Un hombre y una mujer coinciden
en un autobús que viaja por Zamora, por la raya entre Portugal y España. La
conversación entre ambos es enigmática, llena de silencios. Hace referencia al
pasado, un pasado que pesa demasiado, pero del que no se habla en concreto y
del que tampoco parece que puedan desprenderse ninguno de los dos. Sin saberlo,
su pasado y su presente se entrecruzan, forman parte de un mismo paisaje tan
desolado como el paraje en que se mueven. El pasado se puede recuperar, pregunta
él de pronto, tal vez añorante. Aunque en realidad poco hay que añorar. Y desde
luego ella no añora nada en absoluto, su propio pasado es hiriente, pesado,
agobiante.
Pero eso lo vamos
sabiendo a medida que transcurre la historia. Mario Camus nos la narra en su
película Sombras en una batalla
(1993). Más que narrada, vamos conociendo las circunstancias a través de los
silencios, inmensos, explícitos, precisos. Son los mismos silencios que se han
impuesto sobre los años a los que hace referencia la película, unos pocos
lustros antes del momento del relato, los años de una transición del que se ha
proyectado una versión oficial un tanto edulcorada, un relato oficial sobre una
transición ejemplar que sin embargo calla demasiada violencia, demasiadas cesiones
y oculta a tantas víctimas cuyos nombres van quedando en el olvido, un olvido
que no sabemos si es venganza o es perdón, o ambas cosas a la vez, como indica
la cita del final de la película, y que se añaden a tantos otros nombres que
van quedando en el silencio cotidiano.
La película nos muestra
la vida de Ana (interpretada por Carmen Maura), veterinaria en Bermillo de Sayago,
pueblo zamorano cercano a la frontera con Portugal, que vive con su hija Blanca
(Sonia Martín), y mantiene una confiada amistad con el otro veterinario de la
comarca, Darío (Fernando Valverde). La aparición del hombre del autobús, José
(Joaquim de Almeida), un portugués de vida un tanto efímera y eventual, ex militar
y misterioso, va a confrontarle a Ana su propia historia de militancia y
radicalidad, de compromiso y entrega, pero lleno de tinieblas, incapaz de un olvido
que es lo que ella desearía.
Sin duda, por debajo de
la historia oficial hay muchas historias ocultas, heroicas algunas, miserables
muchas otras. Parece que la historia oficial tan ejemplarizante del momento
vivido se ha impuesto a cualquier otro intento de narrar lo que hubo, y lo que
hubo fue demasiados hechos que a todas luces se contradicen con el relato
oficial. Pero no se habla de nada de ello, el olvido -sea como venganza o como
perdón, sea como mero dejar de lado lo que de verdad ocurrió- se ha impuesto y
se impone todavía hoy. Aún queda demasiado olvido, demasiadas sombras, respecto
a los años de la posguerra, de la dictadura. Parece inevitable que se imponga
el silencio también sobre la transición, un silencio en general que en absoluto
parece roto por los intentos de situar la memoria como paso necesario para reestablecer
la historia y ordenar las miles de infrahistorias
que entretejen la Historia.
Aunque a decir verdad no son pocas las
películas y novelas que comienzan a proyectar su mirada en los años de la
transición, del mismo modo que muchas obras de ficción han tratado la
posguerra. Y de toda la transición, el tema del conflicto vasco y de la violencia
desatada es el que más atención recoge, como es el caso de esta película.
Aunque se hace, parece ser, con cuentagotas y con sumo cuidado, como si las
heridas abiertas no hubieran cicatrizado aún, como les ocurre a los personajes
de la película de Mario Camus.
No obstante, el cese de la actividad armada
por parte de ETA en octubre de 2011 conllevó que se empezaran a publicar bastantes
novelas sobre el conflicto, sobre todo de autoría vasca. Por cierto, resulta
interesante tener en cuenta que el anuncio de ese cese de la actividad armada
coincidió en el tiempo con una gigantesca movilización social que parecía cuestionar
los últimos cuarenta años, los del final de la dictadura, la transición y la
estabilización de una democracia con tintes de supina mediocridad general,
también con reclamos de memoria de lo acaecido desde la guerra civil. Siete
años después no parece, pese al ruido, que haya un debate general sobre esa
transición, sus efectos y su análisis, como si toda la energía del 15M se hubiera
al final encauzado por los canales institucionales, o por un ruido inane, a
veces delirante, que no oculta el silencio, ese mismo silencio reflejado en la
película y tras el cual se halla la necesidad de entender y reordenar los
elementos de un país que no parece atreverse a confrontarse con su propia realidad.
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