miércoles, 27 de abril de 2016

25 de Abril

Si hay un hecho de la historia de Portugal que se conoce en la vecina España -tal vez el único: por desgracia apenas se sabe nada del otro Estado ibérico al este de la raya, que Galicia es otro cantar-, sin duda es la Revolución de los Claveles, del que estos días conmemoramos el cuadragésimo segundo aniversario, el que todo el mundo cita, el que está en la retina de mucha gente, por el que muchos jóvenes se interesan de repente, tal vez debido al romanticismo que rodea aquella última revolución en territorio europeo y que cierra en cierto modo ese periodo de luchas sociales y rebeldías de los años sesenta.

En la madrugada del 25 de Abril de 1974 y tras la emisión por la radio del Grândola Vila Morena de Zé Afonso, una parte del ejército, liderado por un movimiento de capitanes rebeldes, cansados de una guerra colonial cruenta tanto para la población portuguesa como para los pueblos africanos sometidos al imperio portugués, distanciados de una dictadura cuyo origen se remontaba a 48 años atrás, al golpe de Estado del 26 de Mayo de 1926, sale a la calle y se enfrenta al aparato de un Estado caduco. El presidente del Consejo de Ministro, Marcello Caetano, sustituto del que había sido hombre fuerte del régimen desde 1932, António Salazar, que en 1968 sufre una enfermedad que le impide mantenerse en el gobierno y que morirá en 1970, cederá a la presión tanto de los Capitanes izquierdistas como de António de Spinola, militar y político disidente del Estado Novo, uno de los hombres claves del régimen que, posibilismo manda, se da cuenta, ya antes del 25 de Abril, de la necesidad de un cambio en el país y sobre todo de acabar con esa guerra colonial que llevaba, durante más de diez años, diezmando la sociedad y provocando una verdadera sangría en las colonias.

Resulta evidente que en los acontecimientos pesó mucho la lucha (militar y simbólica) por mantener un caduco imperio, el último imperio europeo con un sabor a todas luces añejo, decimonónico. Portugal poseía bajo su bandera los territorios de Angola, Mozambique, Guinea Bissau –en los tres se daban enfrentamientos militares desde principios de la década de los sesenta-, Santo Tomé y Príncipe, Cabo Verde –en África-, Macao y Timor Oriental –en Asia. En 1961 India había invadido los territorios portugueses de Goa, Damián y Diu, a pesar de los intentos por parte del Estado portugués de mantener el discurso patriótico-imperial y conservar estos enclaves que, según ese discurso, formaban parte de la patria del mismo modo que Algarve o el Alentejo.

¿Por qué Portugal se empeñó en mantener un imperio que le estaba costando ya no sólo un enorme capital, sino, más importante aún, demasiadas vidas humanas y cuando además Francia o Gran Bretaña ya habían negociado y reconocido las independencias de sus colonias africanas y asiáticas, e incluso la dictadura de Franco había dado la independencia a la colonia de Guinea Ecuatorial, una de las dos que España mantenía en África? A nadie se le escapa que la aventura de ultramar tuvo en la historia de Portugal, en su imaginario, en el simbolismo que posee cualquier país, una importancia sustancial. Pero habría que añadir que quizá en Portugal la aventura de ultramar poseía incluso un carácter fundamental para mantener su identidad como país y casi su legitimidad como Estado independiente. No en vano había un latente miedo a ser engullido por el vecino, primero por Castilla, reino activo y potente, y luego por el Reino de España, al que perteneció durante un corto periodo de tiempo, entre 1580 y 1640, en la que hubo una Unión Real (Regia), sesenta años de unión ibérica. De este modo, el colonialismo devenía un rasgo de identidad que aseguraba la independencia del país, sin el cual, sin la Portugal de Ultramar, el país podría perder su soberanía. Así, el imaginario, la visión identitaria, alcanzaba un peso determinante en la gestión de la realidad. Incluso parte del progresismo lusitano tenía asumido este discurso.

No obstante, la realidad fue terca y rompió ese discurso simbólico a base de una guerra sangrienta, el absurdo de mantener como suelo patrio territorios lejanos cuya población comenzaba a mostrar su disconformidad por la gestión de la metrópoli y el cansancio, tanto para los colonizados como para la propia población portuguesa, de una dictadura que no podía sustentarse a base de represión y un modelo económico que mantenía una enorme pobreza –material y espiritual- en amplios sectores sociales. Con este sentimiento de cansancio, de hartazgo, y que desembocó en rebeldía, fue con la que se identificaron muchos cuadros del Ejército, cuya estructura no pudo tampoco evitar la implicación en él de sectores progresistas y revolucionarios.


El 25 de Abril significó para Portugal una ruptura. Hubo por parte de los capitanes de Abril una voluntad incluso revolucionaria, Otelo de Carvalho fue tal vez la persona más conocida de esta tendencia. El proceso iniciado en el 74 se recondujo, empero, hacia canales más moderados y Portugal, junto a España, que iniciaría año y medio después con la muerte del Jefe del Estado, Francisco Franco, un proceso de reforma hacia la democracia liberal, entrarían en la CEE, después UE, con lo que sus sistemas se amoldaron al del resto de Europa Occidental. Ambos países viven hoy una crisis social, económica y política que está poniendo patas arribas los fundamentos de sus propios sistemas. Resulta curioso comprobar, no obstante, que Portugal ofrezca hoy, pese a todo, una mayor estabilidad que España. En todo caso, el porvenir no está nada claro en ninguno de los dos países. Y si nos ponemos, en ningún lado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario