lunes, 31 de agosto de 2020

La revista Hermes


En aquel salto de siglo del XIX al XX la prensa adquirió una importancia enorme tanto en el debate político como en la revitalización cultural. Los escritores encuentran una forma nueva de difundir sus escritos, surge incluso la figura del escritor de periódicos, con sus columnas y sus crónicas, y al tiempo consiguen todos ellos, los autores consagrados, los menos conocidos y los escritores de prensa, una forma de ganarse la vida de un modo independiente, también de llegar a más lectores, gracias en buena medida a la alfabetización generalizada.

Es tal la importancia de la prensa que se consigue poner en jaque a los gobiernos. Émile Zola se convierte en el paradigma del escritor que interviene e incide en la realidad cuando ocurre el caso Dreyfus y lanza su artículo titulado J´Accuse, sobre ese oscuro suceso que saca los colores nada menos que al ejército y a las instituciones francesas. En España, por la misma época, sucede otro tanto tras la escabechina que se da contra ambientes obreros después del atentado del Corpus en Barcelona, en junio de 1896. Unamuno y varios escritores escriben en prensa contra la tortura y las detenciones masivas con las que se intenta debilitar, aprovechando las circunstancias, el movimiento sindical.

Pero la prensa no sólo sirve para la crítica más urgente, también potencia el intercambio de ideas, su difusión, su mayor presencia social, incluso un debate intenso en tantos otros ámbitos, incluido el científico. A todas luces, se revitaliza la cultura. Sin duda, la prensa  y las tertulias de café son en aquel salto de siglo los dos pilares de una nueva época, de aquella edad de plata. Se da en Madrid, pero también fuera de la capital. Es la época también de los ateneos, los habrá burgueses y los habrá obreros, de los casinos que se abren por todos los lados, incluso en pequeñas ciudades de provincia. Y en todos ellos se lee la prensa, la diaria y la periódica.

Bilbao no escapa a ello. Ya desde finales del XIX comienzan a surgir los medios escritos locales y se abren cafés, ateneos y sociedades culturales. Responden a las inquietudes de una ciudad que vive un alma liberal, otra tradicional y una tercera obrera, que se mueve entre el vasquismo y la cultura española, entre una defensa acérrima de la españolidad y un incipiente nacionalismo vasco. Aun cuando las diferencias entre los intervinientes de los debates y las tertulias son cada vez más y más marcadas, no parece haber grandes altercados ni algarradas, es más, suelen vérseles a los contertulios casi en los mismos ámbitos.

No obstante, a principios del siglo XX Bilbao parece destacar más por su dinamismo industrial y mercantil que por el cultural. Hay, sí, tertulias en sus muchos cafés, la del Lion d´Or es la que alcanza mayor proyección, aparecen periódicos y revistas, El Pueblo Vasco, La tarde, la Noche, en los que escriben los escritores de la villa, pero falta un medio que sea realmente de difusión cultural y que se vuelva referencial en este campo.

Este aparece de la manos de un personaje interesante y heterodoxo, Jesús de Sarría, un vasco nacido en Cuba en 1887, de familia euskalduna y que regresa a Bilbao para darse de bruces con la vida cultural de la ciudad. En 1917 se le ocurre la idea de una revista cultural. Lo va comentando a sus amigos y conocidos, en los ambientes que frecuenta. Se le conocen simpatías hacia el nacionalismo vasco, en aquel momento parece más decantado por Comunión Nacionalista que por la facción Aberri, más independentista. Ramón de la Sota le pregunta si la revista que proyecta será de cultura vasca. Él responde que será una revista vasca de cultura. El matiz es importante.

La revista Hermes aparece en 1917, en cuyo consejo de redacción se encuentran Ignacio de Areilza, José Félix de Lequerica y Joaquín Zuazagoitia, los dos últimas con posiciones muy diferentes a las de Sarría, pero también contertulios del Lion d´Or.

En ella escribirán otros contertulios del propio Sarría en este café y también escritores de la ciudad. Abre la revista a otras disciplinas, al arte o a la filosofía, incluso al deporte y la gastronomía. La profesora Begoña Rodríguez Urriz destaca el concepto amplio de cultura que se maneja en este medio, donde se vincula vida y cultura. Tiene además una vocación de puente entre las diferentes posiciones que se dan en el País Vasco. Jesús de Sarría no quiere que se circunscriba al vasquismo, aunque él sea nacionalista vasco, ha de incluir a quienes no lo sean. Aunque admira a Sabino Arana y Goiri, es poco aranista, incluso ve con admiración a esos inmigrantes que proceden de otros lugares y que llegan para construir el País Vasco. Tardará aún para que desaparezca ese tono excluyente que siempre tiene cualquier debate identitario, Sarría es en este sentido un adelantado.

