Atrae su rostro. En
efecto, cuando se contempla alguna foto de María Luisa Bombal su rostro atrae
con fuerza. Tal vez sea por la mirada de sus ojos, por la finura de los labios
o, en general, por la forma misma de ese rostro, tan ovalado, tan bien
construido, tan interesante, bajo un flequillo muy propio de unos años, la
década de los veinte y treinta, e incluso muy propio de un lugar, Francia,
donde ella vive desde los ocho años hasta que regresa a Chile, a principios de
los treinta. Pero es un rostro que transmite un interior sin duda lúcido e
intuitivo, agudo y perspicaz. Pablo Neruda la llamaba la «abeja de fuego» por su energía y pasión, la asociaba también con la
mangosta, unos animalillos de rostro alargado y vida solitaria. La escritora
Carolina Melys rememora en un artículo publicado recientemente en la revista Letras Libres aquellos años de su
regreso a Chile y dice que «se mueve con
prestancia y gracia». No siempre ocurre, cierto, que se refleje el talento
y la vocación de un modo claro, ni debemos guiarnos por lo externo, ya sabemos,
pero hay algo en su aspecto que lo trasluce.
En todo caso, esa
vocación le llevará en París a estudiar letras en la universidad de la Sorbona,
donde redactará una tesina sobre Prosper Mérimée. Le atrae también el teatro,
por lo que ingresa en la escuela teatral L´Atelier,
donde se cultiva un teatro vanguardista y experimental. Allí comparte estudios
con Antonin Artaud, personaje muy polifacético que con el tiempo creará el
teatro de la crueldad. Seguirá vinculada al arte dramático un tiempo más,
incluso después de su regreso a Chile, donde cofundará una compañía, pero al
final duda de la viabilidad de tal vocación y opta por la literatura. Muchos
años después, en una entrevista, afirma no creer en la casualidad, su vocación
por la narrativa parece ya señalada entonces desde niña, cuando empezó a
escribir poesía, como todos los niños, cree ella. Renuncia con el tiempo a escribir
poemas, a la poesía formal al menos, porque su prosa posee no poco lirismo, pero
sigue leyendo mucha poesía a lo largo de toda su vida.
Ya en París era una ávida
lectora de Baudelaire y de Verlaine, y acude a lecturas poéticas donde oirá
recitar a Paul Valery. Cuando vive en Buenos Aires, a donde acude invitada por
Neruda, conoce a Alfonsina Storni y tiene largas conversaciones con Jorge Luis
Borges, hay que recordar que era también un formidable poeta, durante sus
paseos juntos. Con él irá a menudo al cine. En Buenos Aires conoce también a
Federico García Lorca, que está en la capital argentina para estrenar Bodas de sangre. Se vincula con otros
escritores, y no sólo poetas o dramaturgos, está estrechamente relacionada con
los autores de la revista Sur, que es un importantísimo foco literario
argentino. Será Victoria Ocampo quien le publicará su novela La amortajada, su segunda novela corta,
ya había publicado La última niebla. Aquel
será un relato importante, elogiado por Borges, quien se refiere a él como «de triste magia», un título «que no olvidará nuestra América», y lo
leerá con verdadero interés Juan Rulfo. No en vano, ambos comparten un modo de
narrar que tiene muy en cuenta la muerte como tema literario. «La muerte es también un acto de vida»,
se afirma en La amortajada, lo que
entraña un vínculo muy compacto entre vida y muerte, vinculándose a su vez con
la realidad a través de la literatura, lo cual supone un primer eco del
realismo mágico latinoamericano. De este modo ambos autores tendrán una
importancia enorme en los cambios que se avecinan en la literatura de América
Latina, algo que reconocerán no pocos autores de los años sesenta en adelante.
A los relatos
mencionados se unen varios textos breves -El
árbol o Lo secreto entre ellos-
con una prosa muy particular de ritmo pausado y una cadencia escalonada que llega
incluso a transmitir lo que se narra de un modo rutinario. Hay un vago rumor
decimonónico en esa prosa. Destacan los personajes femeninos, que parecen vivir
predestinados al matrimonio, a la nostalgia, a la inevitabilidad de una
nostalgia por lo que no pudieron ser -esta es, casualidad, una definición de la
Saudade evocada por el fado
portugués-, pero al mismo tiempo son mujeres que transmiten una enorme sensualidad
y que reaccionan a la fatiga vital, se enfrentan a esa rutina que les ha
envuelto a lo largo de su existencia. Se rebelan a la misma. Las mujeres de sus
relatos recuerdan vagamente a muchas de las mujeres que aparecen en la Biblia.
María Luisa Bombal afirma en una entrevista que la Biblia tuvo una enorme
importancia para ella como escritora, pero que no interpreta ni inventa lo que
se cuenta en ella, sino que sabe «lo que
pasó entre el hombre y Dios». Son personajes, los suyos, que, como los
bíblicos, poseen no poca fascinación al ser trágicos, al poseer unos rasgos
trágicos sin que por ello les pueda uno juzgar en absoluto.
Quizá la tragedia estaba
latente en el ambiente, en su propio carácter, en su vida que tuvo momentos
fatídicos, incluso funestos. Vive una relación complicada con un hombre a quien
conoce en el barco durante su regreso a Chile, relación apasionada sin duda,
con momentos aciagos, con un intento de suicidio de por medio por su parte e
incluso un intento de asesinato que le lleva a prisión durante varios meses. Se
casó también, en aquellos años, con el dibujante e ilustrador Jorge Larco, que
la retrató, un matrimonio que buscaba por ambas partes escapar de la soledad,
convertirse en una mera fachada formal -él era homosexual en una sociedad donde
serlo resultaba difícil- y que acabó mal.
Se traslada en 1944 a los
Estados Unidos donde se casa con un noble francés. Comienza a trabajar para la
Unesco, tiene una hija, Brigitte, y todo parece estabilizarse de algún modo.
Pero sigue dominada por un sentimiento de soledad y desasosiego, quién sabe por
qué no logra desasirse de ese spleen
del que habla Baudelaire, y que es un rasgo muy de época, de ese
existencialismo tan presente a lo largo del siglo XX y del que resulta difícil
escapar.
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