viernes, 20 de mayo de 2016

Los alumbrados

No siempre es fácil hacerse una idea de lo que pasaba en otras épocas de la historia más allá de los focos del poder. La historia es en gran medida la historia de los ganadores, de los poderosos, de los que dominan la cultura escrita y quedan fuera los perdedores, los débiles, los que se manejan en la cultura popular que hasta hace bien poco no eran objeto de estudio ni de interés. Tal vez lo fueron sólo de los novelistas, de la literatura, de allí que Marx dijera aquello de que había aprendido más sociología en las novelas de Balzac que en los mamotrecos sociológicos y económicos de su época.

Ya he hablado alguna vez del siglo XVI español, el siglo de los místicos se le ha llamado, y de cómo la historia oficial ha ocultado la pluralidad ideológica y religiosa del país, en parte porque esa historia oficial se puso a la sombra de una Iglesia Católica hegemónica, poderosa -de un poder mundano- y poco propicia a recordar que en todo el país corrían corrientes de fe y de espiritualidad poco afines a quienes capitaneaban la estructura eclesial. Porque hablamos de una cúpula religiosa que no sólo acabó persiguiendo a quienes se separaban de la Iglesia y procuraban crear otra -los protestantes o los judaizantes que aún quedaban-, sino que también ejerció la represión interna, la de aquellas corrientes, como la erasmista, que buscaban un cambio en la propia Iglesia Católica.

También ha quedado oculta la existencia de un sinfín de cenáculos y grupos de estudio que se extendieron por muchas ciudades y pueblos. Leían juntos la Biblia y también las traducciones de los libros de Erasmo de Rotterdam que, muy pronto, corrieron a lo largo de todo el país. También se popularizaron otros libros de contenido espiritual, fruto de un interés enorme por reflexionar y meditar sobre tales temas, muestra también del interés por avanzar hacia una espiritualidad que los ritos impuestos y no siempre entendidos no satisfacían del todo. Uno de los libros más importante fue el Tercer Abecedario Espiritual, de Francisco de Osuna, que tanto influyó en los poetas místicos, entre ellos en Teresa de Ávila.
 
Entre las corrientes que se extendieron, sobre todo por Castilla, una de las más importantes es la de los Alumbrados. En realidad, no se trata de una corriente homogénea, sino de un amplio número de cenáculos y grupos de estudios que compartían una base común, sobre todo la necesidad de una experiencia espiritual más pura, el recogimiento que procuraba que sus seguidores estuvieran menos contaminados por rituales repetidos hasta la pérdida o el olvido de su razón de ser, un intento de alcanzar la fe mediante la propia experiencia, la reflexión, el control de los deseso y una necesidad de unión mística con Dios, eso que Osuna denominó la sindéresis, el Castillo interior que Teresa de Ávila popularizó. Había pues un poso común, pero después un sinfín de experiencias diferentes de acercamiento a la fe y de via espiritual. Algunas recuperaron la mística medieval, la de San Bernardo o la de Gersón, otros tendieron al quietismo que defendió en Castilla Miguel de Molinos, cuya expresión más radical fue la de los dejados, que defendían el abandonarse al amor de Dios, No resistir, consentir, lo que les permitía vivir sin pecado, ser perfectos. Muchos de los alumbrados se diluyeron en otras corrientes, influyeron por ejemplo en los luteranos de Valladolid o incluso en algunos erasmistas de la Universidad de Alcalá. Otros tendieron a comportamientos harto heterogénenos, incluso a un modo de vida que chocó con los usos y costumbres de la época.
 
Es importante darse cuenta de que la sociedad de la época no era tan homogénea como creemos a veces, que bullía incluso tanto como la sociedad de otros siglos o de la actualidad. La espiritualidad se convirtió en gran medida en un magma sobre el que se construía, y a veces se justificaba, la sociedad. Hubo, cómo no, intereses que se barnizaban con religiosidad y que al final servían en la construcción del Estado que estaba naciendo en ese momento dado. Pero sobre todo hubo muchos hombres y mujeres, sí, también mujeres, que participaron de un debate profundo y sin duda muy rico.

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