sábado, 15 de febrero de 2020

Sobre los idiomas y sus olvidos


En un artículo publicado en La Marea, la escritora bilbaína Aixa de la Cruz nos habla de su experiencia de perder un idioma y lo califica  sin ambages como de «una vergüenza enquistada sobre lo que me cuesta escribir (…)». (https://www.lamarea.com/2020/02/14/olvidar-una-lengua/)

No es de extrañar, no obstante, que exista no poca dificultad a la hora de escribir y hablar de tal cuestión, no sólo a ella, sino a muchos que nos interesamos por la coexistencia de los idiomas en nuestros rincones de la tierra o que lo vivimos en nuestra cotidianidad. Uno de los grandes problemas es que nos enfrentamos a un tema que ha estado y está muy implicado con la política. O dicho de un modo más directo: lo peor que le ha pasado a los idiomas, tanto el castellano como a los otros ahora oficiales en varias comunidades, es su politización, cuando lo que convenía era justo lo contrario, que no se politizasen, que se ajustase su uso teniendo en cuenta una realidad y un debate sociocultural que permitiera asumir la pluralidad lingüística. No siempre lo político y lo cultural coinciden ni se mueven a la par. La corrección política y una tendencia a la bronca si se opina sobre el tema añaden mayor trance al asunto.

Pero no es de esto de lo que escribe Aixa de la Cruz, sino de su relación con uno de estos idiomas, el vasco o euskera, de su relación personal, íntima y cotidiana, sin interpelaciones de lo político. Ella es de Bilbao y en esta lengua estudió en la escuela y durante mucho tiempo habló en ella con la mayor parte de sus compañeros de curso. Claro que en su casa lo que hablaba era castellano, aun cuando su madre, burgalesa, aprendiera vasco. Vivió luego un tiempo fuera del país, por lo que el idioma se le quedó tan oxidado que al regresar no pudo retomarlo con normalidad.

La relación ahora con su hija recién nacida ha reabierto el tema de su relación con el idioma. Por un lado, recupera palabras y expresiones; por el otro, reconoce que parte de ese patrimonio cultural no le es accesible y desiste del idioma, aun cuando reconoce la debilidad de ciertos idiomas, entre ellos el vasco, frente a otras lenguas más extendidas y un mundo globalizado que requiere y permite múltiples posibilidades lingüísticas y culturales, pero que supone un peligro para numerosos idiomas.

No en vano no son pocas las lenguas que se han perdido o que se pierden incluso hoy a lo largo del mundo. En España son cuatro las lenguas reconocidas como oficiales: el castellano o español en todo el territorio del Estado, el vasco o Euskera (o Euskara o Uskara, según el territorio) en la Comunidad Autónoma Vasca y en Navarra (aquí con un intenso debate de carácter muy politizado), el catalán en Cataluña, Baleares y Comunidad Valenciana (también aquí muy politizado el tema y hay quien habla de valenciano como lengua diferenciada) y el gallego en Galicia. Además, es oficial el aranés en el Valle de Arán y el portugués está amparado en Olivenza y tiene un tratamiento especial en la raya, en especial en Couto Mixto.

Existen otras lenguas, hablas o dialectos que no son oficiales, aun cuando algunas de ellas, como el asturiano o el aragonés, disponen de cierto apoyo institucional en las respectivas comunidades autónomas. Queda el caló, la variante del romaní en España, y el errotximela, la variante vasca, que pese a la presencia gitana en el país no han tenido apenas reconocimiento legal, a todas luces un olvido impresentable y algo bastante vergonzoso, teniendo en cuenta su influencia cultural.

Las relaciones entre las diversas lenguas han sido dispar, por lo general desfavorable a las lenguas minoritarias o periféricas, ya fuese porque en algunos momentos de la historia el castellano devino idioma de referencia culta, ya fuese por imposición y marginalización de los otros idiomas. Tras la noche obscura del franquismo, sobre todo en lo que concierne a las lenguas minoritarias, se volvió a reestablecer el uso de los idiomas periféricos, al menos de los tres más fuertes, aunque no se evitó la politización antes mencionada, con el daño correspondiente y los peligros que siempre entraña emplear los idiomas como armas arrojadizas de tipo político.

La cuestión es cómo potenciar el uso de lenguas minoritarias que compiten con un idioma como el castellano, extendido en el mundo y con un peso cultural importantísimo, y cuando además aquellas no se hablan en todo el territorio  correspondiente por igual, no hay más que darse una vuelta por las Encartaciones o por buena parte del sur de Álava y centro y sur de Navarra para darse cuenta de ello. Referirse a la identidad como bastión o como ideal no es del todo válido, las identidades cambian, se modifican y desaparecen, muchas veces por exterminio duro y puro, otras porque se modifican por otras razones. Como afirma la propia Aixa de la Cruz: «Si la identidad fuera un bastión impenetrable, nadie lucharía por salvaguardar sus membranas con ese ahínco que todos conocemos». Además, la identidad colectiva se complementa con la identidad individual y con las referencias e identificaciones que cada individuo puede tener y tiene en cada momento de su vida. No siempre el sentido que se ha dado al concepto normalización lingüística corresponde al de normalidad, salvo que le quedamos dar a aquel el sentido de normativización, y que sin embargo tampoco consigue alcanzar ciertos objetivos.

Es cierto, por otro lado, que si no se hubiera aplicado ciertas políticas en educación la situación del vasco sería aún peor. Es verdad que en la Margen Izquierda, por ejemplo y por ser donde vivo, debido a esa política educativa la mayor parte de la población de menos de cuarenta años posee suficiente capacitación para entender y expresarse en este idioma. Otra cosa es que la lengua que se emplea en el día a día siga siendo el castellano, por hábito, por fortaleza del mismo, por ser lo que se habla en casa o por considerar que el euskera es el idioma de la escuela, que también hay quien lo piensa.

Al final uno no tiene soluciones ni una barrita mágica con que facilitar las cosas. Tal vez por ello se limita a pasar por el asunto de puntillas, deseando eso sí la mejor salud posible a todas les lenguas. Al fin y al cabo hay muchos países en el mundo que ofrecen mayor pluralidad idiomática sin que ello sea un problema.

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