sábado, 7 de julio de 2018

Discursos políticos


Jorge Luis Borges afirmó que la teología podía ser una rama de la literatura fantástica. Tal vez hoy debiéramos añadir en tal categoría el discurso político, en cualquiera de sus contextos –electoral, institucional, declarativo…–, visto el desfase entre lo que se dice y de lo que se habla, entre las palabras con que se quiere dibujar la realidad y esa misma realidad que se pretende describir.

Es cierto que la realidad, muchas veces, se interpreta y cabe múltiples variantes en tal interpretación, Pero incluso lo que no es interpretativo se trastoca tanto que a veces el desfase es brutal entre el discurso político y la realidad, y bien se podría aplicar respecto a las declaraciones de algunos políticos aquello de que cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Sólo así se entiende, por otro lado, la expresión al uso y en boga desde hace bien poco de crear o establecer relatos a partir de los datos sociales y que emplean sociólogos, políticos y antropólogos: al final se admite que no se trata tanto de describir la realidad, sino de reinventarla, reinventarla para mayor gloria de quien formula el discurso. Al final lo que se hace es literatura (no muy buena) y en la ficción lo importante es la verosimilitud, no la coincidencia con la realidad. Son dos lenguajes distintos y hasta ahora había habido permeabilidad del lenguaje político en la narrativa, pero nunca hubo como ahora un uso (abuso) del lenguaje literario en el discurso político. O al menos un lenguaje pretendidamente literario.

Puede que esta distancia entre discurso político y realidad se haya alargado tanto porque se ha agrandado la brecha entre población y eso que se llamó hace un tiempo clase política, aquel segmento de la población que se dedica profesionalmente a gestionar (sin entrar en valoraciones) la administración del Estado, una gente que se ha envuelto en una burbuja que al final tiende a ser un verdadero estamento cuasi sacerdotal, una casta separada del resto de la población, y cuya visión de lo real está a años luz de lo real, ni siquiera parece que hablemos de lo mismo, aunque la legitimidad de ese discurso parece elevarse en los pilares de cientos de encuestas que pretenden describir la preocupación general de la población, que indican muchas veces lo que apuntan los titulares informativos, confirmando tal vez que todo es una cuestión de lenguaje y no de hechos.

Sin duda hay cientos de ejemplos de todo ello. Uno en pequeña escala es lo que está pasando en Bilbao ahora mismo. Declarada una y mil veces como tierra de acogida, la ciudad se pretende multicultural, abierta, hospitalaria, solidaria, al igual que otras instituciones del país, que han realizado no pocas declaraciones de la necesidad de mostrarse solidario con los migrantes, refugiados o económicos, que pretenden alcanzar Europa. Tampoco es algo propio del ayuntamiento de Bilbao eso de enorgullecerse de tales valores, otras muchas ciudades hacen gala de los mismos, buscando además un barniz progresista en unos tiempos de reacciones excluyentes y que rechazan la llegada de los diferentes. O de quienes los consideran diferentes, que de la diferencia o no de los extraños y extranjeros habría mucho que decir. En todo caso, no en vano Tzvetan Todorov dio en el clavo cuando declaró que «el miedo a los inmigrantes, al otro, a los bárbaros, será nuestro gran conflicto en el siglo XXI». Claro que habría que aclarar que hay una leve diferencia entre inmigrante y otro, entre otras cosas porque la categoría inmigrante cabe plenamente en la categoría otro, pero no siempre el otro es lo que entendemos por inmigrante, depende en gran medida del tamaño de la cartera o de la cuenta corriente. Y algo de eso tiene el discurso solidario que se queda en eso, en mero discurso.

Que el discurso de la acogida en la solidaria ciudad haya chocado con la realidad de unos migrantes no esperados y que se encuentran con unos servicios sociales colapsados de entrada indica la distancia entre el discurso y lo real. Hay que aclarar que el colapso procede de las necesidades cotidianas, la recuperación no ha llegado a todos por igual, por mucho que estemos hablando de un territorio donde parece que las cosas van mejor en lo económico que en otras partes y hay incluso más ayudas sociales. Porque además no es que hablemos de una multitud de migrantes que lleguen a mansalva, hablamos de cuatrocientas personas en las últimas semanas, una mayoría de las cuales han seguido viaje, sobre todo hacia Francia, destino final de una gran parte de los que hasta aquí llegan, algo reconocido por la propia administración, con un permanente diario de unas ochenta personas en la ciudad, que tampoco parece tanto, pero sin embargo ha sido imposible que los servicios sociales los asuma en su red de albergues, siendo la plataforma social Ongi Etorri Errefuxutuak la que haya tenido que encargarse de acoger y alimentar a parte de ellos.

Aquí es donde de nuevo nos encontramos con otro desfase entre discurso político y realidad social. Desde la administración se indica que la cuestión está controlada, entiéndase controlada por la administración, aunque una parte importante de los migrantes, de paso o no, sigue dependiendo de voluntarios organizados en esta plataforma social, sin que la administración parezca salir del bucle de reuniones y consultas de urgencias, y sólo haya empezado a organizar la ayuda social pasados varios días desde la llegada de los primeros de esos migrantes, tal vez porque con lo que se contaba en realidad es con que se marcharan de inmediato de la ciudad. Porque, como suele ocurrir con frecuencia, la realidad siempre fastidia los grandes titulares y desluce en gran medida los grandes discursos floridos. Da la sensación, la da en cualquier rincón europeo, que esos discursos de acogida se realizan contando con que luego no haga falta aplicarlos. Por desgracia, son los discursos excluyentes, diferenciadores y xenófobos los que parecen aplicarse con más facilidad.

Puede que este asunto acabe siendo una pequeña pieza de un gran puzle y que pronto pase al olvido. El exceso de información, al final, es lo que tiene: todo se queda olvidado.  

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