domingo, 31 de enero de 2021

Imágenes y pintura

 


Hay un hilo muy fino que vincula a los pintores Juan de Barroeta (Bilbao, 1835-1906) y Antonio Galán (Ortuella, 1955). No hay entre ambos una coincidencia ideológica o de prisma desde la cual los dos artistas confrontan sus obras, pero ambos reflejan en sus cuadros un paisaje físico y social desde dos momentos muy concretos de la historia de Vizcaya, previo al inicio de la industrialización y los primeros años de ésta, en el caso de Juan de Barroeta; el comienzo del fin de la primacía industrial, en el de Antonio Galán.

Juan de Barroeta es el retratista de la burguesía vizcaína y de sus políticos. Miembro él mismo de una familia burguesa, liberal, culta y sensible, consigue ganarse la vida con la pintura, ganársela muy bien además, gracias a ese puesto de pintor de cabecera de las familias patricias de la ciudad. De sus 350 obras, 270 son retratos y el resto paisajes de una Vizcaya que a punto está de cambiar por completo. Ahí están los cuadros en los que vemos el Abra desde la Margen Derecha o la zona de Portugalete y Sestao en la Margen Izquierda en un instante previo a lo que serán ambas zonas durante el salto de siglo.

El paisaje de ambos lados del Nervión cambiará por completo. La Margen Derecha será el destino de las familias patricias. La Margen Izquierda lo será de miles de trabajadores locales y emigrantes que acuden a ese rincón de Vizcaya para trabajar en las minas de Ortuella, Trápaga y Gallarta, en el puerto de Santurce o en los Altos Hornos de Vizcaya y en los astilleros que se establecen en el último tramo de la ría del Nervión. Nada tiene que ver este paisaje con lo que vemos en los cuadros del pintor bilbaíno.



Juan de Barroeta refleja esos paisajes con sobriedad, con colores claros, de perfiles bien delineados, hiperrealistas. El historiador del arte José Antonio Larrinaga lo considera uno de los mejores acuarelistas del país.



Antonio Galán, por su parte, pintará esa Margen Izquierda industrial y portuaria, se adentra también en la zona minera, que él conoce muy bien, nace en uno de los enclaves principales de las mismas, pero en un momento en que las minas ya no son lo que fueron, van perdiendo fuelle hasta que desaparecen del todo, ya sólo quedan como recuerdo, como huella abierta en la tierra. Con el tiempo, asiste también al fin de la industria del acero, la reconversión de los Altos Hornos de Vizcaya, el cierre de los astilleros, uno de ellos, La Naval, hace bien poco.

No obstante, pese a la reconversión y al cambio en la economía y aun cuando sea con menor peso, la industria sigue siendo muy importante en estas comarcas al norte de Vizcaya, por ende en toda la provincia, pero sobre todo perdura un recuerdo profundo de ese mundo obrero que tan bien supo narrar Ramiro Pinilla, al convertir la historia del Abra en materia de su trilogía Verdes valles, colinas rojas. Galán, en gran medida, lleva a cabo ese mismo testimonio en su pintura.



Es un recuerdo profundo el de Antonio Galán, todo a su alrededor lo rememora, un paisaje que conserva las huellas de la mina, mantiene no pocas de sus heridas en la tierra, minas a cielo abierto, túneles escavados bajo los montes, rieles oxidados por los que no pasan ya los trenes de carga. El doctor Areilza estuvo allí, atendiendo a los mineros, heridos ellos mismos por un trabajo duro y bajo condiciones de trabajo (y de vida) inadmisibles y que una lucha sindical intensa, en ocasiones virulenta, consiguió mejorar en la medida de lo posible.



