¿Sociedad del espectáculo (Guy Debord dixit) o civilización del espectáculo
(Mario Vargas Llosa dixit)? Sea lo
que fuere parece que se trata de dos expresiones que se refieren a lo mismo:
un mundo que se ha dado a la grandilocuencia, que necesita la apariencia tras
la que se oculta muchas veces la nada más absoluta. Todas las grandes ciudades
tienden a parecerse, poseen las mismas cadenas de tiendas o de restaurantes, los
mismos tipos de cine, el mismo modo de vivir y, por tanto, los mismos tipos de
museo o centros culturales, porque ahora es lo que se lleva, unos entes
inmensos que son al mismo tiempo museos y centros culturales, y se gestionan
con un idéntico criterio: la enormidad.
Quizá sea una simple tendencia de quien suscribe a rechazar
esta neoposmodernidad imperante, por
tanto se trata de la interpretación que se deriva de una mera cuestión de edad:
a uno ya no le gusta vivir al día, a todo meter, a pesar de que uno se ve
obligado a vivir al día y a todo meter. Pero se buscan más otros rincones menos
espectaculares y más entrañables. Aunque puede que se trate de una simple
deformación subjetiva de la realidad, algo que nada tiene que ver con la
realidad. O con la realidad objetiva, sea lo que sea esto. O peor aún, puede
que se trate de una vana búsqueda de identidad propia rechazando lo actual, ese
mundo que ha cambiado, que cambia de forma inevitable y que nos deja a muchos
en la cuneta, fuera de juego, como elegir escribir a mano por el miedo a las
nuevas tecnologías.
No
sé si en Bilbao hay división de opiniones: eres del Guggenheim o del Museo de
Bellas Artes. En todo caso, mi opción es evidente: el Museo de Bellas Artes. No
porque me parezca mal el Museo Guggenheim, o al menos cuando lo pienso no
rechazo del todo que existan este tipo de centros. Pero al pasar por delante de
alguno de estos gigantismos museísticos no puedo dejar de sentir cierto
fastidio y considerar que esta tendencia a la enormidad en la arquitectura
tiene que ver con regímenes autoritarios, véase si no cómo se construía bajo el
fascismo o el estalinismo, para dar un par de ejemplos más o menos recientes. Algún
socioarquitecto, si existe esta especialidad, podría explicar la razón por la
que en democracias formales como las nuestras surgen este tipo de construcción
basada en la enormidad y en convertir al individuo en un cuerpo ínfimo frente
al inmenso edificio con funciones socioculturales.
El
Museo de Bellas Artes de Bilbao es un lugar que mantiene unas dimensiones
humanas. Su origen es de 1908, cuando se fundó, abriendo sus puertas en 1914.
Diez años más tarde se fundaba el Museo de Arte Moderno. Ambas instituciones se
fusionaron en 1945, aportando cada una de ellas sus colecciones. Se trata de un
museo donde parece que todo está a mano y uno puede recorrer sus salas sin
mucho cansancio, casi en un paseo, nada que ver con el taylorismo aplicado al
mundo del turismo cultural de nuestros tiempos. Combina colecciones propias con
exposiciones temporales de autores del mundo entero y temas variados. Todo ello
además con la discreción de una cultura introspectiva.
Ahora que Bilbao forma parte de la
red de ciudades con atractivos culturales –y sí, el Guggenheim es un atractivo
también- sería interesante pasarse por este museo que además está casi frente a
frente del otro, algo que espero que no se interprete como una competencia
entre ambos. Ni tampoco con que haya que elegir ser de uno o del otro.
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