Una cuadrilla de amigos jóvenes que
salen de Madrid a pasar un veraniego domingo de asueto en el río, los
parroquianos de un bar merendero que se reúnen a tomar un vino y comentar la
vida cotidiana, la reunión de amigos para comer, el mismo merendero en el que los
jóvenes se proveen de vino y por la noche se reúnen en él para escuchar música,
estos son los ámbitos y los grupos, los protagonistas colectivos, de El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio, novela
escrita entre 1954 y 1955, galardonada con el Premio Nadal en la edición de
este último año.
La acción transcurre en 1954,
quince años después de una guerra civil que los muchachos apenas recuerdan,
eran demasiado pequeños, pero que está presente, pesa demasiado en la sociedad
española. Saben incluso que en la cercanía del río hubo una gran batalla,
hablan de ella, «Pensar que esto era el
frente -reflexiona una de las chicas- y
que hubo tantos muertos», «Y nosotros que nos bañamos tan tranquilos»,
replica uno de sus compañeros. Aquella charla referencial culmina con «Ya. Bueno, y a todo esto, ¿qué hora es?»,
lo que denota que la guerra comienza a diluirse en la memoria de generaciones
que, a diferencia de los parroquianos del merendero, no la vivieron de forma
tan directa, que ya no hay mucho interés por ella. Desinterés aparente entre
los jóvenes, en todo caso, no tanto entre los parroquianos del bar, mayores ya,
que la recuerdan, imposible olvidarla, y late cuando una de las chicas,
ocurrida la tragedia que culmina la plácida jornada, estalla ante la frialdad
del Guardia Civil. Se asume por lo demás el discurso del régimen, se habla del
final de la guerra como la liberación, no
olvidemos que la dictadura está más o menos en la mitad de su existencia e
incide en una nueva mentalidad que se va imponiendo en la España del interior,
cambio de mentalidad que Max Aub, en un viaje que realizará en 1969, percibirá
en toda su intensidad. Se habla y se vive de otra manera y ello se percibe a lo
largo de las conversaciones, se comienza un nuevo periodo más desarrollista,
todos los de la cuadrilla trabajan, y en otra cuadrilla que aparece al final,
cuando se produce la tragedia, hay incluso un estudiante de medicina que a
todas luces pertenece a esas clases populares que pasan el día en un río. Hay
por tanto perspectivas de futuro, el país está en vías de desarrollo y, como
ocurre con los países en esta situación, se apunta ya la opción de la
emigración económica, surge en la conversación de los parroquianos, aunque se
habla de ello con recelo, «Se creen que
basta con irse muy lejos para ya mejorar automático», se afirma no sin cierto
conservadurismo social que tal vez refleje un enorme inmovilismo entre los más
mayores.
Han pasado poco más de sesenta
años desde que se publicara El Jarama
y llama la atención la empatía que el lector puede sentir hacia cualquiera de
los personajes de la novela, empatía tal vez porque no se les siente lejanos,
ajenos a uno mismo. Sin embargo, resulta evidente que la sociedad no es la
misma, que esa nueva estratificación social que surge en aquellos años se ha
desarrollado plenamente y ha ganado en complejidad. España dejó de ser,
veintiún años después, la dictadura que fue y el país se integró de forma plena
en organismos internacionales, en la novela se apunta vagamente una presencia
norteamericana que comienza a ser el inicio de un cambio, consecuencia de un
primer acuerdo con los Estados Unidos que sacó a España del aislamiento
internacional. La situación económica también ha variado en gran medida, aunque
tal vez no sea del todo cierto si nos atenemos a los datos económicos y
sociales que afectan a buena parte de la población, unos datos que demuestran
la pobreza, las limitaciones y la crisis en amplias capas sociales. Cambian los
detalles, permanece lo esencial. No sé, en todo caso, si a este esencialismo se
le puede llamar rasgo o espíritu de un pueblo, de un país, de una nación,
parece muy determinista creer que algo perdura, esos rasgos nacionales
inmutables e intocables a los que con demasiada frecuencia se dan y convierten en debate
político y social. Tal vez lo esencial no sean los rasgos inmutables del
pueblo, sino las condiciones sociales, lo que hermanaría a todos los pueblos
del mundo según nos sugiere un ideario internacionalista no muy vigente hoy.
Claro que estamos, años
cincuenta, en un momento de esperanzas para buena parte de la población, aun
cuando es imposible no sentir cierto desasosiego ante los cambios, ante unos
horizontes sociales que, a pesar de la aparente placidez, no parecen brindar
ninguna calma real. Se refleja en la literatura y el cine: una expresión
neorrealista que intenta recoger la realidad y transformarla en materia
narrativa, en algunos casos porque la expresión certera y objetiva de la
realidad ya es de por sí revolucionaria, aunque Sánchez Ferlosio reniega en
algún momento del carácter político o comprometido de la novela, aunque todo
depende de su lectura, una vez publicada cualquier obra depende de la interpretación
del lector, que al leer siempre reescribe con otras intenciones..
Gonzalo Sobejano habla del enorme
simbolismo que hay en la novela: el río, las diversas enfermedades que afectan
a varios personajes, entre ellos al juez, el tren, la sensación del tiempo y,
sobre todo, lo hay en esos largos diálogos en los que resulta tan importante lo
que no se dice, tanto o más que lo que se dice.
¿Cómo sería la novela si se
escribiera hoy? Sánchez Ferlosio ironizó sobre la pesadez de la novela si él se
hubiese acercado a ella como lector; no lo abordaría él, sin duda. En todo
caso, puede que cambiasen, como se ha referido, los detalles, habría que
hablar, por ejemplo, de latinoamericanos emigrados que pueblan las campas y los
parques de las grandes ciudades para comer juntos y pasar los días de asueto,
como antaño lo hacían las clases populares españolas, claro que habría también
muchos españoles que hoy, pasados los ensueños de nuevos ricos, han regresado a
la normalidad. Puede que cambiase también el lenguaje, ese lenguaje tan
importante en El Jarama, al que
habría que dar un carácter protagonista. Pero no cabe la menor duda de que la
novela, escrita hoy, no sería muy distinta a la de 1955.
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