Las pinturas de Berroeta y de Galán, son por tanto el comienzo y el final de un mundo que convirtió Bilbao y su zona de influencia en un bastión industrial potente, podemos hablar incluso de una cultura obrera, un modo de vivir que es posible entrever todavía hoy en las calles de Sestao, las que descienden hacia la ría, donde estuvo los Altos Hornos, un mundo que fue perdiendo la dureza de los primeros tiempos y que en algún momento alcanzó cierta benignidad y por la que podemos sentir no poca benevolencia, cierta nostalgia incluso. Patxo Tellería y Aitor Mazo rodaron en 2009 una película, La máquina de pintar nubes, que refleja ese mundo obrero e industrial de finales del franquismo, hay algo en la descripción de la cotidianidad que nos lleva a pensar que algo hemos dejado en el camino, que tal vez hayamos superado aspectos negativos de aquellos tiempos, no siempre estamos muy seguros de ello, pero sí que hemos perdido también mucho de los lazos entre las personas, cierta manera de afrontar la vida, que desde luego no era perfecta, pero tampoco lo de hoy lo es, salta a la vista que lo que hogaño tenemos deja también mucho que desear.



Cierta nostalgia puede sentirse también en los paisajes de Berroeta, sin duda no buscada por él, no pretendía el pintor tal sentimiento, simplemente buscaba retratar un lugar, un momento, nada más, pero a tenor de lo que vino después hubo quien echó de menos la sencillez de antaño, una naturaleza sencilla y un tanto ingenua. El mundo cambia, sin duda, y a veces se teme lo nuevo, ya sea por la incertidumbre que comporta, ya sea porque rompe la comodidad de lo conocido. Tal vez por ello los cuadros de Antonio Galán, produzcan cierta inquietud, no sé si por los trazos de su pintura o porque nos damos cuenta de que ese mundo reflejado ya empieza a ser, también, pasado.

 

sábado, 23 de enero de 2021

Los refugiados del Vapor Habana

 


En 1937, entre el 6 de mayo y el 13 de junio, el buque Habana, realizó seis viajes desde el puerto de Santurce a Francia y a Inglaterra con el fin de trasladar sobre todo a niños. El barco lo facilitó el Gobierno Vasco que gestionó tal acción para que escaparan de la guerra. Ya en ese momento las perspectivas eran malas para el bando republicano en el frente norte. Navarra y Álava habían quedado prácticamente desde el inicio de la guerra civil bajo el mando del ejército sublevado y ya en agosto de 36 cayó Irún, en Guipúzcoa, el 12 de septiembre se ocupó San Sebastián y cuando Mola decidió detener los avances por cuestiones estratégicas, esta provincia ya estaba bajo mando nacional casi en su totalidad. En enero del 37 se retomó el avance por el norte. Poco después, el primero de abril la aviación italiana bombardeó Durango. Apenas una semana antes del primero de los viajes del vapor Habana se produjo el bombardeo de Guernica, esta vez por la Legión Cóndor alemana, en día de mercado además, lo que causó una verdadera tragedia entre la población.

Había por tanto razones más que evidentes para que se llevara a cabo esta salida de niños. La guerra estaba afectando en especial a la población civil. Los bombardeos se intensificaron e incluso el 13 de junio de 37, coincidiendo con la última de las salidas del Habana, se bombardeaba el centro de Portugalete, a escasos dos kilómetros del puerto de Santurce.

El buque Habana se eligió para tal final por ser uno de los más grandes en aquel momento. Se había construido en Sestao, en el astillero de la Sociedad Española de Construcción Naval, empresa conocida hasta hace bien poco como La Naval, y su botadura fue en 1920, correspondiendo el honor de la misma a Victoria Eugenia, reina consorte. Se trataba de un buque enorme destinado a cubrir la línea de pasajeros entre el puerto vizcaíno de Santurce y Nueva York, La Habana y México. Como si fuera un presagio del triste papel que le correspondería tres lustros después, a los dos meses de su botadura, en noviembre de 1920, hubo un incendio en él, sin que se supiera si se trató de un sabotaje, consecuencia de un conflicto laboral, o si fue un mero accidente, no hubo certeza de ninguna de las dos posibilidades. El destino quiso que el 18 de julio de 1936 el buque estuviera a punto de salir hacia América, lo que se suspendió ante los acontecimientos. Poco después se destinaría a acoger a los refugiados procedentes de Guipúzcoa y también se utilizó como barco-hospital, hasta que el gobierno vasco decidió el traslado de los niños.

