedaron definitivamente cerrados en julio de 1996. Bilbao
perdió casi por completo ese carácter industrial de antaño. La Margen Izquierda
guarda no pocas huellas de su pasado fabril, hay una fisonomía en sus ciudades
y en sus barrios, quedan los restos de la industria que algunos planes
urbanísticos han comenzado a borrar. Las esculturas de Rafa Cantera mantienen,
no obstante, la memoria de ese mundo del trabajo y de aquella lucha obrera tan
intensa, pero tan diluida hoy en el olvido de este presente nuestro.
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