El historiador Paul
Preston califica el libro de Georges Orwell Homenaje
a Cataluña como «una interesante
crónica de un testigo parcial de un minúsculo fragmento de la guerra civil
española». Dicho de otra forma: le gusta el libro pero destaca la
parcialidad del autor. No sólo esto, añade además, lo escribe en un prólogo a
un libro de Andrés Trapiello, que el que sea uno de los textos más leídos sobre
la guerra civil crea un problema si no se conocen otras obras sobre el
conflicto: que el lector saque conclusiones que son erróneas, por ejemplo la
importancia de la Revolución y de los hechos del 37 o la responsabilidad del
PCE, imagino que por extensión de la URSS de Stalin, en la derrota de la
República.
Valga por delante que Homenaje a Cataluña es justo eso, una
crónica carente de la imparcialidad que pudiera tener un historiador más o
menos objetivo (y si ello es posible de un modo absoluto). Georges Orwell
escribe su vivencia particular, subjetiva, es evidente, y por tanto plasma su
opinión, no lo oculta, sobre un capítulo de la guerra, parcial, minúsculo, sin
duda, pero que resultó importante, tuvo repercusiones y que resultó, por lo
demás, especialmente sangriento. Desapareció Nin y sólo ahora sabemos algo del
trágico final de este dirigente político, varios militantes del POUM pasaron
por checas y por cárceles de la
República, su partido fue ilegalizado y tachado de quintacolumnista y aliado del fascismo, algo que el propio PSUC
acabó autocriticando en la década de los ochenta gracias, en buena medida, al
escritor Manuel Vázquez Montalbán. Por lo demás, Albert Camus afirmó que «el asesinato de Andreu Nin marca un viraje
en la tragedia del siglo XX». Lo elevó por tanto a fragmento trascendental
y simbólico de aquella época.
Que los hechos de mayo
del 37 sigan creando polémica, y no sólo sobre su mayor o menor importancia,
reflejan bien a las claras la dificultad de la objetividad y de la imparcialidad
a la hora de afrontar ciertos hechos. Todo pasa por un sesgo interpretativo que
resulta, cómo no, de la propia opinión, de prejuicios que siempre arrastramos y
respecto a los cuales cuesta marcar distancia, de factores al fin emocionales.
Es evidente que unos hechos como los que mencionamos los interpreta de modo
diferente un militante trotskista, un convencido marxista leninista de aquellos
que antaño se denominaban prosoviéticos o cualquier otra persona con intereses
múltiples y variados, tantos como personas haya. Surgen variadas
interpretaciones y hasta se formula ahora aquello del establecimiento de relatos que no sé muy bien qué significa.
Es evidente que entender
los mecanismos de la realidad no es fácil. Cuando estamos en plena crisis del
coronavirus y nadie sabe cómo acabará esto, no parece posible tener una idea de
lo que ocurre, ni siquiera parece fácil entender y mucho menos interpretar
nada. Uno siente que hay exageración en las medidas y en que parezca que
vayamos de cabeza a un desastre económico, algo tan legítimo sin duda como
preocuparse hasta el temor ante lo que ocurre, por lo que no queda más remedio
que escuchar a los técnicos y dejar en sus manos la gestión de la realidad, por
si acaso, porque hay al fin y al cabo personas que se enferman y hasta que
mueren, lo que no es ninguna broma. Ya habrá tiempo de establecer criterios
cuando pase esta crisis, si es que pasa, y ajustar cuentas.
Desde luego es difícil
comparar este problema sanitario con la guerra civil española y por extensión
con buena parte de la historia del siglo XX, tan marcado por lo ideológico.
Claro que incluso algo como una epidemia, que parece responder a una materia
tan objetiva como la ciencia médica, no escapa a la lógica de la realidad, por
ejemplo, en este caso, a la de la competencia brutal entre potencias económicas,
por tanto cabe un análisis ideológico o incluso asumir el tamiz de intereses no
siempre evidentes. No obstante, hay que tener cuidado con las interpretaciones,
puede que sea una tendencia insana esta de ver conspiraciones por todas partes,
una conspiranoia inspirada por
películas de domingo por la tarde.
Tal vez esté cambiando la
noción de la realidad y las nuevas tecnologías estén aportando otro modo de
entender e interpretar lo real. Sin embargo, mucho me temo que el exceso de
información produzca justo lo contrario, la imposibilidad de entender nada y
por tanto de conducir la propia opinión hacia una interpretación prudente y
correcta. Es como si la estrategia actual del poder, o del sistema, o de quien
maneje el cotarro y decida lo que se debe saber, haya optado no por reprimir
información y por tanto limitar datos, sino justo en lo contrario, por apabullar
con tanta detalle que al final uno se pierda.
Supongo que debe de
aplicarse un método que nos evite perdernos por las ramas de la realidad. Paul
Preston puede que tenga razón en prevenirnos de tal peligro y que no sepamos
discernir lo importante de lo secundario, aunque tal vez haya dado un mal
ejemplo al calificar de minúsculo fragmento los hechos del 37, que significaron
más cosas que un instante penoso y sangriento de aquella guerra, ya de por sí
cruel y dolorosa, y que nunca debió de haber ocurrido. Resulta por lo demás
siempre más fácil analizar el pasado que comprender el presente, más cuando el
exceso de información nos desmonta cualquier capacidad de análisis.
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