La idea era que tal refugio fuese provisional, que durase lo que durara el conflicto armado, aunque ya los acontecimientos bélicos indicaban que las cosas no le eran propicias a la República Española, y que tal vez buena parte de esos niños ya no regresarían al País Vasco. Pocos días después del último viaje del Habana, en concreto a Pauillac, las tropas franquistas tomaban Bilbao y fue cuestión de horas que cayeran Portugalete y Santurce. El buque quedó amarrado en Burdeos durante el resto del conflicto y tras la guerra lo reclamaron las nuevas autoridades españolas. Su capitán, Ricardo Fernández Orsi, extremeño y cuyo padre fue fusilado por las tropas nacionales, se presentó voluntario para la misión de llevar a esos niños al exilio anticipado. Al acabar la guerra, tuvo él mismo que refugiarse en Francia, sin que pudiera regresar ya más.



El capitán Fernández Orsi tenía razones de sobra para saber que no habría garantías jurídicas en la nueva España, lo sabían los miles de refugiados que salieron en las últimas semanas del conflicto, se calcula que entre cuatro cientos y quinientos mil personas cruzaron la frontera con Francia, a los que hay que sumar los que salieron por otros medios o, como aquellos niños vascos, quienes marcharon durante los casi tres años de enfrentamiento bélico, ante la brutalidad de la propia guerra. Lo sabían porque el bando nacional ya mostró su carácter represivo durante el conflicto, en aquellos territorios que iba ganando.

El médico José Luis Arellinas fue también víctima de aquella situación. Durante algunas semanas, mientras el vapor Habana fue barco-hospital, estuvo éste bajo su jurisdicción al ser inspector sanitario del ejército vasco. Logró huir de Bilbao antes de la toma por las tropas de Franco, intentó escapar de Santander en agosto del 37 mientras caía la capital cántabra, pero no pudo salir de la ciudad dado el caos imperante. Fue hecho prisionero y se le juzgó sin que realmente aquello fuera un juicio, debido a la falta absoluta de garantías judiciales. No sólo había ocupado un cargo de importancia en las instituciones gestionadas por el Gobierno Vasco, además era un marxista reconocido y había escrito a favor del derecho de autodeterminación de los pueblos de España. Por si esto fuera poco, había visto como su partido, el POUM, era perseguido y disuelto por la República, aun cuando la mayoría del gobierno no estuviera de acuerdo, su máximo dirigente, Andreu Nin, desaparecía tras detenérsele a la salida de una reunión en las Ramblas de Barcelona, puro centro de la ciudad, y no tuvo tiempo de conocer otro proceso judicial, tan juicio farsa como el suyo, el de la dirección del POUM, que fue juzgada con acusaciones basadas en puras calumnias de quintacolumnismo.

José Luis Arenillas murió fusilado en diciembre del 37, cuatro meses después de su detención. Hubo miles de casos similares. Todos los hombres y las mujeres que pudieron salir del país marcharon, cualesquiera que fueran sus circunstancias, su nivel de estudios, su situación económica o profesional, sabían a la perfección lo que dejaban atrás y cuáles eran los motivos de su huida, no albergaban ninguna duda del carácter fascista de quienes ocupaban el poder en España.



No hay desde luego situaciones idénticas en la historia, tal vez podamos establecer a lo sumo similitudes entre circunstancias y momentos diferentes, sobre todo en los casos más personales. Nada se parece más a alguien exiliado que otro exiliado que huye por sobrevivir o por procurar unas garantías de vida que no tiene en su lugar de origen. Es inevitable por otro lado recordar a esos niños vascos que desde Santurce huían de la guerra cuando sabemos de las personas en busca de asilo, menores muchas de ellas, que se amontonan en Lesbos, procedentes de Siria, de Sudán o de Afganistán. Se persiguen ideas, etnias, cuestiones personales, y quedarse en sus lugares de origen, muchas veces, es perder la propia vida.

No pocas veces se ha recordado aquel barco, el vapor Habana, y sobre todo a las personas que marcharon en él. En el 2019 se contó incluso con la presencia de Sabine Lalanne, la nieta de Ricardo Fernández Orsi, aquel capitán de la marina mercante merecedor de tantos honores, y cuyo barco, el Habana, se desguazó en 1978.

domingo, 17 de enero de 2021

Vuestro y de la Clase Obrera

 


Las discrepancias principales de Facundo Perezagua con el PSOE de inicios del siglo XX tuvieron que ver con la importancia que le daba a la lucha obrera y con su oposición a una práctica política que fuera meramente institucional o, peor aún, institucionalizada. Estaba de acuerdo con intervenir en las instituciones siempre y cuando sirviera para mejorar la vida del proletariado, él lo llevó a cabo a rajatabla desde el ayuntamiento de Bilbao, y como propaganda de las ideas por la transformación socialista de la sociedad. En las filas de las Agrupaciones Socialistas del País Vasco chocó con el otro gran dirigente histórico del PSOE, Indalecio Prieto, partidario de las alianzas con los republicanos.

