viernes, 29 de julio de 2016

Pablo Antoñana

Quisiéramos creer en una especie de justicia histórica que permitiera nunca olvidar autores que aportaron su grano de arena a la historia de la literatura. Sin embargo, con seguridad y para nuestra desgracia son más los escritores que pasan al olvido o, como mucho, a una región ambigüa en la que al menos son publicados, aunque no leídos, leídos por un buen número de lectores, me refiero, que aquellos que son recordados y sobre todo leídos. También es verdad que resulta casi imposible acercarse a todas las obras, a todos los escritores, y sin duda son muchas más las novelas, los poemas, en general los escritos que no podemos ya leer que los que leemos a lo largo de una vida, por muchas horas que le dediquemos a la lectura. No, no son los tiempos actuales que parecen que han dejado por completo de lado la dedicación a los libros, que también, sino una cuestión de horas. No obstante, en la medida de lo posible, hay que seguir los rastros que nos permitan abrir nuevos caminos y descubrir autores que merecen leerse.

Pablo Antoñana es uno de estos escritores que apenas suenan ya, a pesar de que hay esfuerzos por mantenerlo en el recuerdo. Otro escritor navarro, Miguel Sánchez Ostiz, publicó en 2010, un año después de la muerte de Pablo Antoñana, un ensayo que ensalza la obra del autor, Lectura de Pablo Antoñana (editorial Pamiela) y que coincidió con cierta recuperación de su prosa. 

Siete años después de su muerte la obra de Antoñana está publicada, en efecto. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que aun cuando ganó algunos premios literarios de interés en los años sesenta y setenta, buena parte de su obra no se publicó hasta diez o veinte años después, cuando el escritor era conocido en gran medida por sus colaboraciones en prensa. También hay que recordar que formaba parte de una serie de autores muy ligados a una determinada región, al terruño -se les tachó con cierto desdén en algún momento como generación de la berza-, escritores muy localistas, sin duda, pero con temas siempre muy universales. En el caso de Antoñana la mayor parte de su obra se encuadra en la zona de Viana, la parte sudoeste de Navarra, donde situó su literaria República de Ioar.

Es en Viana donde nace este escritor, en la misma casa, por cierto, que Francisco Navarro Villoslada. Cuando contaba con nueve años comienza la guerra civil que tanto le marcó a él y a todos quienes la sufrieron.

Hay que tener también en cuenta que la guerra supuso una ruptura en la sociedad española, dividirá a la sociedad en dos grandes bandos, aunque hubo más, a pesar de que no se habla ya de los subgrupos, y la victoria del bando nacional con la subsiguiente dictadura que se instauró durante casi cuarenta años significó en gran medida que la tradición literaria se fraccionara en dos, la literatura del exilio, aquellos autores que marcharon y continuaron escribiendo fuera de España, y la literatura del interior, los que se quedaron y continuaron su obra junto a los nuevos autores que fueron apareciendo y retomaron la tradición con la historia de la literatura mundial.

Pablo Antoñana comienza a escribir en los años cincuenta. Se acerca a la literatura calificada de realista, con profundas preocupaciones sociales y existenciales -la impresión de la guerra es muy fuerte-, lo que le enfrenta en gran medida a otra de las negativas consecuencias de vivir bajo una dictadura, la de tener que lidiar con la censura, lo que conlleva muchas veces tener que cambiar de escenarios, como en el caso de El Capitán Cassou. donde cuenta una anécdota transcurrida durante la guerra civil y que el escritor sitúa en la segunda guerra mundial para no ser blanco de las iras. 

Pero aun cuando hay una fuerte componente realista en su obra, su estilo literario y su actitud ante la escritura comienza a ser más experimental, más exigente, el lector no es tan sólo un agente pasivo, un mero receptor de la escritura, sino que deviene una parte importante del diálogo literario, se le requiere una participación más activa como parte del acto de creación. En este sentido, hay un enorme paralelismo con la obra de otro escritor de esta etapa, Luis Martín-Santos.

Pablo Antoñana, por lo demás, fue un testigo excepcional de un momento histórico que necesitamos recordar y recuperar, con una infrahistoria desdibujada muchas veces por batallas ideológicas y por prejuicios y elementos que conforman un inconsciente colectivo sobre el que tenemos que acudir una y otra vez. De ahí la importancia de la escritura y de la literatura, como campos de un análisis sin duda mucho más sano que otros, tan ponzoñosos. 

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