martes, 7 de junio de 2016

David Shenk

Produce no poco desasosiego comprobar que hay aspectos de la actualidad, en este presente que nos ha tocado vivir, que resultan a todas luces muy similares a épocas del pasado que tenemos por sangrientas, toscas, incultas y violentas, a las que miramos con cierto desprecio desde la atalaya que da el tiempo y que nos llevan a creernos superiores, mejores, más modernos por creer que la historia es una línea recta hacia el progreso. Calificamos de medieval, no sin desprecio, menospreciando incluso el concepto medieval, lo que ocurre en otras latitudes, sin darnos cuenta de que, según cita la Biblia, miramos la paja en el ojo ajeno sin percibir la viga en el propio.

Amín Maalouf, escritor libanés cristiano, ya llevó a cabo un fino ejercicio de empatía en su ensayo Las cruzadas vista por los árabes, en el que nos describía las muchas agresiones llevadas a cabo por el bloque cristiano occidental allí donde dominaban los saracenos. Cosas del pasado, se atreverán a decir algunos, añadirán que ahora los bárbaros son los musulmanes -pondrán a todos en un mismo saco-, que nos atacan con sus atentados a todas luces abominables e injustificables, sin percibir que este Occidente que tanto mira por encima del hombro a los demás les colonizamos, sometimos, les dimos la independencia cuando ya no era viable mantener los imperios y ahora los bombardeamos cuando no mantenemos regímenes cuestionables con quienes se realizan pingües beneficios.

Volvemos a hablar de bloques monolíticos -ellos y nosotros- en los que no caben matices, todo es o blanco o negro, y nos negamos a salir de la sarta de prejuicios y preconceptos que es un ámbito en el que nos sentimos, parece ser, más cómodos. Se vuelve difícil, en este sentido, crear vías de comunicación en el que el diálogo sea posible y a veces, cuando se plantea, todo atisbo de diálogo, se mira más como medio de convencer al otro. Por fortuna la literatura ha sido un buen medio para aproximar expresiones culturales y cosmovisiones diferentes -me niego a hablar de culturas y civilizaciones distintas, tiendo a considerar que hay expresiones diferentes de una misma cultura o civilización humanas- y Amín Maalouf es un buen exponente de ello, del que podemos citar otro libro muy interesante en este sentido: Orígenes. Claro que desde la literatura, en general desde cualquier ámbito cultura, puede resultar fácil la aproximación.

Porque si el diálogo lo desarrollamos por ejemplo desde la teología la cosa puede resultar más difícil, aquí no suele caber el relativismo, lo que se cree se cree porque es verdad, lo que convierte otra creencia en, por lo menos, no verdadera. Lo que se pretende, entonces, es la conversión del otro: lo tuyo puede ser interesante o contener elementos que compartamos, pero no queda otra que intentar traer al otro a nuestra fe.

David Shenk es un teólogo que fue misionero en África oriental, en una época en que comenzó a ser difícil evangelizar ya que no se permitía el más mínimo proselitismo. Antes de que los defensores de la Europa progresista pongan el dedo en la llaga y acusen tal hecho como la prueba innegable de que los musulmanes padecen de intolerancia absoluta, habrá que recordarles los problemas que hubo en algunos países europeos para poder profesar alguna fe que no fuera la oficial, en España sin ir más lejos hasta hace cuarenta años, o la persecución en los países del Bloque del Este y, frente a esto, hay que recordar también en muchos otros países de mayoría musulmana no suele haber problemas de prohibición, más allá de los prejuicios y tópicos, que se dan en ambas partes.

Este misionero menonita regresó a los Estados Unidos hace unos años e hizo del diálogo con los musulmanes una misión principal de su labor teológica. Desde luego, se trata de un hombre de firmes convicciones religiosas, pero eso no le impide el diálogo no tanto porque sea labor principal a la hora de afrontarlo la de convertir a su interlocutor, sino de conocer las diferencias, las cercanías y los puntos en común, que los debe de haber. En este caso, su interlocutor fue Badru Kateregga, que además de interlocutor lo considera un amigo. Suele iniciar sus presentaciones de este libro con una pregunta algo capciosa: ¿es posible que un cristiano convencido y un musulmán de profunda fe sean amigos? Es evidente que la respuesta dependerá en gran medida de nuestro concepto de amistad. Pero esto es ya otro debate.

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