Stefan Zweig, escritor
centroeuropeo, cosmopolita, europeísta convencido avant la lettre, añoraba
en sus memorias, El mundo de ayer,
memorias de un europeo, aquel tiempo en Europa en que las fronteras apenas afectaban
a su población, eran meras referencias, hasta aquí mi país, a partir de aquí el
tuyo, que podían ser cruzadas sin problemas, incluso sin necesidad de
pasaportes, no digamos de visados o de tensas entrevistas en los puestos
fronterizos, qué viene a hacer, a quién conoce, dónde permanecerá, qué
visitará, en las que no se puede mostrar la más mínima contradicción que haga
dudar al funcionario de turno que no haya otra intencionalidad, mucho menos que
haya pretensiones de quedarse como migrante irregular.
No sólo las fronteras fueron
porosas dentro de Europa durante bastante tiempo, también lo fueron, lo han
sido hasta hace bien poco, las de otros países, como los americanos, por
ejemplo, a los que tantos europeos acudieron como emigrantes económicos, que
huían de la pobreza en Europa, la pobreza que asolaba entonces a los países
escandinavos, a Irlanda, a los países latinos del sur, a los países del Este, a
los balcánicos. América estaba necesitada también de mano de obra, fue una
oportunidad para muchos de estos países de favorecer un crecimiento económico,
pero también social y cultural. Se trataba de un crecimiento colectivo, pero
también personal. Pío Baroja escribió un relato corto en el que habla de un
indiano, un vasco que se enriquece al otro lado del Atlántico y regresa mucho
después a su pueblo de origen tan añorado. Los más no regresaron, se quedaron
en los países de acogida y sus descendientes cuentan muchas veces con orgullo
las raíces familiares en cualquier rincón de Europa.
Esa libertad de
movimiento transfronteriza se acabó en Europa poco antes de la primera guerra
mundial. El enfrentamiento entre los Estados supuso de pronto que se reforzaran
los puestos fronterizos y que surgieran los trámites para su paso, los permisos
de tránsito, los pasaportes, el control de estancias. En abril de 1917 Lenin,
que vivía en Suiza, parte de la estación de Zurich, mientras por casualidad Stefan
Zweig se paseaba por las calles de esta misma ciudad, había huido de una guerra
en la que no quiso participar, y atraviesa varios países en tren para alcanzar,
el 16 de abril, Petrogrado y así contribuir, seis meses después, a la primera
revolución socialista del mundo. Ese viaje requirió de uno y mil trámites
burocráticos y de contactos políticos para poderse realizar. Cinco lustros más
tarde su gran camarada en la aventura revolucionaria, Trotsky, vive una
situación parecida al abandonar primero la URSS al caer en desgracia y después
Turquía, su primer refugio, y tener que vagar por varios países, entre ellos
varios europeos, sin que ninguno le diera el permiso de permanecer en él, hasta
encontrar la solidaria acogida de Lázaro Cárdenas, presidente de México. En
este caso, los trámites para cruzar fronteras o permanecer en algunos países se
debió a ser quien era y al interés de mantener o al menos aparentar una buena
relación diplomática con la URSS y su mandatario, Stalin, que ya no estaba tan
interesado, al parecer, en expandir la revolución como prioridad, sino de un
nuevo modelo de relaciones internacionales. En todo caso, miles de personas se
vieron afectadas en su movilidad transfonteriza en Europa. Nacía de este modo
la política de fronteras como instrumento de la política internacional y cuyas
consecuencias las sufrían los ciudadanos en forma de trabas burocráticas.
No ocurría entonces lo
mismo en América, cuyos países seguían acogiendo trabajadores europeos -también
asiáticos- por razones sobre todo económicas, pero también, en los años
treinta, refugiados políticos que huían del nazismo, del fascismo italiano, del
Novo Estado portugués -a finales de
los treinta también de la España franquista- y de la dictadura estalinista. En
ese momento, África -con la excepción de Etiopia- y buena parte de Asia se
hallaban sometidas al colonialismo, por lo que sus territorios formaban parte
de los imperios respectivos y a su población le afectaban las mismas leyes, más
permisivas o no, de movimiento que en Europa. La descolonización cambió esta
situación, surgieron más Estados y los movimientos migratorios se tuvieron que
adaptar a los nuevos tiempos. Desde luego, las cosas no volverían a ser como
las descritas por Stefan Zweig, aunque es verdad que en Europa, sobre todo a
finales de los noventa, una vez cayeron las dictaduras estalinistas, pudo
parecer que las condiciones volvían a ser parecidas a lo descrito por el autor
austriaco para las poblaciones europeas. Claro que dicha apertura de fronteras no
incluía a los ciudadanos extracomunitarios y además se podía suspender a
voluntad de los dirigentes políticos por razones de protestas globales y más
tarde con el tema del terrorismo internacional.
