Toda ciudad es una realidad
poliédrica en la que caben varias realidades que en ocasiones establecen
relaciones entre ellas. No siempre es fácil ni cómodo gestionar esa pluralidad,
más cuando algunas de esas realidades rozan e incluso se establecen en la más
absoluta marginalidad, no sólo física o social, también mental. Inmersa en la
misma hallamos el tema de la emigración y sus consecuencias. No sé -ni me gusta
por de pronto plantearlo así- si podemos en todo caso calificar la emigración
como problema, porque al término problema
le asignamos por lo general un valor negativo, conflictual, y si partimos de
este modo, hablando de un problema, es como si ya lo estuviéramos sojuzgando,
aunque tampoco se puede ignorar las dificultades que genera la convivencia
entre distintos. Sea lo que fuere, con frecuencia, cuando se habla de
emigración, se tiende a plantear más las consecuencias negativas que las
positivas, tal como apreciamos desde hace años, y por desgracia ahora mismo, en
la triste reacción que se está despertando en Europa, en el debate y con la
aparición de la demagogia xenófoba e incluso abiertamente racista, olvidando
incluso hoy el terrible conflicto del que huyen muchos de quienes se amontonan
a las puertas de la ostentosa Europa. Olvidamos los aportes, la pluralidad que
genera, la abertura de miras, nuevas formas de afrontar las realidades urbanas
y un modo de relacionarnos con el otro a todas luces más positivo, más intenso.
Claro que también provoca desajustes, no sólo en lo colectivo, también en lo
personal.
No obstante, no siempre están
claras las categorías. ¿Es inmigrante Tó, interpretado por Félix Fontouro,
protagonista de la película portuguesa Zona
J, nacido en Lisboa, hijo de angoleños, esto es, procedentes de un país
africano que fue hasta mediados de los setenta una colonia portuguesa, que además
poseía la consideración de provincia de ultramar, que habla un portugués
lisboeta -¿qué otro iba a hablar si allí ha vivido toda la vida?-, que se
enfrenta a los problemas de su generación, cualquiera que sea el origen de
quienes la conforman, esto es, trabajo, amor, cotidianidad, futuro? Es evidente
que a los ojos de muchos Tó es un inmigrante más, es de fuera aun cuando haya
nacido en Lisboa y tenga nacionalidad portuguesa, no deja de ser un negro, no
es de los nuestros, se le asocia a todos
los clichés a ojos de quienes se mueven en la mera simplificación, que parten
del nosotros y ellos, poco importa
donde haya nacido, vivido, crecido y aprendido. Claro que el propio Tó lo vive
también como conflicto. Mira con nostalgia hacia Angola, país que, por otro
lado, tampoco conoce más que como referencia familiar y grupal, la de la
comunidad angoleña en Lisboa. Lee sobre ese país que descubre como lo descubriría,
al final, cualquiera de nosotros. En su caso, ese acercamiento se deba tal vez
del hecho de que no acaba de sentirse a gusto en Portugal, a veces el rechazo
surge de uno mismo, no de los otros, claro que en su caso no es fácil adoptar otra
actitud cuando una y otra vez te recuerdan que no eres de aquí, aunque seas de aquí, que eres distinto al nosotros, aunque tal vez él no lo sienta
así, no acepte sentirlo así, porque el color de la piel no debería indicar nada
más allá de un aspecto físico más.
Hay además otra coordinada que incide en su individualidad, la de su
pertenencia a una clase social, la de vivir en un barrio extremo, la de la
marginalidad. Tó se incorpora a una banda, pero en ella no sólo hay negros,
también blancos y mulatos que viven las mismas condiciones sociales. Somos
también poliédricos como individuos y no siempre actuamos como se espera que
actuemos.
Porque ni siquiera actuamos de
acuerdo a los patrones de nuestros ámbitos más estrechos, la de la propia
banda, sin ir más lejos. Tó es objeto de las ironías de sus propios colegas de
barrio al acercarse a Carla, interpretada por Nuria Madruga, muchacha
portuguesa de pura cepa, de relativa clase media, blanca y lusitana, a quien
conoce una noche en una discoteca y a quien se unirá por obra y gracia de otra
coordenada que ambos comparten, la de un profundo desasosiego familiar, la de
sentirse ajenos a unos lazos familiares que les asfixian a ambos. Por tanto, ya
vemos a Tó moviéndose bajo tres coordenadas: la étnica o racial, la social y la
afectiva, determinadas las tres por una serie de identidades e identificaciones
que irán construyendo un poliedro no siempre fácil de manejar ni, es evidente,
de resolver.
Dirigida por Lionel Vieira, la
película nos reporta a otras dos cintas brasileñas -hay sin duda más, pero me
circunscribo al mundo de habla portuguesa- que conforman con Zona J un triángulo sobre amor y
realidad bastante interesante: Erase uma
vez, del director Breno Silveiro, que narra el romance de una chica bien de
Rio de Janeiro y un muchacho de una de sus favelas, y Cidade de Deus, de Fernando Meirelles y Katia Lund, que nos habla
de la tensión en una favela concreta de Rio de Janeiro. Las tres plantean un
conflicto individual en medio de un conflicto social y cultural determinante,
no siempre fácil de plantear y desde luego no siempre con final feliz, como lo
remarcan los tres relatos.
Que Zona J sea de 1998, o sea, que hayan pasado casi veinte años desde
que se estrenara indica que en Europa no se ha aprendido mucho al respecto de
la relación entre comunidades que ocupan un mismo espacio. Más bien todo apunta
a que ha habido un enorme retroceso, aunque Portugal no esté tan mal en lo que
a expresiones políticas xenófobas o racistas se refiere, apenas existen y desde
luego no se han desarrollado políticamente, como ocurre también en España,
donde a su vez los partidos o formaciones de este tipo tienen una
representación ínfima, de momento sólo en algunos pocos ayuntamientos. Claro
que esto no significa que no haya actitudes racistas en la población.
En este sentido, Zona J es un magnífico escenario para
contemplar las coordenadas en las que se mueven sus personajes, un buen reflejo
de lo que está ocurriendo en esa infrahistoria de la que hablaba Unamuno, esos
trocitos de realidad que son reflejo de la Historia y que poseen diferentes
caras.
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