viernes, 27 de octubre de 2017

Yiddish

Isaac Bashevis Singer afirmó que «un autor pertenece legítimamente al corpus literario de la lengua que utiliza como vehículo de expresión». Él escribía en una lengua minoritaria, el yiddish, la lengua de una comunidad pequeña que se repartía sobre todo entre Polonia, los países bálticos y Rusia. Hubo comunidades que hablaban esta lengua en otras regiones del Este europeo, pero también en Estados Unidos, a donde muchos judíos emigraron desde finales del siglo XIX. El propio Singer emigró a Nueva York en 1935.

 No se trataba de una comunidad por completo homogénea, había en su seno diferencias de tipo religioso, principalmente entre quienes practicaban el jasidismo, una interpretación rigurosa y mística del judaísmo, y otras comunidades que, aunque ortodoxas, habían incorporado una tradición más lógica e incluso científica a su visión religiosa y del mundo. El pensamiento renovador de estas comunidades apareció sobre todo a partir del siglo XVIII, cuando surgió la Haskala, un movimiento cultural que recogía buena parte de la Ilustración europea del momento, que rechazaba la superstición y una religiosidad que renunciaba al mundo, y procuraba un diálogo filosófico y social con las sociedades en las que vivían. Moses Mandelsshohn (1729-1786) fue la figura más importante que inició tal movimiento y que influyó más allá de las comunidades judías de lengua yiddish, también entre los judíos de Europa central. Buena parte de quienes se sumergieron en este pensamiento modernizador tendió a una mayor inquietud por las cuestiones sociales, no hay que olvidar que se trataba de comunidades castigadas por penurias materiales, pero en un momento además de proletarización en las ciudades, lo que los atrajo en algunos casos al socialismo a la vuelta del siglo y también a la aparición del sionismo entre algunos cenáculos judíos.

Hay que tener en cuenta que en ese cambio de siglo, entre el XVIII y el XIX, surge en muchos países movimientos nacionalistas o que se plantean la cuestión de la propia identidad. No es de extrañar que las comunidades judías, muchas de las cuales vivían al margen de las sociedades, aisladas del resto de convecinos, con una religión diferente, a veces perseguidos o cuanto menos rechazados, se plantearan la cuestión judía también como cuestión identitaria. Nace así el sionismo, un nacionalismo judío que plantea terminar con la diáspora y que la nación judía tuviera su propia tierra donde constituirse en país. No todos los judíos y sus comunidades estuvieron de acuerdo con ese movimiento. Por un lado, hubo quienes planteaba que, aun cuando existiera una cuestión judía, los judíos estaban integrados en sus países respectivos y participaban bien en la sociedad burguesa bien en el naciente movimiento obrero, internacionalista por principio. Por el otro, muchas comunidades ortodoxas, entre ellas las jasídicas, rechazaban un Estado de los judíos en los términos que se planteaban en ese momento porque no tenía una base mesiánica sino secular. Incluso hoy muchos judíos jasídicos rechazan a Israel como patria de los judíos.

Este debate sobre la identidad judía y la idoneidad o no del sionismo surge también por otra consecuencia de la Haskala que tiene que ver con la cita de Singer al principio: la recuperación del hebreo como lengua de comunicación. El hebreo era el idioma de lo sacro, la lengua que se empleaba en los ritos religiosos, en la Sinagoga, pero no era la lengua común en la que se expresaban los judíos, que habían adoptado las lenguas de los lugares donde vivían como lenguas propias o, en el caso de los judíos del Este europeo, el yiddish como idioma de la comunidad, del mismo modo que el ladino era el idioma de las comunidades sefardíes. Incluso en la época de Jesús, por acudir a una referencia cristiana, el hebreo ya era una lengua ritual y los judíos hablaban normalmente arameo o griego, entre otras, en su vida cotidiana. Por tanto, el hebreo era un idioma ritual y sólo cuando un judío se trasladaba a otro lugar cuyo idioma desconocía empleaba el hebreo para comunicarse con la comunidad local.