Abren también sus páginas a escritores e intelectuales españoles. Escriben en Hermes, entre otros, Ortega y Gasset, que será el encargado de presentar la revista en Madrid, y también Eugenio d´Ors. Invitan incluso a figuras extranjeras, como a Ezra Pound o a Rabindranath Tagore, siendo Hermes la primera en publicar al autor indio en España.

La revista deja de salir en 1922, año de la muerte del propio Jesús de Sarría, muerte trágica, por suicidio. A su entierro acuden todas las familias ideológicas, todas las personalidades de la ciudad, incluso de fuera, en una unanimidad que sólo puede darse, en este país, en el ámbito cultural.

En 1936 el grupo cultural ALEA, promovido por José Miguel de Azaola, que se reúne en el Café Suizo, intenta recupera Hermes, uno más de los muchos proyectos que plantea esta tertulia artística, muy experimental. Pero la guerra (in)civil lo tuerce todo. Décadas después Jon Juaristi y el periodista Germán Yanke, que ha escrito una biografía de Jesús de Sarría, recuperan un número bajo el título Hermes. Será la Fundación Sabino Arana, vinculada al PNV, quien saque en la actualidad una revista con este título. Pero no es lo mismo.

sábado, 22 de agosto de 2020

Clasicismo, reacción y modernidad en el Lion d´Or


Desde luego no fue la única, pero sin duda la tertulia del Café Lion d´Or que reunió a los miembros de la Escuela Romana del Pirineo tuvo una importancia enorme en un momento en que todo el país bullía culturalmente, la edad de plata española.

En ese rincón del Bilbao mercantil y burgués de Abando, donde se hallaba el Lion d´Or, en una esquina de la Gran Vía, arteria principal de grandes edificios, centros bancarios y salones señoriales, los participantes de aquella tertulia se interesaron por el pasado, nada menos que por el esplendor institucional, poético, militar y filosófico de Roma, cuya grandiosidad imperial se contemplaba ya desde el derrumbe definitivo de otro imperio posterior a aquel, el español, que acababa de perder Cuba y Filipinas tras una guerra vergonzante, también Puerto Rico, y su gloria imperial se reducía en ese momento al norte de Marruecos, en guerra también, y a Guinea Ecuatorial, después de haber gobernado un vasto territorio donde nunca se posaba el sol. 

Parece en un primer momento que la de la Escuela Romana del Pirineo fue una mirada más cultural que política, más filosófica que ideológica (en un sentido político), más estética que ética. Tal es, quizá, la actitud de Ramón de Basterra, que conoció los debates regeneracionistas pero murió antes de las controversias ideológicas previas a la creación de la Falange Española, donde militaron varios de sus contertulios, algunos de ellos, como Sánchez Mazas, camisa vieja, de un modo muy activo.

Cabe que hubiera una evolución lógica desde el esteticismo clasicista a posiciones fascistizantes, producto también del efecto del futurismo de Marinetti en algunos de los poetas del grupo o del movimiento político de Mussolini, que adopta también una estética imperial, influencias evidentes en el círculo bilbaíno a las que se añaden en el resto del Estado los debates en la camarilla que se forma en torno a José Antonio. Aunque no debería de haber sido así, pero fue y hasta hay un tópico al uso que liga clasicismo y reacción.

Claro que a la tertulia del Lion d´Or acude también Pedro Eguillor que pasa por ser, en palabras de José María de Areilza, el primer lector en España del pensamiento reaccionario tanto anterior como posterior a la guerra del 14. Al igual que Mourlane Michelena, Pedro Eguillor es uno de esos hombres de enorme y amplísima cultura, con intereses que ya desde sus estudios de derecho van más allá de lo jurídico, se extienden a la filosofía y a la historia, habla varios idiomas y conoce lo que se publica en Europa. Es uno de esos escritores sin libros que de tanto en tanto se dan en el panorama cultural y al que se conoció a veces como el Sócrates Bilbaíno.  

