martes, 31 de enero de 2017

Asilos periféricos

Al final de la película Crash (2004), del director Paul Haggis, la responsable de los servicios sociales de Los Ángeles, interpretada por Loretta Devine, una mujer afroamericana que ha alcanzado un puesto de responsabilidad, interpela e insulta a unos inmigrantes hispanos cuyo coche ha chocado con el suyo. Así es como acaba la trepidante película que narra la colisión permanente que se da entre las diversas comunidades, colisión a veces racial -relaciones entre negros y blancos, entre negros e hispanos, entre asiáticos y blancos, entre hispanos y de Oriente Medio-, pero también, no menos importante, colisión social -entre ricos y pobres, entre marginados y clases obrera y media, entre emigrantes de primera generación que han de conseguir un hueco y descendientes de orígenes diferentes que han asumido muchos de ellos un papel en la sociedad-, una colisión agresiva en todo momento, repleta de frustración e inhumanidad, en una serie de historias que es, ante todo, la vida de una ciudad, y por ende de un país, que se ha forjado a través de personas que proceden de fuera, de cualquier punto del mundo.

Lo hemos visto en las muchas películas que nos hablan de la épica del lejano oeste, la que apreciamos en How the West Was Wone (traducida como La conquista del oeste), dirigida en 1962 por varios directores que convirtieron tal épica en todo un género, casi un mito, la del origen de una nación, películas que narran el viaje de los colonos hacia el vasto territorio que esperaba a gentes de todo el mundo y promovido sobre todo a partir de 1803, cuando Thomas Jefferson, tras la compra de Luisiana, llama a ir al oeste, let´s go west, la nueva tierra de promisión para cualquier ser humano que buscara su felicidad, sin importar de donde viniera. Claro que ahí se encuentran con los pueblos nativos, los originarios de aquel territorio, que no salen muy bien parados en toda esta épica. Claro que si retrocedemos en el tiempo vemos que incluso los nativos tienen un origen, un punto de partida, que no es tampoco el continente americano, aunque esto ya es otra historia.

Aun cuando la visión de estas películas del oeste es, en su mayoría, edulcorada, buscan la recreación de una épica colectiva, no están tampoco exentas de una violencia y sin duda, entre líneas, de una brutalidad que pertenece a todas luces a la historia de la humanidad, hasta el punto de que podemos decir sin equivocarnos que la historia de la humanidad es en gran medida la historia de sus múltiples violencias. Claro que el tema de las diversas comunidades que pueblan los Estados Unidos ha tenido en el cine un acercamiento más pacífico, menos violento, aunque no exento de conflicto, como el que nos plantea por ejemplo Real Women Have Curves (Las mujeres de verdad tienen curvas), de Patricia Cardoso, película de 2002 y que nos habla de la cotidianidad de una familia chicana también en Los Ángeles y su voluntad de ascenso, de mejora, de sacrificio.

Es casualidad, sin duda, pero parece todo un símbolo que la actriz protagonista de esta película se llame América Ferrera, un apellido de clara resonancia portuguesa y el nombre de todo un continente para una actriz nacida en California, una tierra que tiene por rasgo ser multiétnica. Sin duda son muchas más las películas que nos hablan de migraciones y orígenes -el cine, hay que recordarlo, es la gran aportación norteamericana a la cultura mundial-, como son también muchos los escritores que nos hablan de este fenómeno en los Estados Unidos. En no pocos relatos de Isaac Bashevis Singer asistimos a como se van conformando en Nueva York las comunidades judías procedentes de Europa del Este, que mantienen sus tradiciones y su lengua yidish en la que escribe este escritor, al igual que su hermano Israel Yeshoshua. A través de las páginas de Amy Tan la comunidad china se nos vuelve visible en esa cotidianidad norteamericana. Ambos pertenecen a las comunidades presentes en su narrativa, pero hay otros escritores que no son parte de tales minorías y que hablan de la presencia de gente que llegan de otros orígenes, como Jack London, que tiene una novela escrita en 1911 a la que titula El Mexicano y otorga un recuerdo amable, emotivo, a una migrante portuguesa en Martin Eden.

No hay que decir mucho más para darnos cuenta del absurdo, si no lo percibíamos ya, que supone la política del recién nombrado presidente de los Estados Unidos, cuyas mismas raíces proceden de la Europa Central. Peor lo pone además cuando intenta imponer las restricciones a personas de cierto perfil racial -si es que podemos hablar de raza en lo que concierne a la humanidad- o religioso, como si ciertos grupos humanos fueran reflejo del mal absoluto, susceptibles de masacrar a sus prójimos de forma traicionera (aunque cualquier masacre, cabe aclarar, incluidas las legítimas, las adoptadas lícitamente, no son menos cruentas y terroríficas). Desde luego no es nuevo, antes ya se aplicaron dichas asociaciones étnico-malignas con los resultados de todos conocidos. Pero además, dando fe de que las cosas aún se pueden hacer mucho peor, dicha política pone en su diana a los refugiados, a los que huyen de la guerra, de la persecución, de la tiranía o de esas mismas masacres de las que nos quieren salvaguardar. Por suerte, en los años treinta y cuarenta había otros patrones muy diferentes, gracias a lo cual miles de europeos pudieron escapar de las dictaduras europeas-las estalinistas y las fascistas-, pero también de una guerra que asoló a Europa. De aplicarse entonces pretensiones análogas a las de hoy, ni Juan Ramón Jiménez ni Luis Cernuda ni Víctor Alba hubieran podido hallar refugio en los Estados Unidos, por referirse sólo a tres nombres de los muchos que hubo, la mayoría anónimos.

Sin duda, un planteamiento así sólo puede proceder de un discurso que parte del nosotros y el ellos, que busca dividir a la humanidad de un modo brutal y que desemboca en un peligroso nosotros o ellos. Hay otra perspectiva desde la cual plantearlo y que puede parecer a primera vista menos diferenciador al no partir de elementos raciales o religiosos: el discurso del centro y la periferia, pero que, como señala Jeanne-Rolande Dacougna, necesita un sujeto para marcar tal referencia y a la larga no es en absoluto diferente (ni mejor) al primero. 
  

En definitiva, poco apoyo ha recibido tal política que busca de nuevo dividir a la humanidad. Desde luego, todos los dirigentes europeos, salvo excepciones vergonzantes y vergonzosas, se han pronunciado en contra, han rechazado restricciones en las fronteras y nuevos muros, en una manifestación de humanismo que, a estas alturas, visto lo visto, muchos candidatos a buscar asilo o residencia en Europa, quienes se hallen ahora en Elbeyli, Idomeni o Tarajal, no se creerán demasiado, por no decir en absoluto.

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