Tales debates y discusiones se dieron en una gran parte de los partidos socialistas del mundo, no eran algo propio de aquí. Todos los partidos agrupados en la primera década del pasado siglo en la IIª Internacional tuvieron que enfrentarse a un debate interno en el que se enzarzaban entre sí un posibilismo que tendía a la política institucional por sí misma y unos objetivos máximos y transformadores que se pretendían alcanzar a medio o largo plazo.

Al mismo tiempo que Perezagua se mostraba crítico en el seno del PSOE con la posibilidad de una política reformista e institucional, crecía en España un sindicalismo de raíces profundas en las posiciones más anticapitalistas del movimiento obrero, el anarcosindicalismo. En 1910 se reorganizan los sindicatos anarquistas y se crea la CNT, que se expandió sobre todo en Aragón, Cataluña y Andalucía, también en otras regiones españolas, aunque en menor medida. En el País Vasco varios sindicatos se adhirieron al Congreso Constituyente de la CNT y crecieron sobre todo en Bilbao y en la Margen Izquierda, siendo muy activa en Barakaldo y Sestao. Competía con la UGT por incidir en el movimiento obrero, aunque hubo periodos de coincidencia y colaboración entre ambos sindicatos.

La primera guerra mundial fue un reto para la IIª Internacional, del que salió debilitada por dos razones: por un lado, muchas secciones no mantuvieron el rechazo a la guerra que antes del conflicto bélico auspició su Internacional, se dejaron llevar por los cantos de sirena del patriotismo y se alinearon con las burguesías nacionales en la confrontación armada; por el otro, la revolución rusa, la primera de carácter obrero que triunfaba en la historia, reforzó a quienes desde los partidos socialistas mostraban una posición más proclive a una toma del poder rotunda, no institucional.

Facundo Perezagua militó en estos sectores que rechazaban el posibilismo más absoluto y que se alinearon con la Revolución Soviética. De ahí su papel fundamental en la fundación del Partido Comunista de España y en su extensión por el territorio vasco. Esta segunda labor no le era extraña, ya había contribuido a finales del siglo XIX en la expansión del PSOE por Vizcaya, ahora repetía su experiencia con la nueva organización.

Mientras crecían las diferencias entre las dos tendencias del socialismo vasco y Perezagua contribuía al surgimiento del PCE, nació y creció José Luis Arenillas. Nacido en 1904, seguramente su interés por la política se despertó a finales del segundo decenio del siglo, al calor de la revolución rusa. La década de los veinte fueron en España los de la dictadura de Primo de Rivera, intensos en lo político, pero con las libertades públicas limitadas, sobre todo para las organizaciones obreras. Mientras Facundo Perezagua actuaba en la clandestinidad, el joven Arenillas estudiaba medicina y debió de estar atento a los debates que se daban en la izquierda.

Sin duda Facundo Perezagua estuvo también atento a tales debates y a las primeras discrepancias en el movimiento comunista. Rosa Luxemburgo murió asesinada en enero de 1919, en sus notas y apuntes se intuía alguna que otra crítica incipiente hacia el proceso ruso que no tuvo ocasión de desarrollar. Amadeo Bordiga mostró pronto una posición muy crítica hacia la política de la Internacional Comunista que fue calificada de enfermedad infantil por Lenin. Trotski fue sin duda el dirigente cuyas diferencias con la evolución soviética tuvieron más eco, no dejaba de ser uno de los líderes de la revolución, el preferido por Lenin a continuar la labor de construcción del nuevo modelo social, a pesar de su carácter un tanto jactancioso y vehemente. Tuvo que salir de Rusia de muy malas maneras y con su propia vida en peligro, como se vio varios lustros después.