Parece que le atrae en un momento de juventud el carlismo, cuando esta corriente tradicionalista comienza a integrar una preocupación por lo social, nada que ver con lo que será, muchos lustros después, el carlismo disidente que se da bajo el franquismo, muy escorado hacia la izquierda. Pero no se le conoce militancia en él, como tampoco, años después, en la falange, aun cuando comparte muchas de sus posiciones y formas de entender la política. No podemos saber cuál hubiese sido su evolución bajo el franquismo, muere el 4 de enero de 1937 durante el asalto a la cárcel provisional de los Ángeles Custodios donde se halla recluido.

Con independencia de los casos particulares de lecturas proclives al reaccionarismo y de la evolución ideológica durante la década de los treinta, todo indica que esta primera tendencia grupal a las loas del esplendor romano tiene mucho de reacción ante un presente que resulta cuanto menos poco atractivo, desagradable, perturbador, más en una ciudad como Bilbao, que vivió los cambios a una velocidad desorbitada. Sólo hay que tener en cuenta los datos del crecimiento de la ciudad para tener en cuenta los efectos de la industrialización: en 1870 la población de Bilbao no alcanza los 20.000 habitantes; en 1877, supera los 32.000; y en 1900, los 83.000. Tal crecimiento en población se da también a lo largo del Nervión, hasta llegar al abra. La mayoría de los participantes de la tertulia del Lion d´Or nacen en el último cuarto del siglo XIX, mientras que Miguel de Unamuno, a quien conocen y tratan, nace en 1864. Todos ellos perciben la zozobra que causa un cambio tan rápido. Es verdad que aparece una burguesía mercantil e industrial que alberga esperanzas en un progreso material y económico sin límites, también que surge una utopía social entre la clase trabajadora de los barrios del sur de la ciudad, pero los cambios producen desasosiego y agitación, es comprensible que se dé una reacción ante esa modernidad.

De un modo análogo, surge un nacionalismo vasco que tiene mucho de añoranza del mundo agrícola y marinero, contemplados con no poco bucolismo, frente al crecimiento de los barrios obreros o el retroceso de los elementos identitarios, el idioma vasco por ejemplo, circunscrito a lo más casero, y contra una visión que se da sobre todo en cierto costumbrismo bilbaíno que parece burlarse de los caseros. En este sentido, Sabino Arana Goiri, fundador del PNV, nace en 1865 y vive también ese momento de desconcierto. En algunos sectores bizkaitarras y nacionalistas vascos se dan actitudes hostiles, xenófobas, hacia la inmigración, hacia esos hombres y mujeres, se les ve como desarrapados, que van a trabajar a las minas y a la industria.

No obstante, ambas reacciones se irán recolocando en las grandes corrientes de principios del siglo XX. La clasicista del Lion d´Or se integrará en parte al falangismo, que plantea, antes de degenerar en una violencia chulesca y bravucona, un cambio social profundo, un nuevo orden, eso sí, con una tendencia autoritaria en su seno. El nacionalismo vasco, por su parte, recibirá la influencia de una parte de la burguesía sensible a la cuestión vasca, el más emblemático será Ramón de la Sota y Llano, que convertirá al PNV en la expresión política de la derecha democrática vasquista.


sábado, 15 de agosto de 2020

Pedro Mourlane Michelena


Otro de los miembros de la tertulia clasicista del Café Lion d´Or fue Pedro Mourlane Michelena, que, como Sánchez Mazas, se ganó en parte la vida como periodista, articulista, pero sobre todo cronista de época.

Poseía una prosa que Eduardo Creus Visiers no duda en calificar de ampulosa. Gran polemista, «Disentir es preciso» era su lema y lo repetía con frecuencia, tenía fama de orador vivaz, tal vez algo histriónico; se ganó en todo caso el calificativo de Magister en algunas de las tertulias a las que acudía, la del Café Boulevard de Bilbao, que se abrió como sucursal del Café Suizo mientras éste estuvo en obras y luego se mantuvo abierto hasta 2006, la de la Ballena Alegre de Madrid, donde acudía José Antonio a derrochar ingenio literario.

