En un artículo publicado
en La Marea, la escritora bilbaína Aixa de la Cruz nos habla de su experiencia de perder
un idioma y lo califica sin ambages como de «una
vergüenza enquistada sobre lo que me cuesta escribir (…)». (https://www.lamarea.com/2020/02/14/olvidar-una-lengua/)
No es de extrañar, no
obstante, que exista no poca dificultad a la hora de escribir y hablar de tal
cuestión, no sólo a ella, sino a muchos que nos interesamos por la coexistencia
de los idiomas en nuestros rincones de la tierra o que lo vivimos en nuestra
cotidianidad. Uno de los grandes problemas es que nos enfrentamos a un tema que
ha estado y está muy implicado con la política. O dicho de un modo más directo:
lo peor que le ha pasado a los idiomas, tanto el castellano como a los otros
ahora oficiales en varias comunidades, es su politización, cuando lo que
convenía era justo lo contrario, que no se politizasen, que se ajustase su uso teniendo
en cuenta una realidad y un debate sociocultural que permitiera asumir la
pluralidad lingüística. No siempre lo político y lo cultural coinciden ni se
mueven a la par. La corrección política y una tendencia a la bronca si se opina
sobre el tema añaden mayor trance al asunto.
Pero no es de esto de lo
que escribe Aixa de la Cruz, sino de su relación con uno de estos idiomas, el
vasco o euskera, de su relación personal, íntima y cotidiana, sin
interpelaciones de lo político. Ella es de Bilbao y en esta lengua estudió en
la escuela y durante mucho tiempo habló en ella con la mayor parte de sus
compañeros de curso. Claro que en su casa lo que hablaba era castellano, aun
cuando su madre, burgalesa, aprendiera vasco. Vivió luego un tiempo fuera del
país, por lo que el idioma se le quedó tan oxidado que al regresar no pudo
retomarlo con normalidad.
La relación ahora con su
hija recién nacida ha reabierto el tema de su relación con el idioma. Por un
lado, recupera palabras y expresiones; por el otro, reconoce que parte de ese
patrimonio cultural no le es accesible y desiste del idioma, aun cuando reconoce
la debilidad de ciertos idiomas, entre ellos el vasco, frente a otras lenguas
más extendidas y un mundo globalizado que requiere y permite múltiples
posibilidades lingüísticas y culturales, pero que supone un peligro para
numerosos idiomas.
No en vano no son pocas
las lenguas que se han perdido o que se pierden incluso hoy a lo largo del
mundo. En España son cuatro las lenguas reconocidas como oficiales: el
castellano o español en todo el territorio del Estado, el vasco o Euskera (o
Euskara o Uskara, según el territorio) en la Comunidad Autónoma Vasca y en
Navarra (aquí con un intenso debate de carácter muy politizado), el catalán en
Cataluña, Baleares y Comunidad Valenciana (también aquí muy politizado el tema
y hay quien habla de valenciano como lengua diferenciada) y el gallego en
Galicia. Además, es oficial el aranés en el Valle de Arán y el portugués está amparado
en Olivenza y tiene un tratamiento especial en la raya, en especial en Couto
Mixto.
Existen otras lenguas,
hablas o dialectos que no son oficiales, aun cuando algunas de ellas, como el
asturiano o el aragonés, disponen de cierto apoyo institucional en las
respectivas comunidades autónomas. Queda el caló, la variante del romaní en
España, y el errotximela, la variante vasca, que pese a la presencia gitana en
el país no han tenido apenas reconocimiento legal, a todas luces un olvido
impresentable y algo bastante vergonzoso, teniendo en cuenta su influencia
cultural.
Las relaciones entre las
diversas lenguas han sido dispar, por lo general desfavorable a las lenguas
minoritarias o periféricas, ya fuese porque en algunos momentos de la historia
el castellano devino idioma de referencia culta, ya fuese por imposición y
marginalización de los otros idiomas. Tras la noche obscura del franquismo,
sobre todo en lo que concierne a las lenguas minoritarias, se volvió a reestablecer el uso de los idiomas periféricos, al menos de los tres más
fuertes, aunque no se evitó la politización antes mencionada, con el daño
correspondiente y los peligros que siempre entraña emplear los idiomas como
armas arrojadizas de tipo político.
La cuestión es cómo
potenciar el uso de lenguas minoritarias que compiten con un idioma como el
castellano, extendido en el mundo y con un peso cultural importantísimo, y cuando
además aquellas no se hablan en todo el territorio correspondiente por igual, no hay más que
darse una vuelta por las Encartaciones o por buena parte del sur de Álava y
centro y sur de Navarra para darse cuenta de ello. Referirse a la identidad
como bastión o como ideal no es del todo válido, las identidades cambian, se
modifican y desaparecen, muchas veces por exterminio duro y puro, otras porque
se modifican por otras razones. Como afirma la propia Aixa de la Cruz: «Si la identidad fuera un bastión impenetrable,
nadie lucharía por salvaguardar sus membranas con ese ahínco que todos
conocemos». Además, la identidad colectiva se complementa con la identidad
individual y con las referencias e identificaciones que cada individuo puede
tener y tiene en cada momento de su vida. No siempre el sentido que se ha dado
al concepto normalización lingüística
corresponde al de normalidad, salvo que le quedamos dar a aquel el sentido de normativización, y que sin embargo tampoco
consigue alcanzar ciertos objetivos.
Es cierto, por otro lado,
que si no se hubiera aplicado ciertas políticas en educación la situación del
vasco sería aún peor. Es verdad que en la Margen Izquierda, por ejemplo y por
ser donde vivo, debido a esa política educativa la mayor parte de la población
de menos de cuarenta años posee suficiente capacitación para entender y
expresarse en este idioma. Otra cosa es que la lengua que se emplea en el día a
día siga siendo el castellano, por hábito, por fortaleza del mismo, por ser lo
que se habla en casa o por considerar que el euskera es el idioma de la
escuela, que también hay quien lo piensa.
Al final uno no tiene
soluciones ni una barrita mágica con que facilitar las cosas. Tal vez por ello
se limita a pasar por el asunto de puntillas, deseando eso sí la mejor salud
posible a todas les lenguas. Al fin y al cabo hay muchos países en el mundo que
ofrecen mayor pluralidad idiomática sin que ello sea un problema.
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