La búsqueda de una identidad propia entre comunidades muy diferentes entre sí llevó a contemplar el hebreo como ese idioma común que proporcionaba un rasgo más al ser judío. La identidad judía pasaba a contemplarse, de este modo, como una identidad basada no sólo en la religión, lo que podría dejar fuera a los no practicantes estrictos, sino también en elementos culturales, como el idioma, además de otros rasgos socioculturales. De nuevo entre los judíos jasídicos hubo muestras de rechazo a que el hebreo dejara de ser la lengua ritual para convertirse en lengua vehicular. Para esto ya tenían el yiddish.

Pese a este rechazo o a la dificultad de convertir una lengua ritual en lengua de comunicación más extendida, muchas comunidades comenzaron a estudiar el hebreo para emplearla más allá de las sinagogas. El propio Isaac Bashevis Singer se ganó la vida en su juventud dando clases de hebreo a los hijos e hijas de familias adineradas. No obstante, el yiddish siguió siendo la lengua de comunicación en las comunidades judías del Báltico, de Rusia y de Polonia, y es la que empleaban los escritores que aparecieron en el renacimiento cultural durante la segunda mitad del siglo XIX, con autores como Sholem Yakov Abramovitch o Scholem Aleichem, autor del Violinista en el tejado, aunque hubo escritores como I. L. Peretz que emplearon las dos, el yiddish y el hebreo, como lenguas de escritura.

También en los Estados Unidos el yiddish fue un idioma vivo en la comunidad judía. Surgen revistas como Di Yunge, que tiene una enorme influencia literaria y publica a poetas en lengua yiddish de Estados Unidos y de Europa, además de traducir a poetas simbolistas franceses a esa lengua. El propio Isaac Bashevis Singer colabora incluso antes de su traslado a Nueva York en el The Jewish Daily Forward, dirigido por Abraham Cahan.

En este sentido, las comunidades judías de lengua yiddish de ambos lados del océano estaban muy vinculadas entre sí, por lazos familiares, pero también, como vemos, culturales. Cuando Singer llega a Nueva York no sufre la soledad del emigrante, la comunidad judía es grande, ha aumentado en aquellos años treinta que siente ya la amenaza del nazismo y posee herramientas de convivencia y de cultura importantes. Aunque no es un mundo homogéneo, la lengua yiddish, un idioma de raíz germánica, apenas tiene grandes diferencias entre comunidades de distintas regiones. Recibe, sí, influencias de diferentes idiomas -el polaco, el ruso, las lenguas bálticas, el húngaro, incluso el italiano y el inglés-, pero todos sus hablantes poseen referencias comunes, las de la cultura judía de Europa del Este. De ahí que la afirmación de Isaac Bashevis Singer, «un autor pertenece legítimamente al corpus literario de la lengua que utiliza como vehículo de expresión», tenga pleno sentido. Un escritor en lengua yiddish de cualquier ciudad rusa, de Lituania, de Varsovia o de Nueva York se entendían a la perfección y transmitían a sus lectores imágenes, referencias o figuras que todos comprendían en todos sus sentidos.


¿Podemos decir lo mismo de otras lenguas más extendidas, del castellano, por ejemplo, o del portugués? Sin duda, compartimos idioma con latinoamericanos, en el caso del portugués con africanos también. Sin embargo, qué duda cabe que estos idiomas recogen aspectos culturales muy diferentes en cada región del mundo donde se habla. ¿Podemos hablar entonces de un corpus literario en castellano o en portugués, sin más precisión, global? En cierto modo sí, siempre que tengamos en cuenta que estas lenguas se hablan para mundos referenciales diferentes. Del mismo modo, ¿podemos decir que un autor en lengua yiddish de Varsovia sea muy diferente a un escritor de la misma ciudad en polaco? En este caso podríamos esgrimir las referencias, una judía y otra polaco-cristiana, distintas, aunque no creo que sean más fuertes que las diferencias personales que pudiera haber entre los dos escritores porque, al final, hablamos de un mismo escenario. Hablamos de identidad, para la cual es un factor muy importante, casi central, el idioma, pero varias identidades distintas pueden estar contenidas en un mismo idioma, de igual manera que una misma identidad se puede expresar en dos o más idiomas en aquellos territorios en los que se hablan dos o más lenguas. En este sentido, la experiencia de los escritores en lengua yiddish pueden aclarar muchas cosas de algo tan dinámico como es la identidad.

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