Pero si todo se redujese a una facundia retórica, muy prolífica y grandilocuente, muy propia con el tiempo de la España victoriosa de posguerra, no en vano fue Mourlane Michelena un incombustible militante de Falange Española desde primera hora y perteneció a su corte literaria, tal vez el olvido le hubiera llegado mucho antes, habría pasado desapercibido y nadie se hubiera fijado en él. Pero poseía esa tenacidad de conversador agudo, una gran cultura clásica –como mandaban los cánones de aquella Escuela Romana del Pirineo en gran medida irradiados por Ramón de Basterra–, un verbo incisivo y una erudición apuntalada por su facilidad de palabra. José Manuel de Prada lo calificó como un Sócrates moderno que «dejó sus mejores palabras temblando en la conversación» sin que hubiera un Platón que las recogiera.

Fue en gran medida un escritor de periódicos, figura esta que muchos lustros después elogió Gabriel García Márquez. En 1915 publicó Discurso de las armas y de las letras, recopilación de varios ensayos breves y artículos, único libro que vio la luz en vida del autor, además de Inquietudes, en 1906, que reunió varias narraciones, un volumen que no tuvo entonces, ni luego, mucha repercusión. Un año después de su muerte, en 1956 apareció Arte de repensar los lugares comunes, que mantuvo ese estilo suyo de artesano de la palabra que tanto influyó en escritores como Francisco Umbral, también un escritor de periódicos, además de novelista y cronista de época, Pere Gimferrer o Álvaro Cunqueiro.

Quedan, eso sí, cientos de artículos en revistas y periódicos. Publicó evidentemente en Hermes, una revista cultural importante del Bilbao de entonces, donde colaboraron algunos de los contertulios del Café Lion d´Or, en La Tarde, el periódico donde trabajaba Juanita Mir –con quien coincidiría tal vez en su redacción o en el Café Suizo o en el Boulevard, sin que sepamos si alguna vez se encontraron, charlaron quizá, ajenos al final trágico de la periodista– o en La Noche, de corta duración y que en palabras de González-Ruano fracasó por lo bien hecho que estaba, lo recoge José Manuel de Prada que añade que ese periódico incorporó tal vez demasiada literatura. En Madrid colabora con diarios como El Sol, tal vez el de mayor calidad en la época, que pasó a ser Arriba tras la guerra y en el que también colaboró Mourlane Michelena. Dionisio Ridruejo y Pedro Laín Entralgo le piden colaboraciones para Escorial, revista falangista con aspiraciones culturales, y publica a su vez en Vértice, también afín a la Falange.

A pesar de su lema antes mencionado, no se le conocen disidencias con el Régimen, no manifiesta críticas ni toma distancias, como ocurre con Dionisio Ridruejo, tampoco tiende a una distancia circunspecta, como la de Rafael Sánchez Mazas. Sí que mostró en alguna ocasión un ánimo hasta cierto punto independiente, o provocador, lo que valió por ejemplo que, a principios de los años treinta, el Marques del Quintanar le despidiera de Acción Española por un artículo sobre Arisitide Briand, uno de los precursores del europeísmo, del cual sólo cabía hablar mal, pero Mourlane Michelena lo alabó,  también por enterarse que el escritor había publicado bajo seudónimo en El Socialista, órgano de expresión del PSOE nada menos.

Sus artículos se extienden a través de cincuenta años, desde la restauración a la primera mitad de la dictadura franquista, pasando por los años de gobernanza férrea de Primo de Rivera y por la IIª República. Nos permiten conocer la realidad social y cultural de un momento muy intenso. Resulta evidente también que el clasicismo inicial y el falangismo del escritor de Irún responde a un desajuste que se da con fuerza en el País Vasco con los nuevos tiempos. Mourlane Michelena vive sus primeros años con una profunda transformación en marcha, se está produciendo una intensa industrialización, sobre todo en Bilbao y las comarcas que la circundan. Se dan cambios sociales enormes, con la aparición de la gran burguesía vizcaína y el surgimiento de un proletariado que pronto se volverá reivindicativo y reclamará la utopía de la transformación social.

De ahí que la mirada clasicista de aquella tertulia en torno a Ramón de Basterra, en el Lion d´Or, rememore Roma, el imperio, la poesía y la filosofía de aquel tiempo: en gran medida el presente nos les gusta a sus miembros, hay una primera reacción de rechazo. Con el tiempo se plantean regenerar esa realidad en la medida de lo posible, pero con una utopía de nuevo orden anclado en el pasado. Le ocurre otro tanto al nacionalismo vasco, al primer bizkaitarrismo, que reacciona ante los cambios con una mirada bucólica hacia una Vasconia agrícola y pesquera, muy tradicional.

