Sé que es feo citarse a
uno mismo, pero esta misma semana escuchaba una entrevista de Carles Mesa a
Gemma Nierga en Radio Nacional y una anécdota que mencionó la periodista me recordó
un texto de este mismo blog de hace tiempo, de marzo de 2016, en el que escribía
sobre la condición de autor olvidado de Manuel Vázquez Montalbán.
En la entrevista
comentaba Gemma Nierga que participó en una sesión de postgrado en la facultad
de Comunicación y Periodismo de una universidad privada de Barcelona y grande
fue su sorpresa tras citar a Vázquez Montalbán –recuérdese: estudiantes de
periodismo en Barcelona– cuando uno de los presentes preguntó quién era Vázquez
Montalbán. Atribuyó tal ignorancia y torpeza, por no hablar de laguna cultural
cuasi oceánica, al estudiante, sin duda mal formado, y entonces acudió al resto
de los estudiantes para que pudieran aclararle su duda ignominiosa. Silencio
absoluto en la sala. Nadie parecía saber nada de este autor que murió hace
quince años, en octubre de 2003, y que no sólo fue un escritor encomiable, sino
que durante lustros, además, en lo que se refiere al periodismo, estuvo muy
presente como fino articulista en muchos medios de comunicación. Vamos, que no
sabían ni de lo suyo.
En marzo de 2016 escribía
en el blog sobre mi recomendación a un conocido brasileño, de visita en
Barcelona, de adquirir aprovechando su estancia y sobre todo leer la novela El pianista, una novela que, además de
interesantísima desde el punto de vista literario, se refería a un militante
del POUM, organización por la que mi conocido tenía un enorme interés histórico
y político, pero lo que motivó mi reflexión, en aquel momento, fue que no
encontró en ninguna librería del centro de Barcelona, algunas de ellas
importantes, ningún libro de Vázquez Montalbán e incluso le aconsejaron que
acudiera a alguna librería de viejo por si tenían a la venta algún volumen de
la novela.
Ni qué decir tiene que
clamaba al cielo que en Barcelona, con sus editoriales y su vanidad de ciudad
cultural, no se pudiera encontrar ningún libro de Vázquez Montalbán, quien por
otro lado seguía siendo citado aquí y allá, se realizaban jornadas y homenajes
en su recuerdo y uno tenía la sensación de que se seguía leyendo con interés. Pero
si las editoriales no lo habían vuelto a publicar, son empresas al fin y al
cabo que se mueven por la lógica de los balances y de los beneficios, era
seguramente porque ya apenas se compraban sus libros, algo que cuesta aceptar y
que sin duda sorprende y crea un cierto sinsabor. Pero la anécdota de Gemma
Nierga muestra que la cosa es incluso peor.
En defensa del sector
editorial hay que señalar que en estos dos años la editorial madrileña Cátedra
ha vuelto a publicar El pianista, en
una edición de José Colmeiro. Hace unos años el diario Público, cuando salía en
papel, sacó a la venta junto al diario algún título del autor barcelonés. Esto
al menos tiene arreglo. Pero asusta el olvido de un escritor que ha estado tan
presente en la vida social, política y cultural de España y si unos estudiantes
de periodismo, de postgrado además, ya no saben quién fue Vázquez Montalbán,
significa que se está olvidando a pasos agigantados bloques enteros de la historia
reciente del país. Todo esto, además, cuando el tema de la memoria común está
en pleno candelero y se pretende que lo ocurrido hace ochenta horas no se
diluya en el olvido. ¿Habrá que esperar a que en 2060 y en adelante se clame
por la memoria de lo ocurrido durante la transición y en los años posteriores,
habiéndose olvidado a quienes protagonizaron tal etapa? Uno puede llegar a
entender la voluntad de olvido en la posguerra, no fueron años fáciles, hubo
represión y miedo. Pero, ¿se puede entender el actual olvido?
Están cambiando los
paradigmas culturales, las nuevas tecnologías ocupan un espacio enorme en las
artes y la cultura, en las relaciones sociales. Se tiende sin duda a otro
modelo de relaciones sociales. Pero la cultura, cualquiera que sea el modo de
transmitirse, es acumulativa, ese es al fin y al cabo el significado de enanos a hombros de gigantes, lema de
Bernardo de Chartes, cada generación se sube a espaldas de sus antecesores para
atisbar más lejos. Parece evidente, pero no lo es cuando en apenas quince años
se olvida a un autor hasta borrarlo de la memoria colectiva. Tampoco quiere uno
caer en el tópico de hasta qué punto son ignorantes los jóvenes de hoy, sobre
todo con relación a uno mismo a esa edad hace años. Pero los síntomas no dejan
mucho lugar al optimismo. Hasta puede que expliquen muchos desaguisados
actuales.
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