martes, 25 de julio de 2017

Juegos Olímpicos

El mito indica que los Juegos Olímpicos fueron una idea surgida entre los dáctilos, una raza arcaica que la tradición vincula a Hefesto, más en concreto fue Heracles, tal vez primera personalización del héroe, quien propuso unas carreras entre sus hermanos. La historia oficial y objetiva, si es que existe algo de objetividad en la historia, indica que los primeros juegos olímpicos se celebraron en el 776 a. C. Se realizaron en Olimpia, de allí el adjetivo, y una de sus funciones fue la de mantener una mínima tregua en una época de enorme tensión y confrontación entre las diversas ciudades-Estado.

La idea de los Juegos Olímpicos como símbolo y potenciador de paz o de concordia entre los pueblos lo recogieron los mandatarios al reestablecerse a partir de 1886 cada cuatro años. Es evidente que no logró tal objetivo, si es que se lo tomaron en serio: el siglo XX siguió siendo, como los siglos anteriores, violento y vivió incluso dos guerras mundiales. Todo indica, en lo que llevamos de siglo XXI, que por desgracia nada cambia en lo relativo a guerras y violencia.

Pero además los Juegos Olímpicos se convirtieron muy pronto en pantalla de propaganda de los Estados en los que se mostraba bien la superioridad racial, tal como se intentó en los juegos de Berlín de 1936, bien de propaganda política, para el Bloque del Este hasta su desmoronamiento o para los Estados Unidos, una manera de mostrarse al mundo como potencia hegemónica.

No sólo eso, sino que también los Juegos Olímpicos se convirtieron, sobre todo en los últimos decenios, en grandes operaciones urbanísticas. No en vano sabemos todos de los estrechos vínculos entre las empresas y el deporte, sobre todo el deporte de élite. Las Ligas Profesionales de Fútbol, por ejemplo, más que deporte sano y ejemplo social, es un gran negocio que mueve millones en dinero y no escapa en algunos Estados a corruptelas y grandes corrupciones, las corrupciones generalizadas y casi sistémicas, como se ha visto en la FIFA o en la Liga Española.

Por ello, en gran medida, el gran interés de acoger los Juegos Olímpicos tiene que ver más con aprovechar el momento para un cambio en el urbanismo y dar a conocer una ciudad, hoy diríamos incorporarla a los mercados.

En este sentido, que desde las administraciones españolas -catalanas incluidas, no parece que haya aquí grandes discrepancias- se conmemore y celebre el vigésimo quinto aniversario de los Juegos Olímpicos de Barcelona indica hasta que punto no sólo fueron unos juegos ejemplares en lo deportivo y en lo organizativo, sino que sirvió para dar el primer paso en un cambio urbanístico y en incorporar la ciudad a los mercados, a todas luces el gran objetivo a perseguir. Veinticinco años después Barcelona se ha convertido en un parque temático, una caricatura de sí misma para disfrute de los millones de turistas que recorren la ciudad en busca de lo que piensan que van a encontrar. El resultado es una ciudad cara que expulsa a los vecinos de los rincones más apetecibles o si los mantienen, que sea como un atractivo más para el visitante.

Cierto: eso ocurre también en otras muchas ciudades convertidas en polo del turismo, caricaturas de sí mismas también ellas, sean Praga o Paris, o algunos de los nuevos destinos de los Balcanes que ven en el turismo una industria. Se dirá que los Juegos Olímpicos no tienen nada que ver con lo que hoy es Barcelona -¡hasta los propios turistas se quejan del exceso del turismo!-, pero no se puede negar que aquellos Juegos Olímpicos de hace veinticinco años fueron un primer paso para la transformación urbana. Ya hay algunos planificadores urbanos que hablan de Barcelona, por muy bonita que haya quedado, como un modelo lleno de lagunas y defectos.

De este modo, el deporte, que pudiera entenderse como actividad social de convivencia y diversión, de ocio y desarrollo individual y grupal, deviene en aliado de las empresas, un negocio más, un modo incluso con que barnizar la especulación y la concepción de una ciudad como negocio, más que como centro multidisciplinar donde conviven varias actividades, algunas económicas, pero no todas.


En castellano la palabra competencia reúne en su significado tanto la capacidad para el desarrollo de alguna aptitud como la rivalidad entre personas, países o empresas, algo que no ocurre en otros idiomas, que separan claramente ambos conceptos. Parece ser que los Juegos Olímpicos tienen ahora mismo más de lo segundo, de rivalidad entre deportistas y países, que de lo primero, de desarrollo humano de las capacidades. Y deja sus huellas en las ciudades por las que va pasando. 

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