En 2004 la editorial Destino alcanzaba el título número 1.000 en su
colección «Áncora y Delfín». Esta editorial se fundó en 1940 a partir del
semanario Destino, dirigida por Xavier de Salas y José María Fontana Tarrats, y
que reunió durante la guerra civil en Burgos a un grupo importante de
intelectuales y artistas catalanes afines o próximos al falangismo. Tras la
guerra, la revista reanudó su labor en Barcelona, bajo la batuta de Josep
Vergés e Ignacio Agustí, con el apoyo de Juan Ramón Massoliver y Josep Pla, que
impulsaron la editorial y lograron no poca independencia respecto al régimen y
a las estrecheces ideológicas del momento. Su labor en aquellos años consiguió que
se reanudara la actividad literaria en un país devastado por la guerra y con
buena parte de sus autores en el exilio o silenciados por motivos ideológicos,
a lo que contribuyó desde 1944 el Premio Nadal, un galardón anual que permitió
descubrir nuevos autores, como la jovencísima Carmen Laforet que obtuvo el
primer galardón con su novela Nada.
Para dicha celebración, la editorial optó por un “autor de la casa”,
Miguel Delibes, que en 1998 había publicado su novela El Hereje, con la que cerraba una carrera literaria iniciada en
1947 con la publicación de La sombra del
ciprés es alargada, que obtuvo aquel año el mencionado Premio Nadal. Bajo
el título España 1936-1950: Muerte y
resurrección de la novela, se recopiló una serie de artículos, notas y
conferencias de Miguel Delibes sobre escritores que bien ya habían comenzado a
publicar en esos catorce años referidos en el título, bien se iniciaban en el
mundo de las letras como lectores, «los niños de la guerra», que tomaron el
testigo en esos años cincuenta y abrieron nuevos caminos estéticos en la
literatura española del interior. Porque los autores a los que se refiere
Delibes en los capítulos son escritores que bien permanecieron en España bien
crecieron en el país tras la guerra, como Camilo José Cela, José María
Gironella, Suárez Carreño, Carmen Laforet, Tomás Salvador, Luis Romero, Ángel
María de Lera o José Luis Castillo-Puche, entre los primeros, y Rafael Sánchez
Ferlosio, Ignacio Aldecoa, Jesús Fernández Santos, Ana María Matute o Juan y
Luis Goytisolo, entre los segundos. Sin embargo, no olvida a los escritores
exiliados, aquellos que salieron del país por motivos políticos y que siguieron
escribiendo y desarrollando una labor artística e intelectual en países
americanos o europeos.
Hay que tener en cuenta que la guerra y la dictadura posterior causaron
un cisma en el ámbito cultural, lo que conllevó además, durante los años
cuarenta sobre todo, un aislamiento en España que afectó a los escritores,
sobre todo a quienes se quedaron en el interior y que se enfrentaron al reto de
empezar de cero, con escasas referencias extranjeras contemporáneas con las que
pudieran dialogar y parte de la intelectualidad española fuera del país, justo
aquella que se formó en la edad de plata de la cultura española, según José
Carlos Mainer. Escribe Miguel Delibes, en este sentido: «La novela fue otra víctima de la guerra civil y todos los amantes de la
literatura, una vez terminada la contienda, trataron reiteradamente de
reanimarla». Una reanimación a todas luces difícil, pues el aislamiento y
la inexistencia de una base académica, que hubo que reconstruir, supuso un
salto al vacío bastante difícil y muchas veces angustioso, por la enorme
inseguridad que sin duda generó.
Sin embargo, si hubo un ámbito en el que pronto se reanudó el contacto
entre la España del interior y la España del exterior, formada ésta por los
exiliados, fue el de la literatura y, en general, el de la cultura. Hay que
evitar, por lo demás, un análisis simplista que pudiera desprenderse de la
situación: no todos los autores que se quedaron o que se mantuvieron en el país
lo hicieron por ser afines al régimen franquista, no lo fueron en absoluto Ángel
María de Lera, hostil a la dictadura, o Castillo-Puche, que denunció de modo
radical un catolicismo oficializado en un Estado que se declaraba
nacionalcatólico pero que se alejaba, en su opinión, del mensaje evangélico,
tampoco lo fueron los Goytisolo, ni Sánchez Ferlosio, hijo de Sánchez Mazas,
falangista de primera hora, camisa vieja,
y que al igual que Dionisio Ridruejo o Manuel Hedilla se alejaron del
movimiento, incluso se enfrentaron a él. Hubo también entre los que marcharon diferentes
grados de distanciamiento hacia la dictadura. Ortega y Gasset o Marañón
regresaron al país, optaron por lo que consideraron el mal menor, una dictadura
con tintes sombríos frente al peligro comunista que vieron como una amenaza
real. Aunque la mayoría de los exiliados, con ideologías muy diferentes,
incluso a veces opuestas unas a otras, se mantuvieron fuera, aunque en algunos
casos regresaron. Sin embargo, muchos de quienes volvieron sólo lo hicieron por
una temporada, la vida cotidiana les debió de resultar bastante estrecha y
gris, en comparación con la libertad del exterior.
En este sentido, esta relación que se establece entre el interior y el
exilio lo estudia Jordi Gracia tanto en su ensayo La Resistencia silenciosa. Fascismo y cultura en España como en su
continuación, A la intemperie. Exilio y
cultura en España, ensayos que desarrollan en gran medida lo que apunta ya
Delibes en su libro recopilatorio y se habla en ellos incluso de ámbitos de
cooperación entre los dos bandos que consiguen incluso desarrollar proyectos en
común, como el Diccionario de literatura
española, publicado en 1949 por Revista de Occidente y elaborado por Julián
Marías, filósofo próximo al régimen, al menos durante un tiempo, y Germán
Bleiberg, republicano, que ahogado por el ambiente del país acabará marchándose
de España. Se intenta mostrar un panorama conjunto de autores españoles, aunque
Francisco Ayala criticara esta obra que intentaba derribar muros por haber sido
en exceso cicatera con la España exiliada.
Miguel Delibes, por su parte, analiza las características estéticas
que se van dando en los distintos grupos literarios que aparecen en el país y
como inciden en ellas la cada vez mayor apertura hacia el exterior, al menos
desde un punto de vista cultural, tanto en lo que supone recuperar la
literatura del exilio como conocer y dialogar con la literatura de otros países,
entre ellas, muy importante a partir de los años sesenta, la literatura
latinoamericana, con nuevas técnicas y nuevas formas de tratar los temas de
siempre.
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