En 1975 quedaba finalista
al Premio Planeta una novela de Víctor Alba, El pájaro africano, sospecho que hoy en el limbo de las librerías
de viejo, que narra la historia de un joven militante de las juventudes del
POUM que conoce las vicisitudes de la Guerra Civil y los primeros años de la
posguerra. Víctor Alba fue militante de aquel partido doblemente olvidado e
intentó recuperar hasta su muerte, en 2003, su memoria. Diez años después de la
publicación de esta novela, Manuel Vázquez Montalbán publicó El pianista, que cuenta la vida de otro
militante del POUM en tres momentos distintos, y contrapuestos, de la historia
española. Vázquez Montalbán era militante del PSUC y cuando preparaba su novela
formaba parte incluso de su Comité Central. El proceso de documentación de la
misma le llevó a valorar y cuestionar el papel de su organización en aquellos
años complicados y su participación en unos hechos difíciles de justificar,
desde luego no como se justificaron en 1937, cuando se ilegalizó el POUM y se le
reprimió, desapareciendo incluso su máximo dirigente, Andreu Nin. Diez años
después de El pianista, se estrenaba
la película Tierra y Libertad, del
director Ken Loach, que nos presenta las vicisitudes de un voluntario británico
que se incorpora a las milicias del POUM y es testigo de los primeros meses de
guerra en España y del enfrentamiento en la retaguardia republicana de
Barcelona.
A pesar de estos tres
testimonios de la literatura y del cine, a pesar también del empeño de algunos
historiadores y simpatizantes de aquella organización por recuperar su
historia, no podemos decir que hoy el POUM sea algo más que una nota a pie de
página en la muchísima documentación y estudios sobre la República española y
la guerra civil. Fundado en 1935 y disuelto en 1937, en buena medida por el
empeño de las autoridades de la URSS por aplastar toda crítica desde la
izquierda a la dictadura de Stalin y a los procesos de Moscú, hubo un interés
por borrarlo del todo. El franquismo por motivos obvios: el POUM era una
organización marxista y los hechos de mayo del 37 no dejaban de ser un
rifirrafe entre comunistas. Los historiadores afines del PCE-PSUC, por las
dificultades de asumir un momento sin duda vergonzante o al menos cuestionable
de su historia.
Hubo, eso sí, antiguos
militantes del POUM que intentaron mantener viva la memoria de su organización
y fueron muy activos durante la transición por recuperar la historia, por
contarla y que se conociera. No fue fácil. No podemos decir que hubiese en el
nuevo país en proceso permanente de reforma mucho interés en remover el pasado,
sea porque las cosas estuvieran atadas en beneficio de un sector, sea porque el
pasado tiene siempre sus repercusiones, y hubo un acuerdo por no convertirlo en
arma arrojadiza en los equilibrios difíciles del momento. Más cuando los hechos
relativos a este partido apenas se conocían más allá de los ámbitos militantes.
Sin embargo, siempre fue
importante, intenso, sugestivo escuchar, se estuviera o no de acuerdo con sus
planteamientos, a aquel puñado de militantes que, ya ancianos, con el aporte de
la edad, contaban sus lances, dilemas y desenlaces con el sosiego que aporta
los lustros transcurridos. Más en un país como España, donde se dan tantos
cortes generacionales y hay la sensación de tener que empezar siempre de cero.
Poco a poco fueron
muriendo. Ley de vida, dícese. Una de estas personas, sin duda una de las
últimas, fue Teresa Carbonell, que murió el pasado 13 de abril en Francia. De
hecho, durante la guerra apenas era una niña que empezaba a asomarse a lo que
pasaba a su alrededor. Pero era hija de militantes del POUM que ayudaron y acogieron
en su casa a algunos compañeros que sufrían la persecución desatada en aquella
primavera del 37. Entre ellos, Wilebaldo Solano, secretario general de la JCI,
las juventudes del POUM. A comienzos de la década de los cincuenta Teresa
Carbonell se trasladó a París por motivos de estudios y allí se reencontró con
Solano, devenido secretario general del Partido en el exilio. Se casaron y a
partir de entonces vivió de primera mano la historia. Por su casa pasaron
militantes propios y de otras organizaciones. En cierta manera, se convirtió en
archivera, secretaria, cronista, mecanógrafa de la organización. Sin duda, fue
el suyo un papel subalterno en un mundo de hombres, aun cuando el POUM
cumpliera un papel fundamental en la igualdad, pero sin duda esa labor en la
sombra le permitió conocer con profundidad la realidad de la organización y
muchas veces, cuando se les trataba juntos, a Wilebaldo Solano y a Teresa
Carbonell, se podía intuir que a pesar del caudal de información y de análisis que
aportaba él, a quien se debía escuchar con suma atención era a ella. Aportaba
sosiego a sus recuerdos, lo que no significa falta de pasión.
Wilebaldo Solano murió en
septiembre de 2010. Teresa Carbonell siguió contribuyendo con su granito de
arena en la recuperación de la memoria. Su muerte apenas ha transcendido poco
más allá de los ámbitos militantes e interesados por aquellos hechos. Coincide
además con la de Vargas Llosa y la del Obispo de Roma, nada menos, como si la
historia insistiera en que la historia de esos hombres y mujeres quedara en una
nota al pie de página. Pero qué duda cabe que con su muerte arde también una
memoria, una pasión, una sabiduría siempre tan rabiosa de vida.