En 2010 el director de
cine Héctor Olivero presentaba su película El
Mural en la que narra el paso del pintor y muralista mexicano David A.
Siqueiros por Argentina. Ahí recibió el encargo de pintar un mural en el sótano
de la mansión del empresario periodístico Natalio Botana, todo ello en medio de
una crisis generalizada y un acentuado conflicto social.
La película recoge a la
perfección el ambiente del país en aquel año de 1933. Crisis, movimiento obrero
en alza, un cada vez mayor activismo fascista que ensalza a Mussolini y a un
Hitler recién llegado al poder en Alemania, una división en la burguesía entre
un sector muy derechizado, nacionalista, y una burguesía liberal más cultivada
y cosmopolita, todo ello en un ambiente que no distaba de lo que ocurría en
Europa. No en vano, como ejemplo de la comunicación entre las dos orillas, el
arte y la literatura latinoamericanos estaban muy ligados a lo que estaba
pasando al otro lado del Atlántico. Las vanguardias atrajeron a los artistas
latinoamericanos que a su vez, con sus obras, impactaron entre sus colegas
europeos. Los murales de Siqueiros, como los de Diego Rivera o José Clemente, embelesaron
a los surrealistas en una admiración que fue creciendo.
Los escritores
latinoamericanos, por su parte, conocían Europa, París era ya un foco de
atracción internacional, pero a su vez, comenzó a establecerse, después de
lustros dándose la espalda, el contacto entre escritores latinoamericanos y
españoles, vínculo que se siguió manteniendo con los escritores españoles del
exilio, tras la desgraciada guerra de España, muchos de ellos refugiados en los
países sudamericanos.
Pero además la película
refleja un momento álgido en el compromiso político no sólo de los cenáculos
artísticos o literarios, también de numerosos núcleos obreros que comenzaban a
cuestionar con fuerza el (des)orden del mundo. Siqueiros, al igual que Pablo
Neruda, que también aparece en la película, eran comunistas convencidos, partidarios
acérrimos de la Unión Soviética, lo que no les impedía ciertos tics que hoy
censuramos como machistas. Además, la cinta sugiere también el fraccionamiento que
sufrió el movimiento comunista internacional, con corrientes que se desmarcaron
del estalinismo, incluso antes de que comenzaran los procesos de Moscú, que
reflejaron el lado más terrible de lo que había acabado siendo el país de los
Soviets. De hecho, tales divisiones fueron el motivo que enfrentó a Siqueiros con
Diego Rivera, afín a Trotsky, quien contribuyó a que el revolucionario ruso
fuera acogido en México, el profeta desterrado.
En gran medida, el exilio
de Trotsky simbolizó las expectativas pero también la tragedia
de los primeros decenios del siglo XX. Su asesinato, junto con la IIª guerra
mundial, supuso el final de una etapa de esperanza y creatividad. Aunque ya
había visos del desencanto que empezó a bullir en aquellos años. La escritora
Ana Rodríguez Fisher lo ha mostrado con enorme delicadeza en su última novela, Antes de que llegue el olvido, publicada
el año recién acabado por la editorial Siruela, la manera como la desesperanza
se apodera de la realidad, se convierte en desencanto, en decepción y pesimismo.
Pensar en ese periodo de
entreguerras, cuando estamos conmemorando año tras año el centenario de muchos
de sus lances, nos lleva a plantearnos el periodo actual. Pese a todo, y sobre
todo pese al desastre final, no podemos dejar de contemplar, a menudo con no
poca envidia, la enorme libertad creativa, la imaginación vigorosa y el anhelo
de libertad con que se vivió en aquel tiempo. Hubo sombras, no cabe ninguna
duda, pero también muchas luces. Los desfavorecidos de Europa y América
elevaron su voz reclamando una dignidad que el sistema capitalista no les
proporcionaba. Los desfavorecidos de África y de Asia se levantarían después,
pero sus victorias y sus utopías duraron bien poco, mucho menos que las de los
primeros cuarenta años del siglo XX. Pero hoy ni siquiera contamos con muchas
expectativas emancipatorias, el panorama es tan desolador que a veces parece
mejor mantener las pequeñas parcelas conseguidas. El auge del racismo es
pavoroso, ya ni siquiera se oculta por vergonzante la jeringonza racista, se
defiende un neoliberalismo extremo que crea miseria imposible de tapar por los
datos triunfalistas de la macroeconomía. La cultura, incluso la educación, se
arrincona, incluso se repudia abiertamente. Hay una exaltación de la incultura,
de la brutalidad, del egoísmo. Da miedo lo que a veces intuimos que puede
llegar a ser el mundo de los próximos años.
En El Mural contemplamos como ese mundo libre, creativo y sugerente
del periodo de entreguerras tiene muchos claroscuros, el paraíso apenas logra esconder
sus malandanzas. Pero lo fue, un atisbo de libertad y de creación. No obstante,
el mundo se empeñó una vez más en mostrarnos siempre su lado más siniestro. El
gigante que fue aquel periodo tal vez tuviese los pies del barro, lo que nos
ha conducido a esta nadería de ahora, cien años después. Claro que, dicen, nada es
para siempre, ni lo de entonces ni lo de ahora.