Pero ese falangismo utópico quedó subsumido por una guerra civil cruenta y luego por una dictadura que dejó cuanto menos desconcertados a muchos de los intelectuales de la Falange, que no se sentían identificados con la nueva situación. No todos reaccionaron igual, hubo disidencias y rupturas, algunas con consecuencias incluso trágicas, pero hubo también muchos que bien guardaron silencio, bien mantuvieron pese a todo el apoyo a un régimen que tuvo momentos brutales y sangrientos, que era inasumible. A muchos lectores nos deja esa ambigüedad de rechazar sus planteamientos, sus posicionamientos, pero acoger su obra a pesar de los mismos.

martes, 11 de agosto de 2020

Ramón de Basterra


Eugenio D´Ors lo calificó como el mejor poeta de su tiempo. Estamos a todas luces ante un buen poeta, esteticista y estudioso, atento y culto. Aunque sin duda también incide en su apreciación que Ramón de Basterra formara parte de ese círculo de poetas, pensadores, artistas y escritores que se reúnen en el café Lion d´Or de Bilbao y escriben en la revista Hermes, clasicistas todos ellos, discípulos aventajados de la Generación del 98 y del regeneracionismo, observadores de su tiempo, de una época de cambios importantes que entrañan nuevos valores, también temores y actitudes, quién sabe si todos ellos producto de esa dialéctica sempiterna entre lo nuevo y lo viejo.

Bilbao es en gran medida símbolo de esos cambios de época. Ciudad liberal que se pretende burguesa a la manera de Inglaterra, tan crucial lo británico en la industria vizcaína, pero también francesa, cómo no, que tanto pesa en las costumbres, el ocio y la cultura del momento, crece con la llegada del proletariado a los barrios del sur, montañosos y tan diferentes a la planicie de Abando, zona a la que se traslada la burguesía del Casco Viejo, el Bilbao primigenio. Jon Juaristi ha hablado sobre el «atroz laboratorio de la lucha de clases» que es Bilbao y eso es algo de lo que no se habla mucho en ese desafío que enfrenta tradición y modernidad, y da a veces la impresión que se pretende olvidar, o al menos que no resulte tan evidente su importancia, la de la lucha de clases, durante varios lustros, claro que en Bilbao no se da con tanto ahínco esa voluntad de olvido, se recuerda incluso con orgullo el carácter obrero y mercantil de la Villa, lo que además resulta a todas luces imposible no considerar, basta con echar una mera ojeada al urbanismo de la ciudad y sus alrededores.

Es algo, sin embargo, que está muy presente en las reflexiones de Ramón de Basterra, Bilbao como modelo donde se dan varias dualidades: naturaleza y cultura, pueblo y élite, tradición y artificio. En 1913 trata de ello en su conferencia titulada «El Artista y el País Vasco», cuando a punto está de un itinerario diplomático que le llevará a varios destinos, Roma el primero de ellos. Reflexiona también sobre la dualidad cultura vasca y cultura romance, presentes ambas en una Vizcaya, por ende en todo el País Vasco, en que se extiende el nacionalismo y se ensalzan las esencias patrias, que suelen basarse siempre en el rechazo de lo que no se considera propio, lo sea o no. Será una cuestión importante que acabará pesando en su inicial acercamiento al nacionalismo vasco, al que ve en un momento dado como la mejor manera de conciliar dualidades, pero del que se separa al final porque él le da un papel esencial a la cultura romance, a Castilla y tiene en cuenta además una España que ya sitúa incluso en el clasicismo romano, piedra angular de su mirada cultural e ideológica.

No en vano es el imperio romano una de las bases de su ideario, de su visión del mundo y de la sociedad. Lo comparte con sus contertulios del Café Lion d´Or, con los que funda la Escuela Romana del Pirineo. Tienen a Miguel de Unamuno como mentor y referente. Pretenden contribuir al ensalzamiento de Bilbao en lo cultural, aportar un cosmopolitismo que convierta el enclave en un faro que permita fusionar el liberalismo de la villa con una visión tradicional y con lo popular, un punto de partida para un porvenir más ambicioso y renovador. Quizá viera en este ambiente urbano y mercantil la posibilidad de que Bilbao se convirtiera en una especie de Roma cantábrica, que se sustentara sobre lo más popular y tradicional de Vizcaya, pero que recogiera también la aportación hispánica a Roma, la de un Trajano contemporáneo.

