Se
dice al inicio de esta novela que sólo es fértil la tierra sobre la que se ha
sufrido. Con ello, Paloma Díaz-Mas nos avisa de la intensidad de una historia
que cuenta la vida de Arnau de Bonastre, señor feudal que recorre, de acuerdo
con la noción de la rueda de la fortuna, muy propia del medioevo, varias fases
vitales, todas ellas desiguales, todas ellas contradictorias, pero que indican
la variabilidad humana, las diversas existencias posibles que habitan en una
sola persona, esto es, los varios tiempos por los que pasamos cada uno de
nosotros tal como afirmaba el salmista, con sus pasiones y sus miserias, sus
bondades y sus torcimientos, con sus alegrías y sus penalidades. No sólo él
atraviesa varias fases existenciales, su vida recorrerá varios cauces, también
muchos de los otros personajes lo harán, cambiarán, se transformarán, a mejor o
a peor según los casos, con lo que apreciamos que el río de la vida no es
siempre el mismo río, aunque cabe preguntarnos si la persona, tal vez su esencia,
sea siempre la misma.
Es un tema atemporal, sin duda. Aunque en La
tierra fértil los personajes son de su tiempo. La autora, buena conocedora
de la (mal)llamada Edad Media, de su riqueza cultural, pese a los tópicos, de
las formas de relación social, de las referencias de época, la Biblia o las
narraciones caballerescas, de la brutalidad también, aunque qué tiempo no
contiene en su haber intensas dosis de brutalidad, nos ofrece un retrato
certero de un momento dado de ese largo periodo de la historia que en absoluto
fue obscuro, como nos dicen. No son sus protagonistas como aquellos personajes
de otros relatos que actúan según cánones actuales y que muchos autores los
trasladan a otras épocas, sin tener en cuenta que los valores y las pasiones
cambian, aunque todos respondamos, en cualquier tiempo o lugar, a los mismos
impulsos. Hay novelas o películas que introducen incluso aspectos actuales que
en modo alguno se dieron entonces. Adentrarse en esta novela es a todas luces
atravesar con veracidad un mundo que influyó en todo lo que vino después.
El
relato aporta un momento vivencial. Corremos el peligro, quizá inevitable, de
llevar a cabo una lectura acrónica o una interpretación desde nuestro tiempo.
Pero qué duda cabe que todo ha cambiado, se han trastocado no pocos aspectos.
Aunque habría aquí que recordar que la historia no es desde luego lineal, como
indican los paradigmas del progreso continuado tan propios de la modernidad,
ahora cuestionados, se imponen las evidencias del presente para darnos cuenta
de que el retroceso es posible, con sus crisis globales, con la imposibilidad
de solucionar, pese al desarrollo tecnológico, problemas que parecen ya
sempiternos. No en vano hay quien insinúa que estamos en una nueva versión de
la edad media, con la crisis de los imperios y los desequilibrios
territoriales. Aunque puede que sólo sea mera retórica sin mucha base real.
La
novela apareció en 1999, poco más de un año antes de que comenzará el nuevo
siglo. Hemos sufrido en este primer cuarto del mismo una pandemia que recuerda
las que se dieron en otras épocas y hemos sufrido guerras que se legitiman en
grandes principios y discursos grandilocuentes pero que, como todas las
guerras, buscan el mero beneficio económico de las élites. Esto no cambia,
ciertamente. Tal vez lo interesante es fijarse en lo que cambia, en lo que fue,
en lo que queda de aquellos valores y de las formas que ya no son, aunque
perduran. Somos al fin y al cabo un producto del tiempo.