lunes, 8 de enero de 2018

«Retorno a Hansala»

Quiénes son, de dónde vienen, por qué vienen, cómo vienen, cuándo deciden venir, cuál es el método que emplean para atravesar las ínfimas distancias…

Surgen tales preguntas al escuchar las noticias sobre esas pateras que recorren la distancia entre Andalucía y Marruecos, entre Argelia y Murcia o Alicante, entre Túnez y Cerdeña o Sicilia, entre Libia y Malta. Hay poco más de catorce kilómetros entre Punta Oliveros (España) y Punta Cires (Marruecos), aunque menos es la distancia entre Ceuta y Melilla y el territorio marroquí, sólo una frontera, unos centímetros de tierra, mientras que entre Túnez y Sicilia hay poco más de diecisiete kilómetros. Y sin embargo la distancia legal, mental, humana, social, referencial, incluso empática, si es que podemos hablar de distancia empática, es mucho mayor. Tanta distancia que en nuestra cotidianidad no solemos ver los rostros de quienes protagonizan tales realidades. Eso sí, ya es difícil no haber conocido en esta cotidianidad nuestra a alguien que proceda de ese sur, ese llamado tercer mundo, eufemismo que empleamos y con el cual los deshumanizamos todavía más.

Cómo vivían, cuáles son las razones de su partida, qué esperan encontrar, es que no tienen alternativa…

Nos hemos acostumbrado a la sangría de cifras sobre muertos en el Mediterráneo o entre Senegal o Mauritania y las Canarias. Nos hemos habituado a la tragedia. Nosotros también tenemos lo nuestro, y no es poco. En España ha aumentado la pobreza, hay quien incluso trabajando no puede alcanzar unos mínimos ingresos dignos, la crisis ha afectado a parte de la clase media, a comerciantes y autónomos, hay pequeños empresarios que se las ven y se las desean para salir adelante. Y sigue, aun cuando nos digan que estamos saliendo de la crisis. Es curioso, tampoco vemos los rostros de quienes están en esa situación, aunque todos conocemos casos o nos afecta muy de cerca.

Son también preguntas similares las que se han planteado la directora de cine Chus Gutiérrez, tal como ella misma ha comentado en el programa Versión Española de TVE, y Juan Carlos Rubio, coguionistas de la película Retorno a Hansala, con la que han querido responderlas. Con gran acierto, a todas luces. En 2008 se estrenó y en ella se narra el viaje de Martín, interpretado por José Luís García Pérez, dueño de una funeraria que sufre una dura situación económica que le puede llevar a perder su negocio, y de Leila, interpretada por Farah Hamed, trabajadora marroquí de una planta de empaquetamiento de pescado, a Marruecos, con el objetivo de trasladar el cadáver de Rachid, el hermano de Leila, a Hansala, una aldea en el Atlas.

La película arranca con unas imágenes asfixiantes de alguien, no lo vemos, pero lo imaginamos, que lucha por avanzar en el mar hacia esa tierra a la que se ha acercado, lucha infructuosa porque, al no acercarse lo suficiente, acaba hundiéndose. La aparición de los cadáveres, el de Rachid y sus compañeros de patera, rompe la rutina de una mañana cualquiera. Ya en 2008 la cifra de muertos era alto. Poco a poco ha ido aumentando, del mismo modo que la indiferencia o el exceso de noticias que induce a considerar que todo eso sea apenas una tragedia local. Hubo incluso, hace años, una foto en la que se mostraba a una pareja tomando el sol, aparentemente ajenos al hecho de que, a algunos pocos metros, hubiese el cadáver de un migrante arrastrado a la playa. Pero resulta inadmisible ese número de muertos que no cesa.

Martín ve una posibilidad de negocio en esas muertes, una posible manera de salir de la crisis y remontar, escapar de su propio infierno cotidiano. Sin duda percibe algo monstruoso en eso, pero al fin alguien tiene que hacerlo, por mucho que lo suyo no sea vocacional, lo reconoce en un momento dado, pero es lo único que sabe hacer, además lo que necesita es, sobre todo, afrontar su propio infierno, salir de él. Inicia el viaje a Marruecos con Leila, de paso evita las notificaciones para un posible embargo del negocio, pero el viaje va a resultar a todas luces esclarecedor, iniciático para Martín, que va descubriendo el (des)orden del mundo.   

Porque lo que logra Martín es darse respuestas a todas esas preguntas inevitables que nos planteamos cuando asistimos a esa tragedia. Quizá el cine, al igual que la literatura, sea un medio mucho mejor, tal vez el único, para percibir esa realidad, esa infrahistoria que hay detrás de los datos fríos sociológicos o de los titulares periodísticos tan pronto olvidados. Quizá el arte puede también hacernos creer que realmente la vida comienza al otro lado de la desesperación, tal como afirmaba Jean-Paul Sartre, puede que en un arranque de excesivo optimismo. Porque al final hay momentos en los que uno no puede serlo, optimista, cuando diez años después de Retorno a Hansala las cosas están incluso peor. No sólo ha aumentado el número de personas que proceden de África, sino que además las guerras en Próximo Oriente han provocado la salida de millones de personas, sin que parezca que haya voluntad política para dar respuesta institucional a la tragedia, mientras tanto se abren procesos a activistas contra esta locura, como le está ocurriendo a Helena Maleno.


No hay comentarios:

Publicar un comentario