viernes, 6 de mayo de 2016

Erasmo de Rotterdam

En una carta que Erasmo de Rotterdam dirige a Tomas Moro el autor muestra su desagrado por España. «Non placet Hispania», no me gusta España será su íntima confesión al filósofo inglés de unos sentimientos de rechazo por aquel país y fue tal vez la respuesta que le hubiera gustado dar a las múltiples invitaciones que le dirigió Francisco Ximénez de Cisneros para que acudiera a la Universidad de Alcalá a exponer sus ideas. Al mismo tiempo, no pudo menos que reconocer que el país donde más partidarios tenía era esa misma España, a todas luces una ironía del destino o de Dios que le reprochaba quizá de este modo sus sentimientos hostiles.
Y era verdad, en España contó con un gran número de partidarios, sus ideas se discutían no sólo en la Universidad de Alcalá cuyas aulas se iniciaron en 1508, sino en numerosos cenáculos y grupos que conseguían con avidez sus obras, traducidas casi de inmediato al castellano. El erasmismo se convirtió en una corriente de pensamiento teológico y social fundamental en España, hasta el punto de hablarse de un erasmismo español, aun cuando el autor fuera holandés.
El siglo XVI fue, en este sentido, un siglo clave en el debate teológico. No era nuevo, las discusiones, disidencias y corrientes en el seno del cristianismo se remontan incluso a los primeros años de expansión del mismo e incluso Pablo llama la atención en sus epístolas de esas divisiones, tan propias por otro lado de la humanidad. Así, en el siglo XVI surge un profundo cisma en Occidente que dividirá el cristianismo en dos grandes bloques, el catolicismo apostólico y romano, por un lado, y el cristianismo reformado por el otro, éste a su vez dividido en varias corrientes y denominaciones.
La Iglesia Católica había alcanzado un grado de corrupción y abuso enorme. No sólo lo denunciaron los teólogos y los partidarios de la Reformas (o de las Reformas), también hubo en el seno de la Iglesia Católica, Erasmo de Rotterdam entre ellos, pensadores que ponían el dedo en la llaga y planteaban la necesidad de depurar la Institución. Estas críticas las recogieron en gran medida los erasmistas españoles. Se trataba de una crítica profunda y radical a la paganización -reflejada en la excesiva adoración a Santos y Beatos-, al abuso de poder y al enorme dominio material entre los Príncipes de la Iglesia, al negocio de las indulgencias, al abandono del cuidado espiritual, al empleo por parte de Roma de la guerra y, en general, de un grado de inmoralidad que se consideró insoportable. Estas críticas se formularon de forma abierta por parte de Erasmo y de muchos de sus partidarios, aparecen también en obras literarias que alcanzan un notable éxito, entre ellas El Lazarillo de Tormes, obra anónima en un momento en que la autoría estaba ya presente y que contiene entre líneas mucho erasmismo
Frente a esta degradación, se defendió una espiritualidad sincera y profunda, un cristianismo basado en el amor y la concordia, que difundiera los valores de la paz, de la humildad o de la sencillez. El modelo, lo afirma Erasmo, lo expone el mismo Cristo, Él mismo es el modelo, el ideal a seguir frente a pomposidades y grandezas. Uno de los erasmistas españoles con el que el filósofo holandés se carteaba con frecuencia, Alfonso de Valdés, expuso en gran medida tanto las críticas como las tesis de lo que debiera ser el ideal cristiano en su obra Diálogos de Mercurio y Carón.
De este modo, el siglo XVI español devino el siglo de los Místicos, con un debate profundo y muy vivo. Surgieron varias corrientes de renovación entre las Órdenes religiosas, numerosos grupos de estudio religiosos, corrientes como la de los alumbrados o los molineristas, e incluso centros luteranos como el de Valladolid o reformados, como el de Sevilla. Entre estas corrientes la erasmista se impuso con fuerza. Como se ha dicho, contó con muchos estudiosos de su obra, organizados en cenáculos y grupos, además de partidarios entre personalidades importantes de la intelectualidad y la política. El propio Emperador simpatizó tanto con la figura como con las tesis de Erasmo, e incluso los dos primeros Inquisidores Generales, el ya citado Francisco Ximénez de Cisneros y Alonso Manrique, eran reconocidos erasmistas. El teólogo Carranza de Miranda realizó en 1527, en Valladolid, una acérrima defensa de las tesis erasmistas.
Sin embargo, hubo también un rechazo enorme a las tesis de Erasmo, sobre todo en algunos monasterios. Poco a poco el erasmismo perdió peso en España y fueron ganando terreno los partidarios de Roma. A mediados de siglo la propia Inquisición comenzó a actuar en su contra. La Iglesia como Institución tuvo un peso enorme en la construcción del Estado, le dio el armazón ideológico a un proceso político institucional que requería de una enorme homogeneidad en las ideas, por tanto no cabían las disidencias. De este modo, el sueño erasmista, como el de las otras corrientes cristianas, quedaron diluidas bajo un aparato eclesial y estatal fuertes.

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