Guernica bullía a esa
hora. Era día de mercado, se habían acercado vecinos de otros pueblos y lugares
próximos, pero además estaban los desplazados por la guerra que se hallaban en
Guernica a la espera de que aquel enfrentamiento bélico desencadenado nueve
meses antes se acabara, aunque no había visos de que fuese a terminar pronto.
Hacia las cuatro y media de la tarde se inició el bombardeo. Se calcula que
pudiera haber 12 000 personas en la que era, además, símbolo del Pueblo Vasco,
la ciudad emblemática, la del árbol que representaba y representa las
libertades de Vizcaya, y por ende la de los vascos, donde unos meses antes, en
octubre, José Antonio Aguirre había realizado su acto de investidura como
primer Lehendakari, modelo para los nuevos Lehendakaris una vez reestablecida,
varios lustros después, la autonomía vasca.
No fue casual que se
eligiera Guernica, aunque no fue la única ciudad bombardeada en el País Vasco:
Durango, Otxandio, Lequeitio, Irún, Éibar, Elgeta o Elorrio lo fueron también,
y otras muchas atacadas por tierra, como también lo fueron tantas otras
ciudades, bombardeadas y atacadas, en España en aquella cruenta guerra. Como
muchas otras ciudades en la segunda guerra mundial que la siguió. El
sufrimiento no admite gradaciones, el horror de los gernikarras no fue mayor o menor al de otras poblaciones
bombardeadas, pero su ciudad quedó destrozada casi por completo, sólo se
respetó la zona industrial y las vías del tren, lo que demuestra que el ataque
de la Legión Cóndor alemana y la Aviación Legionaria italiana estaba
planificado, una vez recibieron, en opinión del historiador Xabier Irujo, la
orden por parte de los jerarcas del bando nacional.
Fue, eso sí, un acto
atroz. La guerra ya no iba a respetar, como alguna vez se pretendió establecer,
la vida de los civiles, no iban a mantenerse unas mínimas normas bélicas que evitase en la medida de lo posible las matanzas
generalizadas. El bombardeo de Guernica fue un avance de lo que ocurriría
después en otras muchas ciudades. Se plantea incluso que para la Legión Cóndor
el bombardeo fuera un ensayo de nuevas formas de hacer la guerra. El objetivo
era extender el daño lo máximo posible, afectar al mayor número de personas,
sin importar siquiera las posiciones ideológicas de sus víctimas potenciales.
Como recuerda José Ángel Etxaniz, del Grupo de Historia Gernikazarra, en Guernica
hubo aquel día una buena parte de la población que incluso simpatizaba con el
bando nacional. De lo que se trataba era de instaurar el terror, la guerra como
propaganda mediante el espanto y la barbarie, sin más consideraciones, una vez
más las personas convertidas en moneda de cambio de los intereses ajenos.
Un mes después Pablo
Picasso comenzó a pintar el cuadro con el que se reflejó el horror de aquel
bombardeo, convertido en símbolo de todas las víctimas de la guerra. Porque por
desgracia el ataque a Guernica no fue único. La Segunda Guerra Mundial fue
atroz en víctimas civiles, víctimas
colaterales las llamarían hoy en lo que no es más que mero terrorismo, por
muy legitimadas que se pretendan las guerras, ocurran en Iraq o en los
Balcanes, en Liberia o en Siria. Porque el terror de la guerra no se acabó con
la segunda guerra mundial, con las bombas de Hiroshima y Nagasaki.
Porque a los ochenta años
del bombardeo de Guernica las guerras siguen produciendo miles de víctimas civiles,
en las calles europeas con los atentados terroristas o en las calles de
ciudades de todo el mundo, en Alepo o en Bagdad, ya sean por atentados o por
bombardeos que también producen sus víctimas y su horror, por muy justificadas
que se pretendan los mismos. Pero la guerra, por otra parte, es también un
negocio. Se estima en ochocientos millones de euros el valor de las armas
vendidas por empresas afincadas en el País Vasco, según cifras de varias
organizaciones civiles y pacifistas.
Revertir la lógica de la
guerra parece una labor titánica, se trata a la vez de una concepción de Estado
-recuérdese, y no es algo ingenuo, que todo Estado se adjudica el monopolio de
la violencia y se vuelve a hablar de la defensa de la civilización, del nosotros y/o ellos- y de una lógica de
mercado -es una industria más, incluso se apelaría a la defensa de los puestos
de trabajo de querer limitar o destruir tal industria-, en definitiva, de unos
paradigmas bien instalados en el inconsciente colectivo, si es que existe algo
así. Desactivar la lógica de la guerra precisa sin duda también de símbolos,
como el del bombardeo de Guernica, que sean claros. Por ello es interesante que
Guernica, en el octogésimo aniversario de su bombardeo, acoja una campaña de
solidaridad con los refugiados en general, con los sirios en particular.
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