Ya lo comentaba Aymeric
Pinaud en el siglo XII, el de los vascos era un país de muchos montes y gente
ruda. Abundan en sus montañas la hierba verde, los robles y las hayas, las
encinas y los tejos, aunque hace tiempo se introdujeron los eucaliptus, por
exigencia sobre todo de la industria del papel, algo que se ha empezado a cuestionar
en los últimos años, incluso más allá de los ámbitos medioambientalistas. Lo
menciona de pasada, como una reflexión secundaria de su protagonista, Txani
Rodríguez en su novela Los últimos
románticos.
Pero no sólo las
papeleras han modificado la naturaleza, lo sabemos bien en el País Vasco, estamos
en una zona industrial, incluso ahora, aun cuando ya no existan los Altos
Hornos de Vizcaya o se hayan abandonado las minas. Abundan en el país las
fábricas, los talleres, los barrios de edificios altos, las carreteras, los
puentes, las vías del tren. Muchas montañas muestran las heridas de su
condición, antaño, de canteras o minas a cielo abierto. De momento, el verde es
el color que lo domina todo, un verde intenso y vivo. Llueve en abundancia,
aunque a todas luces mucho menos que hace unos lustros, quien ya tiene cierta
edad lo sabe. Hace más calor y en los últimos meses hemos vivido olas de calor
que, aunque cortas, nos llevan a pensar que los ironías de una Vasconia
tropical ya no nos las podemos tomar a chufla. Tres cuartas partes de la
Península pueden ser en 2050 zonas desérticas y sólo el Cantábrico se salvaría,
aunque con un clima que se parecería al que tenía hasta ahora el Mediterráneo. En
Álava o en Navarra se empiezan a cultivar frutas que son más bien de otras
latitudes, más de secano.
La crisis ecológica ya
está asumida, sólo un puñado de iluminadas la niegan. Ha entrado en la agenda
de gobiernos y organizaciones internacionales. Se realizan cumbres en tal
sentido. La catástrofe, dicen, puede dar lugar a otras oleadas de emigraciones
tan intensas como las que producen el hambre o la miseria. Está en boca de
todos lo sostenible o la necesidad de que la producción se adapte a las
circunstancias.
Claro que todo indica que
en la práctica estamos más bien inmersos en el ámbito del discurso y las buenas
intenciones. La realidad va por otros derroteros. En esta Vasconia donde se
dice que el medio ambiente es una de las mayores preocupaciones colectivas aún
no hemos llegado a propuestas estrafalarias como la de luchar contra el cambio
climático cultivando flores en los balcones, pero se habla de la gravedad del
problema mientras se inauguran ramales de autopistas, nuevas autovías que
rodean las ciudad –la super sur en
Bilbao– o túneles subterráneos para comunicar por carretera los dos márgenes de
la ría. No parece que la gestión de las comunicaciones se planteé desde la necesidad
de reducir el tráfico de automóviles. Al mismo tiempo, se avanza en el proceso
de trasladar Mercabilbao desde su ubicación actual, en Basauri, a las campas de
Ortuella, una de las pocas zonas verdes en la Margen Izquierda, que es,
recuérdese, una de las comarcas más pobladas del país. Basauri y todo el sur de
Bilbao se destina, parece ser, a convertirse en la zona de crecimiento
urbanístico del área metropolitana bilbaína, por tanto para la construcción de
vivienda.
Si esto no fuera poco, se
recuerda una propuesta de la Autoridad Portuaria de Bilbao planteada en enero
de 2022: la de modificar el monte Serantes para construir dos superficies en
sus laderas para un uso logístico e industrial. Se trataría de que el Puerto de
Bilbao ganara casi 150.000 metros, para lo cual se necesitaría retirar dos
millones de metros cuadrado de tierra. Todo un corte para un monte cuya silueta
se distingue en buena parte de la Vizcaya occidental. Por ahora el Ministerio
para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico ha solicitado, dado que los
puertos dependen del Estado, un estudio del impacto ambiental.
No tiene que ver con el
proyecto, pero ya en abril se llevó a cabo en el Serantes un corte de pinos en
la ladera norte del monte, auspiciada por la Diputación Foral de Vizcaya, lo
que motivó algunas protestas en Santurce.
El Serantes es uno de los
montes más pintados, aparece en numerosos cuadros que podrán alimentar algún
día, al paso que vamos, la nostalgia por una naturaleza que habrá desaparecido.
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