sábado, 11 de febrero de 2017

Tarajal

Stefan Zweig, escritor centroeuropeo, cosmopolita, europeísta convencido avant la lettre, añoraba en sus memorias, El mundo de ayer, memorias de un europeo, aquel tiempo en Europa en que las fronteras apenas afectaban a su población, eran meras referencias, hasta aquí mi país, a partir de aquí el tuyo, que podían ser cruzadas sin problemas, incluso sin necesidad de pasaportes, no digamos de visados o de tensas entrevistas en los puestos fronterizos, qué viene a hacer, a quién conoce, dónde permanecerá, qué visitará, en las que no se puede mostrar la más mínima contradicción que haga dudar al funcionario de turno que no haya otra intencionalidad, mucho menos que haya pretensiones de quedarse como migrante irregular.

No sólo las fronteras fueron porosas dentro de Europa durante bastante tiempo, también lo fueron, lo han sido hasta hace bien poco, las de otros países, como los americanos, por ejemplo, a los que tantos europeos acudieron como emigrantes económicos, que huían de la pobreza en Europa, la pobreza que asolaba entonces a los países escandinavos, a Irlanda, a los países latinos del sur, a los países del Este, a los balcánicos. América estaba necesitada también de mano de obra, fue una oportunidad para muchos de estos países de favorecer un crecimiento económico, pero también social y cultural. Se trataba de un crecimiento colectivo, pero también personal. Pío Baroja escribió un relato corto en el que habla de un indiano, un vasco que se enriquece al otro lado del Atlántico y regresa mucho después a su pueblo de origen tan añorado. Los más no regresaron, se quedaron en los países de acogida y sus descendientes cuentan muchas veces con orgullo las raíces familiares en cualquier rincón de Europa.

Esa libertad de movimiento transfronteriza se acabó en Europa poco antes de la primera guerra mundial. El enfrentamiento entre los Estados supuso de pronto que se reforzaran los puestos fronterizos y que surgieran los trámites para su paso, los permisos de tránsito, los pasaportes, el control de estancias. En abril de 1917 Lenin, que vivía en Suiza, parte de la estación de Zurich, mientras por casualidad Stefan Zweig se paseaba por las calles de esta misma ciudad, había huido de una guerra en la que no quiso participar, y atraviesa varios países en tren para alcanzar, el 16 de abril, Petrogrado y así contribuir, seis meses después, a la primera revolución socialista del mundo. Ese viaje requirió de uno y mil trámites burocráticos y de contactos políticos para poderse realizar. Cinco lustros más tarde su gran camarada en la aventura revolucionaria, Trotsky, vive una situación parecida al abandonar primero la URSS al caer en desgracia y después Turquía, su primer refugio, y tener que vagar por varios países, entre ellos varios europeos, sin que ninguno le diera el permiso de permanecer en él, hasta encontrar la solidaria acogida de Lázaro Cárdenas, presidente de México. En este caso, los trámites para cruzar fronteras o permanecer en algunos países se debió a ser quien era y al interés de mantener o al menos aparentar una buena relación diplomática con la URSS y su mandatario, Stalin, que ya no estaba tan interesado, al parecer, en expandir la revolución como prioridad, sino de un nuevo modelo de relaciones internacionales. En todo caso, miles de personas se vieron afectadas en su movilidad transfonteriza en Europa. Nacía de este modo la política de fronteras como instrumento de la política internacional y cuyas consecuencias las sufrían los ciudadanos en forma de trabas burocráticas.

No ocurría entonces lo mismo en América, cuyos países seguían acogiendo trabajadores europeos -también asiáticos- por razones sobre todo económicas, pero también, en los años treinta, refugiados políticos que huían del nazismo, del fascismo italiano, del Novo Estado portugués -a finales de los treinta también de la España franquista- y de la dictadura estalinista. En ese momento, África -con la excepción de Etiopia- y buena parte de Asia se hallaban sometidas al colonialismo, por lo que sus territorios formaban parte de los imperios respectivos y a su población le afectaban las mismas leyes, más permisivas o no, de movimiento que en Europa. La descolonización cambió esta situación, surgieron más Estados y los movimientos migratorios se tuvieron que adaptar a los nuevos tiempos. Desde luego, las cosas no volverían a ser como las descritas por Stefan Zweig, aunque es verdad que en Europa, sobre todo a finales de los noventa, una vez cayeron las dictaduras estalinistas, pudo parecer que las condiciones volvían a ser parecidas a lo descrito por el autor austriaco para las poblaciones europeas. Claro que dicha apertura de fronteras no incluía a los ciudadanos extracomunitarios y además se podía suspender a voluntad de los dirigentes políticos por razones de protestas globales y más tarde con el tema del terrorismo internacional.

