Quiénes son, de dónde
vienen, por qué vienen, cómo vienen, cuándo deciden venir, cuál es el método que
emplean para atravesar las ínfimas distancias…
Surgen tales preguntas al
escuchar las noticias sobre esas pateras que recorren la distancia entre Andalucía
y Marruecos, entre Argelia y Murcia o Alicante, entre Túnez y Cerdeña o Sicilia,
entre Libia y Malta. Hay poco más de catorce kilómetros entre Punta Oliveros
(España) y Punta Cires (Marruecos), aunque menos es la distancia entre Ceuta y
Melilla y el territorio marroquí, sólo una frontera, unos centímetros de tierra,
mientras que entre Túnez y Sicilia hay poco más de diecisiete kilómetros. Y sin
embargo la distancia legal, mental, humana, social, referencial, incluso empática,
si es que podemos hablar de distancia empática, es mucho mayor. Tanta distancia
que en nuestra cotidianidad no solemos ver los rostros de quienes protagonizan
tales realidades. Eso sí, ya es difícil no haber conocido en esta cotidianidad nuestra
a alguien que proceda de ese sur, ese llamado tercer mundo, eufemismo que empleamos y con el cual los deshumanizamos
todavía más.
Cómo vivían, cuáles son
las razones de su partida, qué esperan encontrar, es que no tienen alternativa…
Nos hemos acostumbrado a
la sangría de cifras sobre muertos en el Mediterráneo o entre Senegal o
Mauritania y las Canarias. Nos hemos habituado a la tragedia. Nosotros también tenemos
lo nuestro, y no es poco. En España ha aumentado la pobreza, hay quien incluso
trabajando no puede alcanzar unos mínimos ingresos dignos, la crisis ha afectado
a parte de la clase media, a comerciantes y autónomos, hay pequeños empresarios
que se las ven y se las desean para salir adelante. Y sigue, aun cuando nos
digan que estamos saliendo de la crisis. Es curioso, tampoco vemos los rostros
de quienes están en esa situación, aunque todos conocemos casos o nos afecta
muy de cerca.
Son también preguntas similares
las que se han planteado la directora de cine Chus Gutiérrez, tal como ella misma
ha comentado en el programa Versión Española de TVE, y Juan Carlos Rubio,
coguionistas de la película Retorno a Hansala,
con la que han querido responderlas. Con gran acierto, a todas luces. En 2008 se
estrenó y en ella se narra el viaje de Martín, interpretado por José Luís
García Pérez, dueño de una funeraria que sufre una dura situación económica que
le puede llevar a perder su negocio, y de Leila, interpretada por Farah Hamed,
trabajadora marroquí de una planta de empaquetamiento de pescado, a Marruecos,
con el objetivo de trasladar el cadáver de Rachid, el hermano de Leila, a
Hansala, una aldea en el Atlas.
La película arranca con
unas imágenes asfixiantes de alguien, no lo vemos, pero lo imaginamos, que
lucha por avanzar en el mar hacia esa tierra a la que se ha acercado, lucha
infructuosa porque, al no acercarse lo suficiente, acaba hundiéndose. La
aparición de los cadáveres, el de Rachid y sus compañeros de patera, rompe la
rutina de una mañana cualquiera. Ya en 2008 la cifra de muertos era alto. Poco
a poco ha ido aumentando, del mismo modo que la indiferencia o el exceso de
noticias que induce a considerar que todo eso sea apenas una tragedia local.
Hubo incluso, hace años, una foto en la que se mostraba a una pareja tomando el
sol, aparentemente ajenos al hecho de que, a algunos pocos metros, hubiese el
cadáver de un migrante arrastrado a la playa. Pero resulta inadmisible ese
número de muertos que no cesa.
Martín ve una posibilidad
de negocio en esas muertes, una posible manera de salir de la crisis y remontar,
escapar de su propio infierno cotidiano. Sin duda percibe algo monstruoso en
eso, pero al fin alguien tiene que hacerlo, por mucho que lo suyo no sea
vocacional, lo reconoce en un momento dado, pero es lo único que sabe hacer, además
lo que necesita es, sobre todo, afrontar su propio infierno, salir de él. Inicia
el viaje a Marruecos con Leila, de paso evita las notificaciones para un posible
embargo del negocio, pero el viaje va a resultar a todas luces esclarecedor,
iniciático para Martín, que va descubriendo el (des)orden del mundo.
Porque lo que logra Martín
es darse respuestas a todas esas preguntas inevitables que nos planteamos
cuando asistimos a esa tragedia. Quizá el cine, al igual que la literatura, sea
un medio mucho mejor, tal vez el único, para percibir esa realidad, esa infrahistoria que hay detrás de los
datos fríos sociológicos o de los titulares periodísticos tan pronto olvidados.
Quizá el arte puede también hacernos creer que realmente la vida comienza al
otro lado de la desesperación, tal como afirmaba Jean-Paul Sartre, puede que en
un arranque de excesivo optimismo. Porque al final hay momentos en los que uno
no puede serlo, optimista, cuando diez años después de Retorno a Hansala las cosas están incluso peor. No sólo ha
aumentado el número de personas que proceden de África, sino que además las
guerras en Próximo Oriente han provocado la salida de millones de personas, sin
que parezca que haya voluntad política para dar respuesta institucional a la
tragedia, mientras tanto se abren procesos a activistas contra esta locura, como le
está ocurriendo a Helena Maleno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario