lunes, 28 de septiembre de 2020

Bilbao en imágenes

 


Los reportajes que realizan los hermanos Azkona durante los años veinte del siglo pasado tienen un fuerte carácter propagandístico. Incluso alguno de ellos estuvieron sufragados por el ayuntamiento de Bilbao. Muestran el crecimiento industrial y mercantil de una ciudad que ha superado sus límites de antaño para expandirse por la planicie de Abando, el Bilbao burgués y elegante, de calles rectas y ordenadas, o por las montañas del sur, el Bilbao proletario y menesteroso, de calles y cuestas un tanto caóticas. En cierto modo, son los iniciadores de la publicidad, al menos en el País Vasco, en el sentido que hoy lo entendemos. Se busca dar una imagen de la ciudad próspera, de hecho la burguesía local, tanto mercantil como industrial, con una banca importante y una voluntad de emular la vida en Londres –la Sociedad Bilbaína– o la de París –los cafés, muchos de los edificios que se construyen–, lo que quiere es propagar una opinión propicia de sí misma a través de la imagen de la ciudad, una ciudad que se pretende moderna en un país tradicional y con dificultad para asumir los cambios. El cinematógrafo ayudará en tal objetivo.

Pero no será, sin embargo, la única imagen que se propaga de un modo interesado. El movimiento obrero pronto se organizará en la ciudad y son varios los nombres que destacan: Tomás Meaba, Facundo Perezagua, Indalecio Prieto o los hermanos Arenillas, entre otros muchos que también escribirán sobre la ciudad en la prensa obrera, pero para dar una imagen bien distinta, la de la explotación en las minas, la de la precariedad en los puertos, con el trabajo duro, sobre todo el de las sirgueras –solían ser mujeres– o la de los descargadores de los barcos, la de unos barrios insalubres y unas pésimas condiciones de vida.

De este modo, un lector atento de aquel tiempo que contemple la pluralidad de medios, y en aquel momento no eran pocos los diarios y revistas, además del cinematógrafo, tendrá una visión variopinta de la realidad. No es por tanto un fenómeno actual, el de la difusión interesada de imágenes, aunque tal vez sea tan intensa en el presente la recepción de información que al final hayamos perdido la capacidad de comprender la realidad. Lo sabemos todo, pero no entendemos nada. Pero además aparece también la información como campo de batalla, una información que a menuda deja de ser tal para convertirse en propaganda.

A su vez las ciudades aprovechan todas estas herramientas para proyectar también una imagen de sí. Desde luego la literatura no es tampoco ajena en la elucubración de imágenes idílicas, sin duda Mme. Bovary no hubiera sufrido los males de la ensoñación enfermiza si antes no se hubiese empapado de libros y artículos sobre París. No obstante los nuevos medios van más allá, hace un siglo doblaron la emisión de imágenes; hoy, la multiplican hasta el infinito. Pero hemos descubierto que esta exageración ya no proyecta una imagen real, ya no nos ayuda a conformar el puzle de las ciudades con sus aspectos positivos y sus aspectos negativos, sino que las han convertidos en meras caricaturas de sí misma, más si se trata de enclaves turísticos, de un turismo que busca más sensaciones que realidades. Venecia o Barcelona se transformaron de este modo en parques temáticos donde muchos turistas ya no llegaban para descubrir rincones, sino para toparse con la imagen forjada a base de imágenes propagandísticas.



Bilbao, a medida que dejaba de ser una ciudad básicamente industrial y mercantil, se añadían atractivos turísticos gracias al Guggenheim, a la Alhóndiga o a Euskalduna, se afamaba como polo gastronómico, frente a San Sebastián, la joya de la corona, corría el peligro de volverse uno de esos polos turísticos, de convertirse en una caricatura de sí misma, aun cuando algunos de los gestores afirmaran que el modelo Barcelona no era el suyo. Pese a todo, también es cierto que ya no era tanto la ciudad burguesa circundante a la plaza Elíptica que había sido, tampoco el proletariado actual es como el de antaño, ni siquiera La Palanca es la de entonces, la que aparece reflejada en el documental Aquella vieja luna de Bilbao, de José Miguel Azpiroz y Antonio Cristobal, no vamos a encontrar tampoco hoy las asperezas de la película Salto al vacío, de Daniel Calparsoro, ya he dicho alguna que otra vez que los bajos fondos actuales, si es posible hablar de bajos fondos, están mejor reflejados en la saga de Touré de Jon Arretxe. Se pretendió dar una imagen, pese a todo, presentar un puzle atractivo, edulcorado, paradisiaco con el que todo nos identificásemos, incluidos los habitantes de Bilbao.

La pandemia, con su dosis aguda de distopía, ha frenado de pleno esta dulcificación de la realidad mediante la difusión de imágenes amables. Todo apunta a que nada será igual, que esta epidemia lo que ha roto es el espejo en que nos reflejábamos y que algunos querían proyectar, el suyo propio, el reflejo ansiado, de un modo general. Siendo optimista, se presenta la oportunidad de reconsiderar ciertas tendencias, rechazar algunas imágenes facilonas y plantear otra realidad. Pero tiendo al fatalismo y me da la sensación de que tal tarea nos la están haciendo sin ni siquiera pedirnos nuestra opinión.

sábado, 19 de septiembre de 2020

Los hermanos Azkona y el cinematógrafo

 

En junio de 1979 un encargado del cine San Vicente de Bilbao le entrega al periodista Alberto López Echevarrieta, lo cuenta él mismo en un artículo, una caja encontrada en el local y que contenía nada menos que una copia algo maltrecha del documental Bilbao, realizado por los hermanos Mauro y Víctor Azcona, y encargado por el ayuntamiento de la capital vizcaína durante los años veinte del siglo pasado. Se consigue restaurar parte del documental, no todo, con imágenes de la ciudad y de sus habitantes, en unos años en que Bilbao está en plena expansión económica, industrial, mercantil y cultural.



Los hermanos Azcona realizan en esa década varios documentales, además del mencionado: Puerto de Bilbao, Vizcaya pintoresca, Caja de Ahorros Municipal de Bilbao, Cincuentenario de “El Liberal”, De Bilbao al Abra en fiestas, entre otros de temática bilbaína y de la margen izquierda de la ría del Nervión. También graban sendos congresos esperantistas realizados en Oviedo y en Madrid, respectivamente. Víctor había aprendido esperanto y fue durante un tiempo un difusor del mismo. También realizan los primeros reportajes publicitarios, siendo los antecesores de los anuncios que tanto modificaría con el tiempo la publicidad comercial.

Como suele ocurrir en la vida, a menudo caprichosa, fue casi por casualidad que se quedaran los dos hermanos en Vizcaya: oriundos de la villa de Fitero, en la Ribera de Navarra, iban a Santurce a embarcarse junto a su padre con destino a América, pero el padre, fotógrafo ambulante, cambia de parecer en el último instante, decide no ir y los Azcona se quedan en Barakaldo. Los dos hijos, imbuidos sin duda por el oficio del padre, heredan la afición por la fotografía y van más allá, se interesan por el cinematógrafo, que será el gran arte del siglo XX.

En 1925 ambos constituyen una empresa, Producciones Azkona (con K, euskaldunizando su apellido), y sede en Barakaldo, donde residen, un año después de haber colaborado con Telesforo Gil de Espinar en su película Edurne, modista de Bilbao, participando de este modo en los inicios del cine vasco.

Producciones Azkona se especializa sobre todo en documentales y contribuyen a la difusión de los avances en Bilbao. No en vano, este nuevo arte servirá en gran medida a la propaganda, algo a lo que las administraciones públicas no serán ajenas.

Hay que tener en cuenta que el cinematógrafo, que se inventó en 1895, contribuyó no sólo a difundir la ficción por otros medios, sino también al documentalismo, a recoger la realidad y difundirla. Los propios hermanos Lumière se iniciaron con dos documentales, El mar y La salida de las fábricas Lumière, y por la misma época que los Azcona, un poco después, un jovencísimo Manoel de Oliveira se estrenaba como cineasta con un documental sobre Oporto y el río que lo atraviesa, Douro, faina fluvial. Todos ellos poseen rasgos comunes y se alimentan de las nuevas corrientes estéticas del momento.



