sábado, 23 de julio de 2016

Ngũgĩ Wa Thiong´o

Desde que base miramos el mundo, es lo que se pregunta en un momento dado Ngũgĩ Wa Thiong´o en su ensayo Descolonizar la mente, publicado en 1986. No es una pregunta baladí, pues en función de nuestra situación en y ante el mundo nuestra posición y nuestra mirada serán muy diferentes. No sólo se refiere el autor a un lugar concreto desde el cual proyectemos nuestra mirada, sino sobre todo a nuetra acumulación de ideas, preconceptos, análisis y prejuicios, a partir de las cuales normalizamos y normativizamos nuestro visión y nuestra opinión de la realidad. 

En este sentido, tampoco es baladí recordar que en gran medida Europa y Estados Unidos han generado y generan la vara de medir referencial de los valores y las evaluaciones a aplicar en todo el mundo. Han universalizado muchos aspectos de su cultura y se han erigido además en el modelo social a seguir en todo el planeta. Clama al cielo, por ejemplo, que Europa se erija ante el mundo como la atalaya de la civilización y los derechos humanos cuando una simple mirada de la historia europea del siglo pasado nos muestra a todas luces que la barbarie se impuso en todo el continente a lo largo de ese siglo: la primera guerra mundial, con un aumento brutal de las muertes civiles sólo superada por la segunda guerra mundial, la guerra en suelo ruso tras la Revolución de 1917, el nazismo con su política racista y de exterminio de judíos, gitanos y otras minorías, el estalinismo con sus purgas brutales, la guerra civil española, la citada segunda gran guerra, las dictaduras fascistas que se mantuvieron en Grecia, Portugal y España hasta bien entra la segunda mitad del siglo, las dictaduras estalinistas que sucumbieron tras la caída del muro, la dictadura megalómana de Enver Hoxha en Albania y, por último, la guerra de Yugoslavia nos indican hasta que punto resulta ridículo que miremos a África como el continente de las barbaries aplicando aquel precepto bíblico de mirar la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio. Pero hemos normalizado -y normativizado- que las barbaries son cosas de los otros y que no ocurren por estos lares, tan corta es nuestra mirada del pasado, del mundo y sobre todo de nosotros mismos. En este sentido, conversando una vez con una conocida española, profesional del derecho y de los derechos humanos, con una visión progresista de la sociedad europea y una defensa de las instituciones desde su perspectiva progresista, aseguraba sin turbarse que el gran problema de África y América Latina era su alto grado de corrupción. Dicho desde España resulta irónico. 

No obstante, es cierto que Europa, de la mano en gran medida de los Estados Unidos, gran propagandista cultural y de valores, ha impuesto un modo de vida y una visión del mundo. Hemos creado lo que Ngũgĩ Wa Thiong´o llama Bombas culturales, una mirada que elimina sobre todo en África su pasado cultural, cuya historia parece nacer en la Conferencia de Berlín de 1884, cuando se dividió el territorio africano y se lo repartieron diversas potencias europeas, en ese momento Alemania -que perdió las colonias tras la Primera Guerra Mundial-, Francia, Gran Bretaña, Portugal y, con menos incidencia, Bélgica y España. Lo que había antes era una especie de prehistoria, sin importar que existiesen estructuras de organización política, centros culturales como Tombuctú, lenguas fuertes y menos fuertes con una literatura oral que ha perdurado hasta hoy e incide incluso en su literatura actual. Europa se expandía para extender la civilización, era esa la idea, civilización que iba acompañada, hay que recordarlo, con la infamia del mercado de esclavos, iniciada a escala cuasi industrial tras el descubrimiento de América y que sirvió para que se produjera una intensa acumulación de capitales que permitió a su vez la industrialización de Europa. Se olvida dicho ignominioso mercadeo humano con excesiva facilidad y que tanto benefició a los portadores de civilización.

Hemos creado una visión de África a veces idílica, a veces brutal, se le ha negado en gran medida su realidad cultural, a todas luces rico pero siempre en un segundo orden, y no sólo los europeos ignoran dicha riqueza cultural, sino que muchas veces son los propios africanos quienes parten de los mismos prejuicios, una visión de sí mismos que pasa por la mirada europea.

Ngũgĩ Wa Thiong´o nos lo recuerda en cuanto al ámbito de la utilización de las lenguas africanas. Surgen en todos los países africanos una rica literatura que, por fortuna, se va conociendo en Europa en toda su envergadura. En Portugal, donde África está muy presente en el imaginario del país, se conoce bien la literatura africana, se la publica asiduamente, del mismo modo que en Francia y Gran Bretaña -en España es un fenómeno más reciente, en cierto modo porque su influencia en África es mucho menor-, aunque, señala el autor keniata, dicha literatura, al estar escrita en portugués, francés o inglés, se incorpora más a las tradiciones literarias en tales lenguas que a una tradición propiamente africana. Utiliza por ello el concepto de literatura afroeuropa o euroafricana. En su opinión, se debe potenciar las lenguas africanas para forjar las respectivas literaturas nacionales, sólo así el desarrollo cultural será pleno.
 
Sin duda, debemos defender esa pluralidad lingüística que es un aporte fundamental a las culturas africanas y mundiales. Los idiomas son portadores de valores y formas de mirar el mundo. Todas las lenguas del mundo, extensas o muy minoritarias, cualesquieran que sean sus formas literarias, merecen un mismo trato y reconocimiento. De ahí que uno pueda menos que discrepar con el poeta Léopold Sédar Senghor que en beneficio de un universalismo a mi entender mal entendido clamó por emplear el francés en vez de las lenguas propias. Sería legítimo desde un punto de vista personal optar por una lengua u otra -Conrad adoptó el inglés como su lengua literaria-, sin embargo supone una sumisión a lógicas extraliterarias, la mera mercantilización del la literatura, que a la larga hace un flaco favor a la cultura.

Pero tampoco estoy muy de acuerdo, me temo, con Ngũgĩ Wa Thiong´o en considerar lenguas como el portugués, francés o inglés -o el español en Guinea Ecuatorial- como lenguas ajenas al continente. Es cierto que fueron impuestas, el escritor describe el brutal sistema educativo que él padeció de niño y que tenía por objeto la imposición del inglés y la marginación de lenguas propias, pero de un modo u otro se han convertido en lenguas de los respectivos países y se han creado otras, mezclas de expresiones propias y ajenas, como el crioulo de Guinea Bissau o de Cabo Verde y que poseen incluso expresión literaria de enorme riqueza. Puede que la historia no siempre sea un modelo a seguir, más bien no lo es en absoluto, pero a todas luces forma parte de la historia humana, nos guste o no.

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