Facundo Perezagua murió en 1935, con setenta y cuatro años de edad y tras haber intentado que el comité vasco del PCE tuviera representación en el Congreso español, sin conseguirlo. No podemos conocer con profundidad la opinión que le merecían las discrepancias en el seno del movimiento comunista internacional, intentar barruntar una posición según su trayectoria sería especular. En todo caso, siguió militando en el PCE cuando ya en España un pequeño núcleo se había separado del PCE, atraído por la Oposición de Izquierdas, afín a Trotsky, y en 1932 se fundó la Izquierda Comunista de España, con críticas hacia el estalinismo al que sus militantes consideraban inmovilista. José Luis Arenillas, que había empezado a trabajar como médico en una cooperativa de pescadores de Bilbao, dio el paso a la actividad política y comenzó a militar en este núcleo.



En septiembre de 1935, unos meses después de la muerte de Perezagua, la ICE se fusiona con el Bloque Obrero y Campesino, fundando el POUM, organización que no tendrá ninguna vinculación orgánica con Trotsky. José Luís Arenillas entrará en su Comité Central y su hermano José María militará también en el nuevo partido. El POUM es sobre todo fuerte en Cataluña, en menor medida en Asturias, Galicia y Extremadura. No hay muchos datos sobre su presencia en el País Vasco, más allá de Bilbao, dista bastante en todo caso de ser mucho más que un pequeño núcleo sin casi presencia, pero José Luís Arenillas, que solía acabar sus cartas políticas con un «Vuestro y de la Clase Obrera», será un teórico importante para toda la organización. 

La guerra civil, además, lo trastocará todo. Corta de lleno el crecimiento del POUM fuera de Cataluña y el apoyo de la URSS a la República aumentará la influencia del PCE, creciendo su militancia. En octubre de 1936 y pese a las diferencias ideológicas, el Lehendakari José Antonio Agirre nombrará a José Luis Arenillas Inspector General de Sanidad del Ejército Vasco. El 16 de Junio de 1937, tres días antes de la caída de Bilbao y cuando están muy presentes los Hechos de Mayo en Barcelona que llevarán a la ilegalización del POUM, se le nombra Jefe de Sanidad. Marcha de Bilbao, primero a Carranza y luego a Santander. No le da tiempo a salir de Santander cuando las tropas franquistas entran en esta ciudad, se le detiene a finales de agosto y se le fusila en diciembre de ese mismo año. Apenas unas semanas después el Consejo de Ministros del Gobierno de la República, pese a la oposición del PCE, se pronuncia por la liberación de los presos del POUM, llegando a haber gestiones en tal sentido por parte de Manuel de Irujo, Ministro de Justicia y militante del PNV, y de los socialistas Julián Zugazagoitia, Ministro del Interior, y de Indalecio Prieto, Ministro de Defensa.

La realidad industrial de Bilbao y por ende de toda Vizcaya creó un mundo obrero que intentó dar respuestas a las muchas injusticias del modelo económico y social. Hubo posiciones diferentes para confrontar toda aquella situación que crearon interpretaciones y modos distintos de entender la emancipación social. No se pudo huir de esa violencia sistémica con la que se quiso impedir un mundo distinto, y se impidió a todas luces, visto el resultado de la guerra civil y después de la IIª guerra mundial. El debate fue intenso, valiente, a pesar de aquel final sin duda aciago en términos humanos y colectivos. No hay duda de que hoy no es posible entender el paisaje humano y social de Vizcaya sin recordar aquellos hechos y a aquellas personas que los protagonizaron.

domingo, 10 de enero de 2021

Facundo Perezagua

 


A pesar de la fama que tuvo La Palanca durante mucho tiempo de ser centro de diversión y libertinaje, de holgura para señoritos a quienes se les permitía cierta vida disoluta, siempre y cuando mantuvieran las apariencias en casa y sobre todo las buenas costumbres burguesas, y luego, ya en los setenta, de ser la parte más degradada y lumpen de la ciudad, lo cierto es que toda esta zona fue sobre todo la del proletariado bilbaíno. Miles de trabajadores de otras zonas del País Vasco y también de España llegaron a sus calles para emplearse en las minas. En la parte más alta se distinguían los respiradores y chimeneas, también un paisaje pedregoso, allí donde hoy se halla el barrio de Miribilla, calles que ascendían desde la ría, con edificios que muchas veces se consideraban los de las casas de goma, donde los mineros o los portuarios se repartían las camas para dormir, edificios pronto envejecidos, aun cuando fueran vecinos a cabarés y salones alegres o hubiese también pisos o bares de alterne.