En el caso de los hermanos vascos, Víctor será quien se encargue de la cámara mientras que Mauro se ocupa más de los guiones. Viajan por Francia y Alemania, donde experimentan con nuevas tendencias y otros estilos. Sin embargo, en 1928 tienen su primer encontronazo: realizan la película El mayorazgo de Basterretxe, cinta de tema social y reflejo también del tema vasco que trajo algún que otro problema a la hora de plantearse –se prohibió, por ejemplo, la exposición de una ikurriña o recibieron alguna que otra bronca por las exhibiciones folclóricas por las calles de Bilbao–, tuvo cierto éxito a la hora de exhibirse en el País Vasco, pero la aparición del cine sonoro limitó su difusión y la productora no pudo amortizar los gastos, teniendo que cerrar. Muchos lustros después, Julio Medem incorporó algunos fragmentos de esta película en La pelota vasca. La piel contra la piedra.

En 1933 Mauro Azcona se traslada a Madrid, donde crea una nueva productora, ingresa en Cifesa y colabora con varios proyectos cinematográficos. Durante la guerra civil pasa a trabajar en la Sección Cinematográfica del Regimiento de Milicias Populares. Tras la derrota de la República, marcha al exilio, primero en Montevideo y luego, en la década de los 50, en Moscú, donde muere en 1982. Víctor, por su parte, siguió viviendo en Barakaldo, regentando un comercio. Murió en 1994.

domingo, 13 de septiembre de 2020

Jesús de Sarría



Cuando faltan apenas unos meses para que termine el segundo decenio de este siglo, una mera comparación con los inicios del siglo XX nos puede dar la vaga sensación de un estado de ánimo muy diferente entre ambos momentos. Ante las crisis sucesivas de estos últimos años, acentuada ahora con la pandemia de la que no parece que vayamos a salir en breve, y si salimos tal vez sea en forma de distopía en toda regla, sentimos que, a pesar de la primera guerra mundial, el siglo XX comenzó con una notable esperanza por ser una época de expansión, de desarrollo y florecimiento social. El capitalismo parecía entrar en una fase de crecimiento imparable, mientras que la revolución soviética supuso para amplios sectores obreros y populares una perspectiva nueva que brindaba la posibilidad de romper con la lógica opresora y construir la emancipación social.

Bilbao, en este sentido, refleja esta situación. Se industrializa con especial rapidez gracias a la minería, el hierro y los astilleros; con el cambio de siglo se acaban las obras de canalización de la ría y aumenta la capacidad del puerto al construirse los diques de Santurce y Algorta. Crece también la actividad mercantil y cuando comienza el nuevo siglo, en 1901, ya están constituidos tres grandes bancos, el Bilbao, el del Comercio y el de Vizcaya, que se expandirán incluso por todo el Estado. Surgen en las zonas obreras sindicatos y organizaciones reivindicativas. Hasta ese momento, no obstante, Bilbao no destacaba por su actividad cultural, es más, un incipiente y primerizo nacionalismo vasco, el bizkaitarrismo, reaccionaba ante los nuevos tiempos con un apego a lo tradicional, al tradicionalismo, del que poco a poco se iría distanciando, a lo que contribuyó la aparición de la prensa que fomenta el análisis y el debate, las tertulias en los muchos cafés abiertos en la ciudad e iniciativas prometedoras que surgieron en el ámbito cultural, cumpliendo en cierto modo con la previsión de José Félix de Lequerica: «Sobre el ocio permitido por el bienestar y el dinero anidan el arte y la cultura».

Si alguien reflejó a la perfección el espíritu de aquel tiempo y de la ciudad fue a todas luces Jesús de Sarría, al que el poeta Ramón de Basterra calificó de «tesoro de nuestras esperanzas». Aunque nacido en Cuba, como Aranaz Castellanos, la crisis en la isla y la muerte de sus padres motivaron su traslado a Vizcaya, a Algorta en concreto, donde viviría con las dos hermanas de su padre, vascoparlantes. Se especializó en derecho mercantil. Se interesó por la cultura, acudió a la tertulia del Lion d´Or y renovó la vida del Casino de Algorta, de cuya junta directiva formaba parte su tío Alejo. Participó también en otros núcleos, la Sociedad Bilbaína y el Ateneo. Pero sobre todo se le recordará por ser el impulsor de la revista Hermes, ya comentada, una revista de calidad excelsa y alto nivel intelectual tanto por sus contenidos como por sus colaboradores.