Otra base es el catolicismo, un catolicismo tradicional, conservador aun cuando no reñido con una percepción liberal de la sociedad, muy vinculado a los conservadores del siglo XVIII que tanto admira, sobre todo al Conde de Floridablanca, embajador en Roma casi siglo y medio antes de que Ramón de Basterra fuera agregado de la Embajada de España en esa ciudad.

Desde luego aprovecha su estancia en Roma para profundizar en su conocimiento del Imperio. No llega a vislumbrar aún todo aquel movimiento mussoliniano que Sánchez Mazas conocerá de primera mano, aunque en su segundo destino, Rumanía, lee a Marinetti y queda fascinado por el futurismo, influirá en sus obras más tardías. No podemos saber cuál hubiera sido su evolución. Cuando regresa a España reside sobre todo en Madrid, donde frecuenta los círculos literarios,  se concentra en la escritura, revisa sus poemas, escribe nuevos poemarios. Se concentra sobre todo en la literatura, recibe buenas críticas de sus poemarios y alabanzas como las de Eugenio d´Ors. Al tiempo, resurge una neurosis que desemboca en un enorme malestar. Él mismo hablará de «una inadaptación a la realidad, una efectiva ausencia», lo que le llevará a un sanatorio de Madrid, donde morirá, con cuarenta años.

jueves, 6 de agosto de 2020

Rafael Sánchez Mazas


Al igual que Juanita Mir, es periodista. También como Juanita Mir, recorre Bilbao y hace suya la ciudad. A ambos les gusta la literatura, comienzan a escribir y a publicar, incluso más allá de sus colaboraciones en prensa, escriben cuentos, poemas, puede que el esbozo de alguna novela. No sé si se conocieron, aunque Bilbao era pequeña en aquel tiempo, no resultaría difícil que coincidieran alguna que otra vez en cualquiera de los cafés de la ciudad, en el Lion d´Or de la Gran Vía o en el Suizo de la calle Correos, en el Bilbao de la Plaza Nueva o puede que en la redacción de algún periódico, aunque esto es menos probable, sus colaboraciones se dan en medios diferentes, con posiciones muy distintas.

Sin embargo, aun cuando las tensiones políticas y sociales eran cuanto menos más y más intensas, no parecen afectar demasiado a los círculos culturales: muchas tertulias juntan a escritores, periodistas y artistas de diversas corrientes ideológicas y estéticas. Los lazos entre gentes de la cultura son estrechos y firmes, antes de la guerra civil, durante la misma y después, a pesar de la tragedia.

Tal vez nada presagiase el conflicto armado que se estaba gestando y nadie previera lo que iba a ocurrir; ni siquiera Juanita Mir imaginó su trágico final ni Rafael Sánchez Mazas intuyó que un día se distanciaría de todo y de todos, que perdería la pasión por los ideales, el fervor por la magnanimidad de camisa vieja, uno de los fundadores, él, de la Falange Española, y que se recluyera en la literatura, sin mostrar públicamente disidencia alguna, como sí hicieran Manuel Hedilla o Dionisio Ridruejo. Digamos que se adaptó a los tiempos de un modo discreto.

Pero no fue, desde luego, discreto su apasionamiento por el clasicismo que comienza a compartir con Ramón de Basterra y con Pedro Mourlane Michelena, uno de sus grandes amigos, en la tertulia del Lion d´Or de Bilbao, donde constituyen la Escuela Romana del Pirineo, mientras publican en la revista Hermes, que convierten en su medio de expresión. Les influye la visión clasicista  e italianizante de Eugenio d´Ors, se sienten herederos de la generación del 98 y el regeneracionismo, comparten postulados con el novecentismo y las vanguardias, todo ello en un momento cultural sin parangón en la historia cultural española.

Es difícil imaginarse hoy, desde esta realidad tan distópica y reglada que sufrimos, tan centrada en un presente que hace aguas, cómo era la vida de hace un siglo y las expectativas que ofrecía una modernidad que no parecía tener límites. Se vivía en España un momento vigoroso en lo cultural, un renacimiento que se daba también fuera de Madrid y en lenguas hasta entonces relegadas a lo familiar.