Buena parte de Bilbao tiene ese aspecto de ciudad proletaria, los barrios del sur de la ciudad o Zorroza, al norte, o más al norte aún las ciudades de la Margen Izquierda. Ese Bilbao proletario bien pudiera tener como himno la canción de Jimmy Muelles Qué hay de nuevo, viejo, todo un canto al proletariado, al mundo del trabajo, a los trabajadores de todo tipo, ya no sólo en Bilbao, sino en buena parte del País Vasco.

Hoy se habla de ciudad postindustrial, de ciudad de servicios, urbe en plena transformación, algunas voces incluso anunciaban una centralidad tal vez exagerada, una bilbainada cuyas expectativas gloriosas parecen de pronto frenadas por la actual crisis sanitaria y económica, un baño repentino de cierta humildad, tal vez lo único bueno que ha aportado todo este estado de cosas, que nos ha mostrado cuán frágil es en el fondo toda realidad.

Es indudable que el futuro es siempre incierto, ignoto. Quizá ni siquiera exista el futuro. Lo único seguro es el pasado, aunque a menudo ni siquiera lo es de veras, se dibuja o desdibuja a merced de intereses varios y lo vislumbramos a menudo según las miradas que se imponen sin que nos demos cuenta de la tergiversación que las palabras y los discursos entrañan casi siempre. Pero quien recorra San Francisco o las Cortes hoy con ojos atentos percibe con toda claridad el carácter proletario de la zona, del esplendor licencioso no queda el más mínimo recuerdo, tal vez sólo el aspecto más sórdido de aquel entonces, pero sí que se nota que es un barrio de trabajadores, de las capas más humildes de la clase trabajadora.

Quien rasque un poco más hallará ecos de una lucha de clases intensa y combativa. En la Plaza de la Cantera se fundó en 1886 la Agrupación Socialista de Bilbao y en pocos meses se extendió su influencia a otras localidades, a Ortuella y a Gallarta, por ejemplo, zonas también mineras, donde nacen otras agrupaciones socialistas, además de asociaciones sindicales. En 1890, el año de la primera huelga general de Vizcaya, se constituye la Federación Socialista de la provincia, un PSOE con una profunda base obrera. En todos estos hechos tuvo una participación notable Facundo Perezagua, un metalúrgico toledano vinculado al socialismo madrileño y que en 1885 se instala en Bilbao, con veinticinco años, para activar el socialismo vizcaíno.

Se instaló en el número 24 de la calle Cortes y su militancia fue intensa, radical, activa en varios frentes. Poco a poco se ve una línea militante decantada sobre todo hacia la confrontación sindical y que considera que toda actividad política ha de ser paralela al combate obrero. No rechaza la intervención institucional, intervendrá incluso en ella, contará para ello con la colaboración estrecha de los hermanos Laiseca Oronoz, Julián Santiago y Rufino. El primero será en todo momento su gran aliado, mientras que Rufino, con el tiempo, adoptará una línea más moderada en el socialismo vizcaíno. Hay otro hermano Laiseca, Ángel, pero este militará en el nacionalismo vasco. En todo caso, Perezagua llegará a ser concejal a mediados de los noventa en el ayuntamiento de Bilbao, junto a Rufino Laiseca, ambos por el grupo socialista. Lo había intentado en las elecciones anteriores, no obstante no pudo tomar acta de concejal porque no era propietario, pero en el interín abrió una taberna, puerta con puerta, por cierto, con la barbería de Julián Laiseca, y fue considerado comerciante, gracias a lo cual accedió al puesto.



