sábado, 22 de agosto de 2020

Clasicismo, reacción y modernidad en el Lion d´Or


Desde luego no fue la única, pero sin duda la tertulia del Café Lion d´Or que reunió a los miembros de la Escuela Romana del Pirineo tuvo una importancia enorme en un momento en que todo el país bullía culturalmente, la edad de plata española.

En ese rincón del Bilbao mercantil y burgués de Abando, donde se hallaba el Lion d´Or, en una esquina de la Gran Vía, arteria principal de grandes edificios, centros bancarios y salones señoriales, los participantes de aquella tertulia se interesaron por el pasado, nada menos que por el esplendor institucional, poético, militar y filosófico de Roma, cuya grandiosidad imperial se contemplaba ya desde el derrumbe definitivo de otro imperio posterior a aquel, el español, que acababa de perder Cuba y Filipinas tras una guerra vergonzante, también Puerto Rico, y su gloria imperial se reducía en ese momento al norte de Marruecos, en guerra también, y a Guinea Ecuatorial, después de haber gobernado un vasto territorio donde nunca se posaba el sol. 

Parece en un primer momento que la de la Escuela Romana del Pirineo fue una mirada más cultural que política, más filosófica que ideológica (en un sentido político), más estética que ética. Tal es, quizá, la actitud de Ramón de Basterra, que conoció los debates regeneracionistas pero murió antes de las controversias ideológicas previas a la creación de la Falange Española, donde militaron varios de sus contertulios, algunos de ellos, como Sánchez Mazas, camisa vieja, de un modo muy activo.

Cabe que hubiera una evolución lógica desde el esteticismo clasicista a posiciones fascistizantes, producto también del efecto del futurismo de Marinetti en algunos de los poetas del grupo o del movimiento político de Mussolini, que adopta también una estética imperial, influencias evidentes en el círculo bilbaíno a las que se añaden en el resto del Estado los debates en la camarilla que se forma en torno a José Antonio. Aunque no debería de haber sido así, pero fue y hasta hay un tópico al uso que liga clasicismo y reacción.

Claro que a la tertulia del Lion d´Or acude también Pedro Eguillor que pasa por ser, en palabras de José María de Areilza, el primer lector en España del pensamiento reaccionario tanto anterior como posterior a la guerra del 14. Al igual que Mourlane Michelena, Pedro Eguillor es uno de esos hombres de enorme y amplísima cultura, con intereses que ya desde sus estudios de derecho van más allá de lo jurídico, se extienden a la filosofía y a la historia, habla varios idiomas y conoce lo que se publica en Europa. Es uno de esos escritores sin libros que de tanto en tanto se dan en el panorama cultural y al que se conoció a veces como el Sócrates Bilbaíno.  

Parece que le atrae en un momento de juventud el carlismo, cuando esta corriente tradicionalista comienza a integrar una preocupación por lo social, nada que ver con lo que será, muchos lustros después, el carlismo disidente que se da bajo el franquismo, muy escorado hacia la izquierda. Pero no se le conoce militancia en él, como tampoco, años después, en la falange, aun cuando comparte muchas de sus posiciones y formas de entender la política. No podemos saber cuál hubiese sido su evolución bajo el franquismo, muere el 4 de enero de 1937 durante el asalto a la cárcel provisional de los Ángeles Custodios donde se halla recluido.

Con independencia de los casos particulares de lecturas proclives al reaccionarismo y de la evolución ideológica durante la década de los treinta, todo indica que esta primera tendencia grupal a las loas del esplendor romano tiene mucho de reacción ante un presente que resulta cuanto menos poco atractivo, desagradable, perturbador, más en una ciudad como Bilbao, que vivió los cambios a una velocidad desorbitada. Sólo hay que tener en cuenta los datos del crecimiento de la ciudad para tener en cuenta los efectos de la industrialización: en 1870 la población de Bilbao no alcanza los 20.000 habitantes; en 1877, supera los 32.000; y en 1900, los 83.000. Tal crecimiento en población se da también a lo largo del Nervión, hasta llegar al abra. La mayoría de los participantes de la tertulia del Lion d´Or nacen en el último cuarto del siglo XIX, mientras que Miguel de Unamuno, a quien conocen y tratan, nace en 1864. Todos ellos perciben la zozobra que causa un cambio tan rápido. Es verdad que aparece una burguesía mercantil e industrial que alberga esperanzas en un progreso material y económico sin límites, también que surge una utopía social entre la clase trabajadora de los barrios del sur de la ciudad, pero los cambios producen desasosiego y agitación, es comprensible que se dé una reacción ante esa modernidad.

De un modo análogo, surge un nacionalismo vasco que tiene mucho de añoranza del mundo agrícola y marinero, contemplados con no poco bucolismo, frente al crecimiento de los barrios obreros o el retroceso de los elementos identitarios, el idioma vasco por ejemplo, circunscrito a lo más casero, y contra una visión que se da sobre todo en cierto costumbrismo bilbaíno que parece burlarse de los caseros. En este sentido, Sabino Arana Goiri, fundador del PNV, nace en 1865 y vive también ese momento de desconcierto. En algunos sectores bizkaitarras y nacionalistas vascos se dan actitudes hostiles, xenófobas, hacia la inmigración, hacia esos hombres y mujeres, se les ve como desarrapados, que van a trabajar a las minas y a la industria.

No obstante, ambas reacciones se irán recolocando en las grandes corrientes de principios del siglo XX. La clasicista del Lion d´Or se integrará en parte al falangismo, que plantea, antes de degenerar en una violencia chulesca y bravucona, un cambio social profundo, un nuevo orden, eso sí, con una tendencia autoritaria en su seno. El nacionalismo vasco, por su parte, recibirá la influencia de una parte de la burguesía sensible a la cuestión vasca, el más emblemático será Ramón de la Sota y Llano, que convertirá al PNV en la expresión política de la derecha democrática vasquista.


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