Hay prosas que parecen paseos apacibles, avanzan entre párrafos con calma, sin apenas tensiones entre sus frases. Hay prosas que describen ciudades donde pasear, a todas luces, es un placer. Lisboa es una de estas ciudades que transmiten calma, donde pasear resulta grato. No podemos recorrerla con prisas, nos decimos, hay que disfrutar de cada esquina, de las anchas avenidas o de las calles estrechas, hay que subir las cuestas sin premura, como si la vida fuera eso, andar sin parar nunca mientras contemplamos a lo lejos el Tajo o la brillante luz que nos envuelve.
Escribir un relato que transcurre en Lisboa puede parecernos algo así. Antonio Tabucchi lo supo transmitir, supo escribir como si paseara. Cuando este escritor italiano escribía de Lisboa o de sus alrededores en realidad paseaba, flaneaba más bien, sólo cabe aquí utilizar el verbo francés flâner, y con su lectura asistimos a un paseo amable. O en apariencia amable. Porque a decir verdad, aun cuando la palabra pasear nos sugiera algo placentero, no siempre paseamos en busca de disfrute, muchas veces es una forma de afrontar los demonios. En efecto, la cotidianidad esconde a menudo demasiados demonios, brechas que se abren y que nos trasladan al otro lado de la realidad, a un mundo que es lo opuesto a lo que vemos, a lo que queremos ver.
De este modo, las ciudades hermosas como Lisboa esconden entres sus esquinas también el horror. Quien visitara y recorriera la ciudad durante décadas, por los años treinta, cuarenta, cincuenta o sesenta, podría embragarse con una ciudad modesta, provinciana, periférica, podría dejarse llevar por sus rincones y dejar pasar el tiempo mientras se toma un café, pero ¿sería acaso posible no descubrir entre las brechas de la realidad el horror, el lado oscuro de una dictadura, de una normalidad anormal, de una normatividad que poco tiene que ver con la justicia? Pereira vive, en efecto, así lo vemos, al margen de una cotidianidad que posee sus claroscuros. Pereira sólo vive, así lo creemos, para sus escritos, sus lecturas de autores franceses del siglo XIX, sus cuitas por una salud que empieza a resquebrajarse. Pereira quiere mantener la normalidad de su vida cotidiana, pero la realidad se impone al final, nos confronta con el mundo, nos exige tomar partido porque nada, al final, nos es ajeno.
Así, el paseo supone también una forma de mirar la realidad. No sólo se trata de contemplar las fachadas y embelesarnos con ellas, también de comprender lo que vemos y asimilar lo que representa, porque en gran medida somos también parte del paisaje, nos entendemos a partir de él, nos convertirmos en una parte fundamental del mismo y el paisaje se vuelve parte de nosotros. Por tanto, aprehendemos la parte de horror que distinguimos a través de las brechas. Por ello hemos de empezar a reconocerlas, como Pereira, que al final las incorpora a su cotidianidad y se ve obligado, si quiere continuar siendo él mismo, a actuar en consecuencia. No es fácil, no siempre se toma la decisión adecuada, nos vemos arrastrados casi sin voluntad y sólo nos queda la escritura como forma de caminar entre el horror cotidiano o ante la cotidianidad que esconde horrores.
A veces la escritura se plantea como recuerdo, como ejercicio de memoria. Hay paseos que lo son: recorremos calles, plazas y avenidas que antaño vimos de una forma y hogaño las volvemos a recorrer para recordar en cierto modo las brechas que entonces no vimos o no quisimos ver. Incorporamos entonces el horror de otra forma, aun cuando no se pierda muchas veces la aparente placidez del paseo, de la escritura pausada, aunque no por ello menos realista u horrenda, quién sabe.
Antonio Tabucchi fue un maestro en la escritura pausada que sin embargo no oculta el horror. En algunos de sus cuentos, tal vez la brevedad obliga, es más directo en la muestra del lado oscuro, pero en las novelas se encara de otra forma al horror, de un modo más tenue, quizá, en apariencia más esquivo, pero al final allí lo vemos, en toda su envergadura, todo el horror que la vida es capaz de contener.
No hay comentarios:
Publicar un comentario