miércoles, 10 de febrero de 2016

Morna

¿Hay música más triste que el fado? Me lo han preguntado cientos de veces y cientos de veces he respondido que sí, que la morna es a todas luces una música mucho más triste y desolada, más lánguida y nostálgica, más mustia y doliente. Y aunque se disfrace a veces de tonos más movidos y tienda a fusionarse con el funaná o el batuque, incluso con el zouk o la colá, surge siempre la profunda sodade que lleva dentro, el tono vuelve a ser melancólico, se recupera el tono acústico y se canta con nostalgia lo que no pudo ser, los males del espíritu, el desamor o ese mar inmenso que se contempla desde la seca tierra de São Vicente o de Boa Vista, de cualquiera de las otras islas de este archipiélago que tuvo una historia terrible a partir de la cual tal vez se pueda entender tanto desconsuelo.


Cuando llegaron los primeros portugueses en el siglo XV hallaron unas islas desiertas, seductoras y sugestivas para su aventura marinera. Es probable que antes estuvieran los árabes de paso, pero no permanecieron en ellas. Por el contrario, los portugueses sí que se establecieron y junto a holandeses y franceses –e ingleses en otras partes de África– dieron comienzo a uno de los más turbios y criminales comercios que pudo haber en la historia: la de los seres humanos. De este modo las islas de Cabo Verde se convirtieron en una plataforma para el transporte de esclavos, ese negocio que proporcionó a Europa un capital enorme y fue sin duda uno de los pilares de su desarrollo, no sólo porque la venta de hombres y mujeres proporcionó beneficios a las empresas que se dedicaban a tan indigno trasiego, sino que el trabajo de los esclavos sirvió para labrar las grandes haciendas de las Américas, de norte a sur. En todo caso, resulta sin la menor duda un triste y amargo beneficio, una forma terrible y vergonzante de desarrollo de esta nuestra Europa y que intenta ocultar, tal vez ocultarse a sí misma, mediante el innoble ejercicio de pasar página sin más (todo un precedente de no asumir ese pasado colectivo, ese colocar la cabeza bajo tierra y que explica que volvamos a mirar hacia otro lado, sin disimulo, ante el drama actual de la migración masiva, sea por causas políticas o económicas, que tanto da).

Los pobladores actuales de Cabo Verde son descendiente de aquellos esclavos que no siguieron viaje al Nuevo Mundo, que se quedaron para trabajos de logística y algo de agricultura. Pertenecían a etnias diferentes y adoptaron el portugués de los colonizadores pero lo hicieron propio con fórmulas diferentes y particular acento, hasta crear el crioulo, variante que devino idioma tanto en Cabo Verde como en Guinea Bissau. En crioulo comenzaron a cantar su música. Adaptaron también aquellos sones que trajeron del resto de África Occidental y seguro que incidieron también las cántigas de la metrópoli y un incipiente fado. A finales del siglo XIX este estilo comienza a recorrer su propia senda y recibe también la influencia de otras músicas de un lado y otro del Atlántico, por ejemplo del tango argentino, de la Modinha de Brasil y de los lamentos de Angola. De este modo, la morna se vuelve la música propia de Cabo Verde. No se sabe con certeza el origen del nombre, pero es interesante tener en cuenta que morne significa triste en francés y el adjetivo morno en portugués tiene varias acepciones: templado, poco caliente, tibio, monótono. Hay que tener en cuenta la influencia que ejercen los poetas en esta música, no en vano se caracteriza este estilo por estar acompañado de letras muy profundas y líricas. En este sentido, hay que recordar al poeta caboverdiano Eugènio Tavares, cuyos poemas los recogieron y adaptaron muchos cantantes de morna.

Pero sin lugar a dudas si hay un nombre que haya logrado que este estilo musical sea conocido en el mundo ha sido el de Cesárea Évora, la gran dama de la morna que ha recorrido el mundo y ha cantado en los mejores escenarios, con su voz cálida y serena, y una presencia sin igual. Murió en 2011 y estuvo hasta el año anterior dando conciertos, hasta que su salud ya no le dejó actuar y se retiró. En sus letras no olvidó el origen de la población caboverdiana, la esclavitud, y dedicó varias canciones también a la emigración.

Cesárea Évora comenzó a cantar muy joven y sin duda en ella influyó mucho su tío, todo un personaje, Francisco Xavier da Cruz, más conocido en el mundo de la música como B. Leza, que unió a su condición de compositor el ser poeta, y que influyó en toda una generación de cantantes caboverdianos, no sólo su sobrina, sino otros mornistas muy reconocidos como Adriano Gonçalves, conocido como Bana, o Francelina Durão Almeida, Fantcha. De hecho, fue Bana quien consiguió que Cesárea Évora, tras unos años obscuros y de hundimiento personal, volviera a cantar, obteniendo entonces todo su enorme reconocimiento internacional, forma esta sin duda por parte del cantor de agradecer el favor que B. Leza le hizo al llevarle a una gira en Portugal, el año 1958, gira que contó con el apoyo del político Manuel Alegre, por aquel entonces un poeta disidente del régimen salazarista, apenas conocido y miembro de la tuna de Coimbra con la que había viajado antes a la colonia.

La tradición de la morna continúa aún hoy muy arraigada en la música caboverdiana. Se ha enriquecido con variantes isleñas muy características y gracias también a una fusión que ha dado nuevos tonos y promete nuevas sendas a las que muchos estaremos, cómo no, muy atentos.



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