Se interesó también por la política, militando en Comunión Nacionalista Vasca, una de las dos facciones en que quedó dividido el PNV durante unos años. Aunque fue el sector moderado que abogaba más por una confederación española, Jesús de Sarría tuvo discrepancias que le llevaron incluso a mantenerse fuera del partido durante algunos meses. Defendía una política más social, atendiendo a los ámbitos obreros, muchos de ellos procedentes de otras zonas de España, y un entendimiento mayor con otros sectores ideológicos.

No en vano fue en los círculos culturales donde existió una mayor unidad, las discrepancias no dieron lugar a la confrontación tensa que se vivió, por ejemplo, en la política y afectó a la vida social.  En las tertulias de café o en los ateneos se mantuvo por lo general la cordialidad, sin que se viese afectados por el choque de las dos Españas, de las que habló Antonio Machado, por ese afán cainita español que se enuncia con frecuencia. Ocurrió durante lustros antes de la guerra (in)civil y también después, entre los escritores del interior y del exilio.

Jesús de Sarría mantuvo ese espíritu y lo trasladó a la revista Hermes, en cuyo consejo de dirección hubo personas de ideologías muy diferentes y se dio cabida a colaboraciones de distinto signo, nacionalistas vascos o defensores acérrimos de la unidad de España, conservadores, liberales e izquierdistas. Acostumbrados como estamos ahora a discursos edulcorados de la historia reciente, que son más una interpretación interesada que además hace aguas por todos los lados, el que se elogie esa capacidad de intercambio puede parecer falso. Pero salta a la vista que en los círculos literarios se dieron gestos que escapaban al tono más y más bronco en la política cotidiana de aquellos años.

La revista Hermes se convirtió en la principal empresa de Jesús de Sarría, empleó incluso su conocimiento mercantil para darle una forma societaria, contó con el apoyo financiero de la familia de la Sota para ello, en este sentido Alejandro de la Sota fue uno de sus más estrechos colaboradores, tanto en lo económico como en lo intelectual. Sin embargo, esos años de expansión y de esperanzas tuvieron también sus lados obscuros, hubo no pocos problemas económicos, el proyecto era difícil de sostener y se dudó de la viabilidad de la empresa.

Nadie comprendió en ese momento aquel gesto último y trágico de Jesús de Sarría a finales de julio de 1922. Lo cuenta Germán Yanke en la biografía que escribió sobre él. No sabemos hasta qué punto le afectó la situación de Hermes o fue un conjunto de causas lo que le empujó al suicidio. El mismo día de su muerte se reunieron en su piso de la calle Correo amigos y conocidos de todos los ámbitos, en torno a la tía que quedaba con vida. Desde Salamanca telefoneó Miguel de Unamuno, a quien Jesús de Sarría tanto admiró.


domingo, 6 de septiembre de 2020

Manuel Aranaz Castellanos


Vicente Blasco Ibáñez escribió a su muerte que «Aranaz Castellanos, no lo dude, es el gran pintor literario de Bilbao». No sólo acertó al perfilar tal definición, las seis series de relatos agrupados en los Cuadros Vascos daban una visión particular a escenas de la ciudad en aquel comienzo del siglo XX, sino que además es posible ir más allá y afirmar que este autor simbolizaba como nadie el espíritu de la Villa, si podemos hablar de un espíritu colectivo en algo tan dinámico como una urbe en pleno proceso de desarrollo y expansión.

En 1900, cuando contaba veinticinco años, Manuel Aranaz Castellanos consiguió convertirse en corredor de comercio, en un Bilbao que ya se había vuelto un centro mercantil importante, además de una ciudad industrial fundamental, gracias a la minería y a la industria del hierro. Pero seis años antes inició también su carrera periodística, en un momento en que la prensa escrita se volvía esencial y en la misma Bilbao se fundaban varios diarios: El Noticiero Universal, en 1874, el decano de la prensa vasca, El Porvenir Vascongado, en 1881, El Basco, en 1884, El Diario de Bilbao, en 1888, El Nervión, en 1891. Otros muchos llegarían ya en el siglo XX, El Liberal entre ellos, del que Aranaz Castellanos no sólo fue un asiduo colaborador, sino que además dirigió desde 1910.