De este modo, hemos
llegado a la situación actual en la que miles de personas se mueven por el
mundo por razones económicas pero también, por desgracia en esto tampoco el
mundo ha cambiado en absoluto, por razones de persecución, y con lo que se
encuentran ahora son con barreras físicas -los muros de alambres que cierran
las fronteras- y también mentales, el rechazo de las poblaciones en los países
de destino con argumentos simplistas cuando no tergiversadores de la realidad.
En estos momentos miles de personas se concentran en Turquía, Libia, Argelia o
Marruecos con intención de dar el paso al otro lado del Mediterráneo,
convertido en un cementerio marino, pero también se concentran a las puertas
mismas de Europa, en Grecia o en Eslovenia, a la espera de poder ir más al
norte.
Se han bloqueado las
fronteras, se ha creado incluso en Europa un organismo comunitario para
gestionar la frontera sur, el debate político y legal es intenso, con
argumentos que suenan añejos y hasta en ocasiones dan miedo. Mientras, se
amontonan miles de personas al otro lado de las alambradas. Desde el punto de
vista del discurso -el discurso en los debates públicos cuando los hay o de
cómo recogen el problema los medios de comunicación- llama la atención, y
escandaliza, que se empleé con frecuencia un lenguaje bélico, se habla de
asalto de las fronteras por parte de los que esperan al otro lado, de invasión
incluso, como si estuviéramos frente a ejércitos armados hasta los dientes, se
habla también de infiltraciones de peligrosos sujetos al servicio de causas
enemigas. Se evitan los casos individuales en la medida de lo posible para
impedir que los dramas concretos pudiesen empañar las políticas de los Estados,
que no se cuestione ni un ápice la gestión de este drama. El lenguaje de nuevo
como campo de batalla.
Por ello también, para
dar otra visión, para proyectar otra imagen que no sea la de las versiones
oficiales, resulta necesario, por no decir imprescindible, que surjan desde el
periodismo otras visiones, sobre todo en temas que resultan cuanto menos
lejanos, no los podemos conocer en primera línea. En este sentido, el
documental Tarajal. Desmontando la
impunidad en la frontera sur, de Xavier Artigas, Xapo Ortega y Marc Serra,
producido por Metromuster, nos da una visión desde luego no objetiva, el título
es ya indicador de la finalidad del mismo, pero sí bien documentado para
completar cuando menos la versión oficial de unos hechos que tampoco van a ser
objetivos, versiones oficiales que, es lógico, pretenden legitimar la acción
del Estado. Resulta evidente que se ha elevado a categoría una objetividad que
nunca va a existir en realidad, que tendríamos que aceptar como imposible o en
franco desuso. No se busca por tanto en las versiones oficiales así como en los
documentales críticos contar una verdad absoluta, incuestionable, sino
establecer unos criterios con los que formarse una idea de lo que pasa, lo que
en los manuales periodísticos llaman una opinión. En consecuencia, se vuelve
inevitable que a todo discurso se proyecte otro, crítico a todas luces. Como
campo de batalla que es, el lenguaje no es inocente, limita o desdibuja los
hechos ocurridos sobre los que proyectamos nuestras interpretaciones. Claro que
los hechos existen, están allí.
Y los hechos de los que
hablamos ocurrieron en febrero de 2014, cuando unas doscientas personas
intentaron pasar por mar el espigón de El Tarajal para acceder a la zona de
Ceuta, territorio español, y se encontraron con un cordón de la guardia civil
que procuraba evitar el paso de la frontera. El resultado fueron quince
personas ahogadas y varios desaparecidos, tras lo cual se abrió una
investigación judicial que acabó con la absolución de los agentes acusados. Y
esta certeza de la muerte quizá debería ser de por sí elemento suficiente para
ser consciente de lo dramático del desastre del que hablamos, uno más, aunque
también se vuelve muy necesario comprender qué está pasando. El documental
recoge testimonios de miembros de ONGs, de abogados, de guardias civiles, se
analizan las versiones oficiales sobre los hechos, todo ello ilustra aún más el
drama que hay detrás de esta realidad que sin duda es más grave y más dolorosa
de lo que se nos cuenta.
Stefan Zweig habla de
Suiza como un ejemplo de país que mantiene sus identidades al tiempo que se
muestra, en aquel terrible momento de la primera guerra mundial, solidaria con
los muchos refugiados que acuden a su territorio. Debía de ser el modelo, nos
dice, de esa Europa unida ansiada por muchos. Zweig nos habla desde la
perspectiva de una primera mitad del siglo XX en la que, pese a todo, se puede
soñar con un humanismo social progresista. Luego la realidad vino a enturbiar ese
ideal. Hasta el punto de no parecer posible cambiar un continente que, pese a
los discursos repetidos hasta la saciedad, ha dejado de ser la referencia para
lograr una sociedad mejor, un continente que repite discursos sin entender lo
que significan. El uso de las palabras ha acabado por desgastarlas.
Se puede ver el
documental en Tarajal. Desmontando la
impunidad en la frontera sur en; https://vimeo.com/155409424
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