Desde su puesto de concejal impulsó la subida del salario mínimo de los funcionarios municipales, contribuyó a la creación de asilos para ancianos e inválidos y de la casa de la maternidad, al tiempo que, sin duda sensibilizado por su vecindad en las Cortes, planificó el primero servicio de salud para prostitutas del barrio. No fue poco lo que se logró, pero al mismo tiempo crecieron las disensiones en el seno del PSOE. El ascenso de Indalecio Prieto, el otro dirigente principal del socialismo vizcaíno, aceleró la división entre los partidarios de una política más institucional y tendente a una colaboración más estrecha con los republicanos frente a Facundo Perezagua y sus seguidores, que seguían basando su política en la lucha obrera y no tanto en alianzas con fuerzas que consideraban burguesas.

Poco a poco se impuso la posición de Indalecio Prieto, aunque ello no impidió que Facundo Perezagua siguiera teniendo un peso enorme tanto en el partido como fuera de él. En 1914 se le detiene tras un acto político y ello da lugar a un motín en San Francisco, que denota bien a las claras el liderazgo de este dirigente. Crecen las disensiones y se le acusa de fraccionalismo, lo que motiva un expediente interno y su expulsión del partido por un tiempo. Vuelve a militar en el PSOE, sin que haya disminuido su fervor obrerista. Junto a Julián Santiago Laiseca y otros militantes socialistas, se constituye un grupo interno, Los Terceristas, que atraídos por la Revolución Rusa preconizan la incorporación del partido a la nueva Internacional potenciada desde Moscú. Quedan en minoría, por lo que en 1921 salen del PSOE y fundan el Partido Comunista Obrero, que se fusiona al poco tiempo con otra escisión anterior, dando lugar al PCE, partido este que pronto se extenderá por las mismas zonas que veinte años atrás vieron nacer las agrupaciones socialistas.

Pese a todo, el PCE no creció tan rápido como se esperaba. Durante la dictadura de Primo de Rivera quedó ilegalizado y en las elecciones de 1933, en los inicios de la República, no obtuvo representación por Vizcaya. Facundo Perezagua murió en 1935, no pudo asistir por tanto a los acontecimientos históricos que se produjeron en aquellos años, en España pero también en la URSS, y que tanto afectaron al movimiento obrero y a sus organizaciones. También su figura política quedó poco a poco olvidada en esa niebla que a menudo es la Historia.

viernes, 1 de enero de 2021

La Palanca

 


José María Bilbao iba para sastre, pero le gustaba demasiado la música para que quedara tan sólo como una mera afición. Escuchaba tanto a Gerry Mulligan y hablaba tanto de él, que le empezaron a llamar Jerry. A finales de los cincuenta un danés nacido en Amorebieta, Pío Lindegard, y que fue poco después cónsul de Dinamarca en Bilbao, fundó en la bolera Niágara un club de jazz. Un jovencísimo entonces José María, que estudiaba en el conservatorio clarinete y fagot, aparte de su formación como sastre en el colegio de La Misericordia, escuchó tanto ese estilo de música, se habituó de tal forma a su ritmo, que aprendió de oídas a tocar el saxofón. Ni sospechaba siquiera que muy pronto eso le iba a resultar útil. Si ahora lo es, en aquel momento, finales de los cincuenta, debía ser inimaginable eso de vivir de la música, del arte. Además, su padre había muerto hacía ya algún tiempo, se quedó con su madre y el dinero no abundaba, al contrario, escaseaba en casa y lo sensato era ir a lo seguro, seguir con lo de sastre. Ya era aprendiz en un taller, aunque el sueldo no alcanzaba para mucho. Por eso también aceptó tocar de tanto en tanto con el grupo que amenizaba las sesiones del salón Vila Rosa, en el barrio de San Francisco. Tuvo más bolos y el primer año de la década de los sesenta comenzó a tocar también en otros salones y antros, en el Novedades, en el Tropical, en el Póker. Ganaba más que como sastre en ciernes, así que la decisión, al fin, no fue difícil de tomar, era lo que le gustaba, la música, y se ganaba bien la vida con ello.  

