lunes, 19 de septiembre de 2016

Diez días que no existieron

El 24 de febrero de 1582 el Papa Gregorio XIII promulgaba la bula Inter Gravissimas por la cual se reformaba el calendario Juliano, vigente desde el año 46 a. C. Para llevar a cabo dicho cambio fue necesario que no existieran diez días de octubre: al jueves 4 le sucedió el vienes 15 de ese mes. Esa reforma requirió de muchos años de estudio, iniciados algunos de ellos en la Universidad de Salamanca, ya a principios del siglo XVI, estudio en el que participaron numerosos científicos europeos. Uno de ellos fue Christopher Clavis, jesuita alemán, profesor de matemáticas en el Colegio de Roma, perteneciente a la Compañía de Jesús, y a quien el Papa designó finalmente, junto al español Pedro Chacón, para que estudiaran las bases del nuevo calendario, que pasaría a denominarse gregoriano y que es el que tenemos ahora y se ha impuesto en todo el planeta.

Christopher Clavis estudió durante cinco años, entre 1555 y 1560, en la Universidad de Coimbra, donde conoció a Pedro Nunes, en ese momento profesor de dicha Universidad. Matemático, cosmógrafo y geógrafo portugués, fue uno de los principales científicos de la época. De hecho, el matemático alemán divulgó en sus propias obras y a través de sus clases la obra de Nunes, que fue inventor del nonio, un instrumento para medir longitudes, algo fundamental en ese siglo de los grandes viajes. Sin duda, no es casualidad que fuera portugués, dada la importancia de Portugal en la aventura marítima. Bajo el reinado de João III esa aventura se intensificó, rodearon África y los navegantes portugueses alcanzaron China y Japón, además de establecerse en un sinfín de enclaves. En aquel siglo, que lo fue también de la ciencia, hubo un renacimiento de las materias científicas y también tecnológicas -otro jesuita, Mateo Ricci, discípulo de Christopher Clavis en el Colegio de Roma, fascinó a los chinos con un reloj de pared-, lo que contribuyó a la mejora de las sociedades y de la economía. La navegación resultó una de las beneficiarias de esas mejoras y permitió esos viajes por lugares apenas conocidos por los europeos, entre quienes se expandían numerosas leyendas, algunas desde hacía mucho tiempo, siglos incluso, como la del Preste Juan, que con toda seguridad incentivó la imaginación de muchos de los que embarcaron en los barcos, aunque sin duda movió más el hambre o la necesidad de escapar a los tribunales.

El siglo XVI fue sin duda un siglo fascinante que moldeó en Europa un tipo de individuo poseedor de una inmensa curiosidad por el pasado, por la historia y el pensamiento, por la literatura, pero también por la ciencia y la tecnología, por el medio ambiente. No abandonó por ello el interés por la trascendencia y el espíritu. La Reforma protestante, de la que conmemoramos su quinto centenario -mejor dicho, el acto formal de inicio, porque hubo muchos intentos previos- al colgar Lutero sus 95 tesis en la iglesia de Wittenberg, nos indica hasta qué punto fue fundamental la religión, tanto en lo personal -algunas de las nuevas corrientes religiosas se asentaron en la idea de recogimiento íntimo, la relación personal con Dios, en la base de su doctrina- como en lo colectivo, la idea de la comunidad es importante en todas las religiones, así también en su deriva política: la religión devino la argamasa ideológica de muchos de los nuevos Estados que iban apareciendo en Europa. Surge un tipo de persona que intenta observar la realidad como algo global, sin compartimentar los saberes, como se compartimentaron después. No en vano, muchos de los científicos de la época, como el propio Christopher Clavis, combinaron matemáticas y teología.

A pesar de todo este peso intelectual, no podemos obviar el lado negativo del siglo, como si todo avance comporte también su contraparte. Resulta evidente que el desarrollo en el pensamiento, en las artes y en las ciencias no elimina la posibilidad del terror o, dicho de otro modo, del enfrentamiento entre el bien y el mal, tan característico del ser humano. La aventura marítima, basada tanto en la curiosidad por lo que había fuera de Europa, en la observación de las realidades humanas y ambientales, supuso también el inicio del colonialismo a gran escala y también de la esclavitud. Por su parte, el desarrollo tecnológico trajo como consecuencia nuevos formas de matar, unas guerras más cruentas al aumentar la capacidad de destrucción. Por su parte, la conformación de los nuevos modelos de organización política, el Estado moderno, supuso la necesidad de homogenizar la sociedad -una lengua, un pueblo, una religión como objetivos a lograr para facilitar el gobierno- y por tanto la negación de la pluralidad cultural y religiosa que hubo en épocas anteriores. Un ejemplo de ello fue los nuevos modelos de inquisición que procuraron evitar las desviaciones heréticas de la ortodoxia así como la eliminación del otro, por ejemplo de cualquier tentación judaizante entre los conversos. En este sentido, Pedro Nunes descendía de judíos, pero él no tuvo problemas por ello, al contrario, tuvo buenas relaciones tanto con la monarquía portuguesa -con João III así como con su nieto D. Sebastião- como con la Iglesia Católica, fue uno de los matemáticos a los que el Papa Gregorio XIII consultó para la reforma del calendario. Claro que sus nietos, a comienzos del siglo XVII, sí tuvieron que enfrentarse a la Inquisición.

El calendario gregoriano se aplicó de inmediato en los países católicos y lo fueron incorporando los países que escapaban al dominio del Papado, los países protestantes primero, casi de inmediato a 1582, y después, poco a poco, los ortodoxos. Sólo algunas iglesias ortodoxas mantienen el antiguo calendario juliano para sus ritos, sobre todo. Lo que no se logró fue zafar todos los efectos negativos del momento entre esos diez días que nunca existieron.

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