A su vez pudo desarrollar en prensa su vocación literaria, cuando comienza a repuntar un cierto ambiente cultural, con esos cuadros de carácter costumbrista, género muy extendido a lo largo del último cuarto del siglo XIX, y en el caso de este autor con fortuna muy discutida. Hay quien le acusa de ser un escritor muy de segunda fila, de dudosa calidad literaria y exceso de tópicos muy al uso, aunque los retratos de costumbres juegan siempre mucho con los tópicos. En este sentido, nacionalistas vascos le reprochan el tono burlón con que retrata a los campesinos, los jebos, cuando acuden a Bilbao, a comerciar, a comprar o a pasar la tarde. Jon Juaristi, por su parte, señala que fue un buen observador de las clases ociosas bilbaínas de principios del XX, sector al que le gusta retratar, a menudo con no poco tono crítico por su hipocresía social. Claro que Juaristi le tacha también de ser un moralista intachable sin mucha intención de resolver los problemas sociales. Javier de la Granja destaca a su favor la crítica de la política, la sátira mordaz contra el clero, su ironía con ciertos hábitos cotidianos, la glotonería o el alcoholismo, por ejemplo, o el reflejar en sus escritos el mundo industrial de la ciudad. Por cierto, que el pintor y caricaturista José Arrue ilustra algunos de sus escritos.

Pero no sólo las preocupaciones de Aranaz Castellanos van en paralelo con las de la ciudad en lo que concierne a los negocios y a la prensa, también dinamiza la vida cultural. Participa de la tertulia del Café Lion d´Or, es buen amigo y colaborador de Pedro Mourlane Michelena, admira a Ramón de Basterra. Junto a participantes de esta tertulia, entre otros, forma parte de la comisión que fundará el Círculo de Bellas Artes y Ateneo de Bilbao en 1914. Contribuye también a fomentar el teatro e incluso escribe alguna que otra obra corta que es representada en la ciudad.

Sus intereses nos quedan limitados a lo mercantil, a la literatura y a la cultura en general, sino que se interesa bastante por la actividad deportiva, cuando en muchas ciudades, Bilbao entre ellas, y en no pocos sectores cambia la sensibilidad por las prácticas del deporte. El propio autor recuerda que «en aquel momento las prácticas deportivas eran consideradas propias de señoritos holgazanes sin nada mejor que hacer», percepción esta que comienza a variar durante el salto de siglo, no sólo en ambientes burgueses, también entre el proletariado. En 1905 nace la Federación Atlética Vizcaína, con la contribución de Aranaz Castellanos, se organizan campeonatos de varias disciplinas y contribuye el autor al fomento del boxeo y del ciclismo, este último deporte muy en boga hasta hoy en el País Vasco.

A todas luces las inquietudes intelectuales y sociales del autor parecen coincidir con las de su Bilbao de acogida (Aranaz Castellanos nació en La Habana, de padre español y madre cubana; la familia decide marchar de Cuba por la inestabilidad que se respira ya en la isla y en 1885, cuando el escritor todavía es un niño, se traslada a Bilbao). Se podría decir que vive en el momento oportuno y sabe canalizar sus diversas vocaciones a la par que la ciudad.

Pero el incipiente capitalismo vizcaíno le juega una mala pasada. En febrero de 1925 la entidad Crédito de la Unión Minera entra en suspensión de pagos. Manuel Aranaz Castellanos es el agente de cambio y bolsa de esta sociedad. Se abre una investigación judicial por diversas irregularidades en la gestión societaria. La crisis afecta a numerosos ahorradores, muchos de ellos trabajadores humildes. Al propio autor se le cita a declarar ante el juez, lo que aumenta su propio desasosiego, observado ya por sus amigos y conocidos, sin duda por el cargo de conciencia que le supone la situación y el estado en que puede quedar su propia familia y en general los afectados. El 23 de febrero se suicida de un disparo junto a las vías del tren, en el barrio de Rekaldeberri. Su entierro se vuelve todo un homenaje del mundo cultural, periodístico y social.