domingo, 9 de julio de 2023

Las fronteras de dentro

 


Las fronteras no son sólo los límites de los Estados, las líneas más o menos reales o ficticias que marcan los confines de los países, establecidas siempre por leyes, convenios y acuerdos que a menudo resultan de conflictos armados, guerras que provocan muertos –aunque muchas veces las fronteras estables y ordenadas los siguen provocando, demasiados muertos siempre, sin necesidad de declarar la guerra–, y que en ocasiones son fuente de tensión, de discusión, aunque hay rencillas que han quedado en el olvido, que ya no crean tensiones, las vemos como límites normales entre Estados.

Por ejemplo, España tiene varios tipos de fronteras. Unas son exageradas, duras, defensivas: las fronteras de Ceuta y Melilla, convertidas ahora en la frontera sur de Europa, con concertinas durante un tiempo en lo alto de las vallas, sustituidas ahora por barrotes, y fuerte presencia policial. Nada tiene que ver con éstas la frontera de Olivenza, territorio reivindicado por Portugal, país que no reconoce el trazado fronterizo actual, aunque ya dé igual, no existe presencia policial, ambos Estados son firmantes del Tratado de Schenger, sólo la falta del cartel anunciador de que se entra en Portugal indica que algo hubo hasta hace bien poco. Algo parecido ocurre con la frontera del Bidasoa, afectada por varios conflictos –la ocupación de Navarra por Castilla, en 1512, la guerra Hispano Francesa entre 1635 y 1659 y que terminó con el Tratado de Westafalia, la Guerra de Independencia entre 1808 y 1814–, con esa curiosa Isla de los Faisanes cuya soberanía es compartida entre Francia y España. El nacionalismo vasco reivindica, por su parte, la unidad de un País Vasco dividido entre los dos Estados. Hay lugar también a cierto absurdo, como la de la localidad de Riohonor de Castilla, en Zamora, o Rio de Onor en la región de Trás-os-Montes, una misma localidad dividida entre dos países.

Existen también las fronteras asépticas de los aeropuertos, con una zona que no pertenece al país donde estén ubicados, pura ficción, y que suelen ser accesos fríos, parecidos unos a otros, incómodos a pesar del diseño.

Pero las fronteras de las que habla José Miguel Aragón en su libro de relatos Las fronteras de dentro son bien distintas, están formadas por tópicos y prejuicios, por desconocimiento y temores, aparecen en la cotidianidad, a menudo por hechos intrascendentes que dan luz a personas que no son de aquí, no las reconocemos muchas veces, ni los vemos a veces, o las reconocemos de repente, casi por casualidad. Las suyas son historias sencillas, rutinarias, personas con quienes se cruzan todos los días o con las que compartimos espacios –un edificio de viviendas, un equipo de fútbol, una biblioteca, un lugar festivo o vacacional– y tras las cuales, de pronto, discernimos una historia más intensa, profunda y a menudo dolorosa.



José Miguel Aragón se refiere sobre todo a un grupo concreto de emigrantes, los que llegan a la península saltando las vallas o en patera, que deambulan sin papeles, viven una situación irregular, con trabajos sin contrato, cuando consiguen un trabajo, o venta callejera, los Top-manta, el autor los conoce bien a partir de su actividad en la Asociación El Olivar de Madrid, que presta ayuda y techo a algunos de ellos.

La inmigración en España se ha convertido en debate público y tema de campaña electoral. No siempre para bien, el debate se ha enredado de tal forma que se asocia inmigración con inmigración irregular o, peor aún, con delincuencia. Aunque sí, también hay personas extranjeras, entre ellas algunos sin papeles, que delinquen, no hablamos de héroes de cine o de santos sempiternos, no son, al fin, ni mejores ni peores que la gente local, pero ciertos planteamientos oportunistas, interesados y alarmistas quieren dar una visión catastrofista, cuasi terrorífica, aun cuando los que delinquen sean los menos. Mientras, en los cultivos, los servicios y las obras miles de personas inmigradas ejercen sus labores con absoluta normalidad, cualquier cosa que sea esto de la normalidad. La realidad, en consecuencia, admite varias tonalidades, lo que nos lleva a no asumir ni un discurso buenista ni la constante acusación malintencionada de una inmigración siempre conflictiva. Esta evidencia, en todo caso, nos fuerza a plantear el tema en claves de absoluta equidad.

Mientras, los relatos de Las fronteras de dentro nos pueden ayudar a una mirada diferente a la que, por desgracia, se nos impone en estos tiempos aciagos.

 

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