Algo parecido le ocurrió a Alejandro Barredo. Trabajaba en La Palma, cuando esta mítica zapatería bilbaína estaba todavía en la calle García Salazar esquina con San Francisco, antes por tanto de que en los cuarenta ocupara el local dejado por el Café Suizo, al principio de la calle Correos. Justo encima de aquella primera tienda se hallaba la academia de música y variedades de Pilarín Muñoz. Al joven Alejandro le gustaba todo aquel mundo de la farándula, aunque no tenía tan claro como José María Bilbao cuál sería su perfil. Puede en todo caso que fuera algo más decidido: a los dieciocho años, impresionado por el Circo Castilla, deja la zapatería y se marcha con los de la carpa. Comienza a ser conocido como Angelillo Barredo y después, cuando empieza a actuar en los cabarés de San Francisco y Cortes como transformista y usa esas camisas suyas de colores variados y llamativos, se le empieza a conocer como colorines.

Ambos se mueven por La Palanca, esa zona de San Francisco y Cortes de vida alegre y libertina, y asisten también a su decadencia. No cabe duda de que la edad dorada de la zona fue la de los primeros lustros del siglo XX, cuando en ese Bilbao ya en plena ebullición apareció esa zona de confluencia de patricios y proletarios donde las noches eran intensas, alegres y bastante jaraneras. En el Bilbao burgués de la época, tan conservador en las costumbres y un tanto mojigato, se miraba hacia otro lado cuando los señoritos bilbaínos y los jóvenes hijos de las familias distinguidas pasaban las noches de farra. En una sociedad de clases como aquella la inmoralidad estaba en los obreros, mineros, portuarios o en la soldadesca del cuartel de la zona que frecuentaban las casas licenciosas, sobre todo los días de cobro, nunca en la gente pudiente a la que se le permitía tales deslices. En el barrio, al fin, todos se mezclaban sin muchos aspavientos. Claro que no todo era alegría, había bastante sordidez también. No obstante, hasta la guerra el lugar era famoso, abundaban los locales de todo tipo y condición, y la música sonaba mientras se bebía y se reía, fueran o no las risas verdaderas o apañadas.

La guerra lo cambió todo. La vida libertina y jaranera se detuvo de golpe, aunque no la prostitución, y aun cuando Bilbao pasara a estar bajo el bando nacional en junio de 1937, se ocupó o se liberó según el lado en que estuviera cada cual, y por tanto se impuso el nacionalcatolicismo, se siguió haciendo la vista gorda a ciertos menesteres. La posguerra fue tiempo de hambre y necesidad, de mayor sordidez si cabe y de adhesiones inquebrantables o sigilos timoratos, aunque poco a poco La Palanca fue recuperando algo del alborozo de antaño, se abrieron algunos de los salones de entonces u otros nuevos, y en ellos se movieron José María Bilbao y Angelillo Barredo, cruzándose entre otros con Juanito La Trianera o con Teresa La Topolino.



Mientras realizaba sus bolos en los locales de la zona, Jerry colabora y funda algunas bandas o conjuntos. Una de ellas se llamó Los Dinámicos; otra, la K-2. Con este grupo logra salir de La Palanca, llegan a tocar nada menos que en el Club Marítimo de Neguri, epicentro de la gran burguesía vizcaína. Un crítico de música que se iniciaba en los sesenta en las lides periodísticas, José María Iñigo, los rebautiza como Los Daiquiris. Angelillo Barredo, por su parte, sigue actuando por La Palanca, en el Maxims, en el Bataclán, en cualquiera de los otros salones que perduran, a veces solo, a veces junto a Tania La Muñequita.

Pero La Palanca ya no sólo no alcanzaría el antiguo esplendor, sino que va a degenerar del todo. Las minas de Miribilla, a escasos metros del barrio, ya no dan mucho más de sí, comienzan a cerrar sin remedio ni alternativa posible y los mineros, sin trabajo, vuelven a sus lugares de origen o se buscan empleo por otras zonas vecinas. Mientras, la heroína hace estragos y sus víctimas se concentran muchas de ellas en La Palanca. Los señoritos bilbaínos y los jóvenes patricios, por su parte, ya han encontrado otros lugares de asueto y diversión, abandonan La Palanca a su suerte.

José María Bilbao consigue un puesto fijo en la Banda Municipal de la Villa a principios de los setenta y se mantendrá en ella hasta su jubilación, en 2007. Alejandro Barredo dio sus últimos recitales en La Palanca también a principios de los setenta y tal vez fuera él a quien le correspondiera cerrar el largo ciclo de jarana y alborozo de esa zona bilbaína, tan céntrica, tan mítica.