miércoles, 6 de abril de 2016

Sobre oficios y beneficios

Jack London trabajó en múltiples trabajos. Fue marino, trabajó en una empresa enlatadora, llegó a vagar por el país sin oficio ni beneficio y a ser lo que hoy llamaríamos un aventurero, una forma discreta y fina de ser un vagabundo. Hoy le recordamos como escritor, un escritor encomiable que a muchos nos ha maravillado y nos brindó muchas de nuestras primeras lecturas en la juventud.

José Saramago no pudo acabar sus estudios técnicos en el escuela industrial en la que se matriculó a los doce años. Sus padres, campesinos del Ribatejo emigrados a Lisboa, no pudieron permitírselo. Trabajó como administrativo algunos años. Sus novelas son profundas, no sin una intensa ironía y no poca sensibilidad. Fue el primer premio Nobel de lengua portuguesa.

Jean Genet había seguido carrera militar, pero fue expulsado por actos impúdicos. Su vida transcurrió entre frecuentes entradas y salidas de prisión por robos, falsificaciones y actitudes obscenas. Su obra cuenta con varias novelas, poesía y obras de teatro.

Son sólo tres casos de escritores sin una gran formación académica, mucho de eso que llaman formación autodidacta y una obra que no ha pasado desapercibida. Desde luego hay muchos otros y si hiciéramos un repaso de los oficios realizados para poder vivir, y este vivir incluye el escribir, hallaríamos un sinfín de oficios de esos que nuestras sociedades clasistas consideran de baja estofa. ¿Qué decir de Cervantes, cuya vida tuvo muy poco de ejemplar?

Otros escritores, por su parte, han podido estudiar, pero en su momento optaron por disciplinas que poco tienen que ver con la literatura e incluso llegaron a trabajar en otros ámbitos.

Pío Baroja o António Lobo Antunes fueron médicos, oficio este que posee una insigne nómina de autores. Por ejemplo, Antón Chejov o François Rabelais lo fueron, por hablar también de otras épocas.

Juan Benet fue ingeniero de caminos y Juan García Hortelano se licenció en derecho. Ambos desarrollaron sus carreras como funcionarios públicos, sin que ello limitase ni apocase sus respectivas obras literarias, a todas luces influyentes hasta hoy.

También hay, cómo no, escritores que han cursado estudios de filología y de filosofía, estudios estos que estarían más vinculados al oficio de escribir, aunque ya hemos visto que no es tan imprescindible. En todo caso, los hay que son incluso profesores de estética y comparten con la escritura unas provechosas carreras intelectuales.

El de escritor es, por tanto, un oficio al que se puede llegar por múltiples caminos. Es difícil establecer un listado de elementos para poder ser escritor, aunque hay consejos, algunos muy didácticos, como el listado de recomendaciones de Horacio Quiroga, que contribuyen en gran medida para quien tenga curiosidad. En todo caso, aunque siempre es importante el estudio y la lectura atenta de novelas y poesía, nada se suele decir de estudios académicos, aunque desde luego no sobran. Pero se trata más bien de poseer dotes, como la observación, la persistencia, no poca humilidad y bastante sentido crítico.

Claro que hay otros oficios que no requieren de una formación académica concreta y sí un cierto sentido común y mucha práctica, como la de político en funciones, si es que podemos considerar oficio a esto de la política, lo que cuesta a veces considerar, tal como está el patio.

No voy a hacer un listado de políticos que posean tal  o cual formación o hayan trabajado en tal o cual puesto, sería largo y pesado. Pero de lo dicho hasta aquí, creo que resulta claro que uno considera desafortunadas ciertas expresiones dirigidas por Félix de Azúa a Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, que con independencia de lo que uno piense respecto a ella y a su gestión, no creo que merezcan ciertos calificativos, que además son despreciativos hacia un oficio, la de pescatera, a la que se dedican muchas personas, una parte importante mujeres. Supongo que todo eso es fruto de la tensión de un momento que no es ni de lejos muy apacible.

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