Si hay un año en que se pudiera fijar el inicio de un cambio profundo
de la sociedad española en los últimos cincuenta años, en concreto de su
estética, de su forma de actuar, de su manera incluso de expresarse, sin duda
ese año sería 1986. Apenas hacía once años que el aparato político del país había
dado un vuelco enorme. No fue seguramente el vuelco que muchos hubieran deseado
para aquel periodo que se denominó como el de la transición a la democracia y que ahora ha dejado de ser “modélico”,
que es como se calificó durante mucho tiempo. Hoy se revisa el análisis de ese
periodo, incluso se cuestiona bastantes aspectos del mismo, salvo por quienes aún
mantienen el discurso oficial, tan complaciente. Pero a todas luces es cierto también
que se produjo un cambio real, no sólo estético. El mismo comenzó a gestarse
antes de la muerte del General Franco, sin duda con muchos rifirrafes internos
en el aparato de Estado y entre una clandestina oposición cuya fuerza real es
difícil de evaluar.
En 1986 España ingresó de modo oficial en la Comunidad Económica
Europea, la actual Unión Europea, lo que aportó una fuente de inversiones y
planes de reformas económicas de gran envergadura. El país llevaba cuatro años
con un gobierno de centroizquierda, cuya victoria electoral aplastante viene
siendo considerada por la mayoría de los historiadores y politólogos como el
momento de dar por terminada de un modo oficial la referida transición. Fue el
año del referéndum de la OTAN, el gran hito que adecentó en cierto modo esa
izquierda que demostró, por si alguien lo dudaba, que carecía de veleidades
revolucionarias, que en definitiva era un partido de orden. Se cerró así el
sepulcro de Largo Caballero, parafraseando, si se me permite, a Joaquín Costa.
De este modo, España se acomodaba a los países de su entorno, fórmula muy en
boga por aquel entonces. 1986 fue también el año en que se presentó la
candidatura de Barcelona a los Juegos Olímpicos de 1992, que obtuvo y que
produjo un profundo cambio estético y social, en unos años de enorme expansión
económica de un país en el que, en palabras de un ministro de aquellos primeros
gobiernos de centroizquierda, era tan fácil hacerse rico. O al menos
aparentarlo.
Todos esos cambios se levantaron en gran medida sobre el silencio.
Porque la Transición (con mayúscula, elevada la palabra a nombre propio de
aquella etapa) dio carta de naturaleza u oficializó lo que era una realidad
social: que terminada la guerra (in)civil, en un ya lejano 1939, se impuso un
silencio basado en el miedo, en el sometimiento, en la victoria a veces
acusatoria de los vencedores que optaron por uno de los bandos por mero
beneficio, por mantener unos privilegios, también en la aceptación -sumisa o
voluntaria- de que las cosas eran así, la actitud de lo que llaman la mayoría
silenciosa, todos aquellos que optaban por no menear mucho el pasado para no
repetir, al contrario de la frase hecha, la historia, por tanto para que no
volviéramos al enfrentamiento constante, la guerra y la imposición. Con el
cambio de siglo varió este marco general de silencio y se empezó a plantear la
necesidad de recuperar la memoria de lo ocurrido, conocer el destino de muchas
víctimas de la guerra y de los años posteriores. Coincide con lo antes
mencionado, con un cuestionamiento y un análisis más críticos de los años de la
transición. Habría que aclarar, porque todo aquí requiere de las aclaraciones
correspondientes para evitar malinterpretaciones, que dicha recuperación,
incluso recuperación crítica, del pasado en toda su amplitud -y con todas sus
consecuencias- no siempre se plantea de un modo partidista, lo que tampoco
sería malo por sí mismo, al menos en lo que es el planteamiento intelectual, y
mucho menos con voluntad de encarnizamiento, el pasado no se puede cambiar al
fin y al cabo.
Curiosamente, en 1986 RTVE emitió una serie española de ocho capítulos
que llevaba el muy expresivo título de «Recordar,
peligro de muerte». El título merecería por sí solo todo un análisis de
significados simbólicos, aunque puede, como suele ocurrir en estos casos, que
no fuera elegido de un modo intencionado. O al menos tan directamente
relacionado con el pacto de silencio que se había establecido unos años antes.
El guión lo escribió Josep Maria Benet i Jornet, escritor teatral y de cine que
tiene en su haber otras populares series de época, en concreto de la posguerra
y años posteriores. La historia contiene sin duda muchos de los elementos que
en este momento son objeto de debate. Un autor teatral catalán, interpretado
por Emilio Gutiérrez Caba, casado con una actriz de éxito en la escena
barcelonesa, interpretada por Angels Moll, recibe un paquete de un asilado
español refugiado en México con un manuscrito que aclara la muerte de su padre,
un expreso político que sale de la cárcel en 1948 y que es asesinado. La trama
nos lleva a conocer la responsabilidad que tuvieron muchos prohombres de
Barcelona en lo ocurrido durante y tras la guerra civil, algo que se silenció,
sobre todo después de la dictadura (y me temó que aún hoy perduran demasiados
silencios). La desaparición del documento les lleva a buscarlo e investigar la
autoría del crimen, junto a su criada, interpretada por Amparo Baró.
En lo que respecta a su estética, resulta cuanto menos curioso
observar que la serie posee rasgos propios del cine y las series realizadas en
los sesenta y setenta, tanto en las formas de vestir de los personajes como en
la manera de interpretar, y eso choca tal vez porque 1986 pudiera parecernos
hoy algo más actual, algo más cercano a lo que somos en este momento, pero percibimos
que en realidad está más cerca de otras décadas. O por lo menos existe una
transición que desembocará en una estética diferente. Por otro lado, hay
detalles y reacciones de los personajes que resultan algo inverosímiles hoy, aunque
sin duda será la necesidad de darle a la acción agilidad. Influirá también que
nos hemos habituado a nuevos relatos audiovisuales, menos teatrales.
Sea lo que fuere, llama la atención que el tema tocara tan
directamente un asunto de la historia cercana del país, en un momento en que el
silencio estaba muy anclado en la sociedad, más cuando se iniciaba un periodo
de expansión económica y de ascenso social que comportaba que nadie quisiera
recordar cuando las cosas no iban tan bien y era preferible el olvido, no
sentirse tan molesto por la historia reciente. En este sentido, la serie se
enmarca mejor en los debates de hoy, donde muchos no quieren ya asociar el
recuerdo con un peligro de muerte.
Es posible ver la serie en: http://www.rtve.es/alacarta/videos/recordar-peligro-de-muerte
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