De este modo, hemos llegado a la situación actual en la que miles de personas se mueven por el mundo por razones económicas pero también, por desgracia en esto tampoco el mundo ha cambiado en absoluto, por razones de persecución, y con lo que se encuentran ahora son con barreras físicas -los muros de alambres que cierran las fronteras- y también mentales, el rechazo de las poblaciones en los países de destino con argumentos simplistas cuando no tergiversadores de la realidad. En estos momentos miles de personas se concentran en Turquía, Libia, Argelia o Marruecos con intención de dar el paso al otro lado del Mediterráneo, convertido en un cementerio marino, pero también se concentran a las puertas mismas de Europa, en Grecia o en Eslovenia, a la espera de poder ir más al norte.

Se han bloqueado las fronteras, se ha creado incluso en Europa un organismo comunitario para gestionar la frontera sur, el debate político y legal es intenso, con argumentos que suenan añejos y hasta en ocasiones dan miedo. Mientras, se amontonan miles de personas al otro lado de las alambradas. Desde el punto de vista del discurso -el discurso en los debates públicos cuando los hay o de cómo recogen el problema los medios de comunicación- llama la atención, y escandaliza, que se empleé con frecuencia un lenguaje bélico, se habla de asalto de las fronteras por parte de los que esperan al otro lado, de invasión incluso, como si estuviéramos frente a ejércitos armados hasta los dientes, se habla también de infiltraciones de peligrosos sujetos al servicio de causas enemigas. Se evitan los casos individuales en la medida de lo posible para impedir que los dramas concretos pudiesen empañar las políticas de los Estados, que no se cuestione ni un ápice la gestión de este drama. El lenguaje de nuevo como campo de batalla.

Por ello también, para dar otra visión, para proyectar otra imagen que no sea la de las versiones oficiales, resulta necesario, por no decir imprescindible, que surjan desde el periodismo otras visiones, sobre todo en temas que resultan cuanto menos lejanos, no los podemos conocer en primera línea. En este sentido, el documental Tarajal. Desmontando la impunidad en la frontera sur, de Xavier Artigas, Xapo Ortega y Marc Serra, producido por Metromuster, nos da una visión desde luego no objetiva, el título es ya indicador de la finalidad del mismo, pero sí bien documentado para completar cuando menos la versión oficial de unos hechos que tampoco van a ser objetivos, versiones oficiales que, es lógico, pretenden legitimar la acción del Estado. Resulta evidente que se ha elevado a categoría una objetividad que nunca va a existir en realidad, que tendríamos que aceptar como imposible o en franco desuso. No se busca por tanto en las versiones oficiales así como en los documentales críticos contar una verdad absoluta, incuestionable, sino establecer unos criterios con los que formarse una idea de lo que pasa, lo que en los manuales periodísticos llaman una opinión. En consecuencia, se vuelve inevitable que a todo discurso se proyecte otro, crítico a todas luces. Como campo de batalla que es, el lenguaje no es inocente, limita o desdibuja los hechos ocurridos sobre los que proyectamos nuestras interpretaciones. Claro que los hechos existen, están allí.

Y los hechos de los que hablamos ocurrieron en febrero de 2014, cuando unas doscientas personas intentaron pasar por mar el espigón de El Tarajal para acceder a la zona de Ceuta, territorio español, y se encontraron con un cordón de la guardia civil que procuraba evitar el paso de la frontera. El resultado fueron quince personas ahogadas y varios desaparecidos, tras lo cual se abrió una investigación judicial que acabó con la absolución de los agentes acusados. Y esta certeza de la muerte quizá debería ser de por sí elemento suficiente para ser consciente de lo dramático del desastre del que hablamos, uno más, aunque también se vuelve muy necesario comprender qué está pasando. El documental recoge testimonios de miembros de ONGs, de abogados, de guardias civiles, se analizan las versiones oficiales sobre los hechos, todo ello ilustra aún más el drama que hay detrás de esta realidad que sin duda es más grave y más dolorosa de lo que se nos cuenta.

Stefan Zweig habla de Suiza como un ejemplo de país que mantiene sus identidades al tiempo que se muestra, en aquel terrible momento de la primera guerra mundial, solidaria con los muchos refugiados que acuden a su territorio. Debía de ser el modelo, nos dice, de esa Europa unida ansiada por muchos. Zweig nos habla desde la perspectiva de una primera mitad del siglo XX en la que, pese a todo, se puede soñar con un humanismo social progresista. Luego la realidad vino a enturbiar ese ideal. Hasta el punto de no parecer posible cambiar un continente que, pese a los discursos repetidos hasta la saciedad, ha dejado de ser la referencia para lograr una sociedad mejor, un continente que repite discursos sin entender lo que significan. El uso de las palabras ha acabado por desgastarlas.

Se puede ver el documental en Tarajal. Desmontando la impunidad en la frontera sur en; https://vimeo.com/155409424

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