Además Luca de Tena, a quien Sánchez Mazas conoce durante sus estudios universitarios en Madrid, le envía en 1922 como corresponsal del ABC a Roma y se queda en Italia hasta 1929, testigo fascinado del movimiento de Mussolini, el futurismo y sin duda del brillo esteticista de Ezra Pound, con el que coincidió en aquella Roma que se pretendió neoimperial. Al regresar a España, debió de sumergirse en un entusiasmo absoluto, pasa a integrarse en lo que se conocerá como la corte literaria de José Antonio, junto a Mourlane Michelena, Eugenio Montes, Agustín de Foxá o Enrique Giménez Caballero, entre otros. El café Lion será su centro de reuniones literarias, artísticas  y musicales, con ese espacio conocido como La ballena alegre, verdadero epicentro de la vida cultural madrileña, presentes en él casi todos los poetas de la Generación del 27 y en el que José Bergamín gestionará Cruz y Raya, donde brillarán los hermanos Machado, García Lorca, Valle Inclán.

Le atrapa también la pasión política, la de la Falange Española que se funda en octubre de 1933, con José Antonio como ideólogo, una utopía que combina la patria, la revolución antiburguesa  y anticomunista, la exaltación de lo clásico y poco a poco una dialéctica de los puños y las pistolas que se impondrá con el tiempo, convirtiendo el grupo muchas veces en un movimiento mamporrero sin escrúpulos, compuesto por camarillas exaltadas y agresivas. Francisco Umbral escribirá sobre ello en Capital del dolor. La guerra reafirmará este aspecto, por mucho que algunos militantes a la vieja usanza intenten recuperar el espíritu que pretenden inspirar a la nueva España, a la cruzada, y más de uno recuperará también el orteguiano «no es esto, no es esto», pero aplicado a las nuevas circunstancias.

El paso por la guerra de Sánchez Mazas no es nada bélica. El alzamiento le sorprende en Madrid y se refugia en la embajada de Chile. Se le detiene y al final del conflicto, cuando la desbandada republicana es un hecho, vive un incidente extraño, casi milagroso, que Javier Cercas recoge en Soldados de Salamina, trayéndonos de nuevo la figura de Sánchez Mazas a la actualidad. Es ministro sin cartera durante dos años, los dos primeros una vez acabada la guerra. Media a favor de conmutarle la pena de muerte que pesa sobre Miguel Hernández, lo que consigue, aunque el poeta morirá en prisión poco después.

Poco a poco Sánchez Mazas se aleja de toda acción política. Vuelve a su actividad literaria, discreta sin duda. Muere en 1966 y va quedando apenas como un nombre de aquellos años, ensombrecido además por el éxito y el renombre de sus hijos. Hasta la novela de Javier Cercas. En 2014 vuelve a salir a la palestra debido a la sentencia judicial que obliga a quitar su nombre a uno de los paseos del Parque de Doña Casilda de Bilbao, en aplicación de la Ley de Memoria Histórica. El ayuntamiento se basa en su trabajo literario, alguno de sus textos hablan de la villa vizcaína, para mantenerle en el callejero. La sentencia alega la necesidad de sacar de las calles todo lo que recuerde la dictadura. Es todo un dilema para muchos de nosotros, tener que plantear la influencia de lo ideológico sobre la obra literaria, que además no es una apología; rechazar de pleno lo que significó el fascismo, el falangismo, pero interesarnos por los escritos de quien defendió lo que rechazamos. Hablamos además de escritores, no de militares ni políticos. Imposible no sentir cierto mal sabor de boca.

sábado, 1 de agosto de 2020

Juanita Mir


En la madrugada del 5 de agosto de 1937,  hace ochenta y tres años de ello, en el muro del cementerio de Derio, se fusiló a Juana Mir García, conocida como Juanita Mir. Un mes antes, el 6 de julio, la detuvieron en Bilbao, la ingresaron en la prisión de Larrinaga y la juzgaron nada menos que por un delito de «adhesión a la rebelión militar» con el agravante de peligrosidad social. Parecería una broma si no fuera por lo macabro de la situación, por la condena a muerte y por la evidente distorsión de la realidad que resulta de tamaña acusación, realizada además mediante consejo de guerra y ejercida por los militares de la denominada tropa nacional que había ocupado Bilbao, liberada la ciudad, según la jerga al uso, tras casi un año de guerra, desde que se produjera la verdadera rebelión, la de tales tropas nacionales.

Pero además difícil es que la periodista navarra afincada en la capital vizcaína fomentara rebelión alguna, menos de carácter violento, dado el pacifismo de sus planteamientos. En su artículo Heroísmo y sacrificio alaba la entrega de dinero y joyas para apoyar la causa de la República, pero no deja de lamentar que se financiara con ello la guerra en vez de fomentar el bienestar social de una población que sufría no pocas limitaciones económicas.

Pero no sólo esto, sino que el agravante de peligrosidad social cae por su propio peso si tenemos en cuenta que Juanita Mir se ganó la vida como periodista, una periodista que trataba temas de carácter social y en favor de la paz, temas sobre la mujer –durante algunos meses tiene una sección en el periódico La Tarde, “la mujer escribe”– y que se había hecho eco de la catástrofe de la guerra. Pero además Juanita Mir era escritora, escribía cuentos de carácter costumbrista y colaboró con ellos en Euskalerriaren Alde o en La Gaceta de Tenerife. Vivió en casa el ambiente periodístico y literario, su padre fue Victoriano Mir, el primer director del diario nacionalista vasco El Correo Vasco y colaborador en prensa tanto en Vizcaya como en Castilla o Andalucía.

Claro que la peligrosidad social pueda venir de tales aficiones a la escritura, al conocimiento. Ese bando nacional que se levantó contra la República deja entrever su naturaleza autoritaria, ya se atisba en su seno el régimen dictatorial que se pudiera dar si consiguiese ganar la guerra, habida cuenta de que uno de sus gritos más repetidos fue el de «muera la inteligencia». El ejército rebelde se queda sin Estado al no lograr afianzar sus pretensiones golpistas, se convierte en un ejército que tiene como objetivo construir un Estado, sin duda a imagen y semejanza de la disciplina cuartelera y el poso ultramontano que lleva en su seno. En este contexto, todo pensamiento es peligroso, cuestiona las certezas y mina las convicciones.

Cierto que se pretendía legitimar la rebelión militar, la verdadera, a partir de ciertas ideologías y posiciones políticas –falangistas, carlistas, monárquicos-isabelinos, entre otros–, pero al final ejercieron más bien una posición decorativa, sobre todo cuando se deja muy atrás la guerra. También es cierto que hubo periodistas, escritores y artistas en general en el bando nacional, algunos afiliados a falange o a otras corrientes políticas. En aquel Bilbao de los años treinta, por ejemplo, donde se da un renacimiento cultural importante, los más proclives a este sector se reunían en el Café Lion d´Or, en torno a Ramón de Basterra o Sánchez Mazas. Pero autoritarismo y cultura no suele ser un binomio cómodo. Incluso no pocos de los afines a aquel movimiento nacional acabaron alejándose, incluso desertando abiertamente con disidencias más que manifiestas en algunos casos.

De ahí ese agravante de peligrosidad social que le atribuyeron a Juanita Mir. Era una mujer que escribía, que pensaba por sí misma, que publicaba. Se pronunció contra algunos de esos valores ultramontanos de la época, contra la lógica de la guerra, que no veía como algo heroico, sino como parte de los grandes intereses económicos; participó de un momento de renacimiento vasco, con reivindicaciones propias; formaba parte además de ese grupo de mujeres que se incorporaban a la vida cultural y social, también en el País Vasco. Ascensión Badiola, que tanto ha escrito sobre Juanita Mir, habla  de Cecilia García de Guillarte, de Ibone de Unda, de Dolores de Ibarruri, de la revista Mujeres.

La rebelión militar y la guerra civil que provocó dieron al traste con una intensa vida cultural en toda España, con un renacimiento cultural en el País Vasco. Frustró también las posibilidades de muchos escritores que ya destacaban en ese momento, como fue el caso de Juanita Mir. El escritor Félix G. Modroño la recupera como personaje en su novela La ciudad del alma dormida, en la que se da una descripción detallada de la vida cultural de Bilbao y de aquellos días de angustia y horror. Es imposible no lamentar aquel golpe funesto que acabó con la vida de una autora que hubiera sin duda aportado mucho más si una guerra, de entre tantas guerras que ella detestaba, no le hubiese sesgado la vida.