domingo, 6 de septiembre de 2020

Manuel Aranaz Castellanos


Vicente Blasco Ibáñez escribió a su muerte que «Aranaz Castellanos, no lo dude, es el gran pintor literario de Bilbao». No sólo acertó al perfilar tal definición, las seis series de relatos agrupados en los Cuadros Vascos daban una visión particular a escenas de la ciudad en aquel comienzo del siglo XX, sino que además es posible ir más allá y afirmar que este autor simbolizaba como nadie el espíritu de la Villa, si podemos hablar de un espíritu colectivo en algo tan dinámico como una urbe en pleno proceso de desarrollo y expansión.

En 1900, cuando contaba veinticinco años, Manuel Aranaz Castellanos consiguió convertirse en corredor de comercio, en un Bilbao que ya se había vuelto un centro mercantil importante, además de una ciudad industrial fundamental, gracias a la minería y a la industria del hierro. Pero seis años antes inició también su carrera periodística, en un momento en que la prensa escrita se volvía esencial y en la misma Bilbao se fundaban varios diarios: El Noticiero Universal, en 1874, el decano de la prensa vasca, El Porvenir Vascongado, en 1881, El Basco, en 1884, El Diario de Bilbao, en 1888, El Nervión, en 1891. Otros muchos llegarían ya en el siglo XX, El Liberal entre ellos, del que Aranaz Castellanos no sólo fue un asiduo colaborador, sino que además dirigió desde 1910.

A su vez pudo desarrollar en prensa su vocación literaria, cuando comienza a repuntar un cierto ambiente cultural, con esos cuadros de carácter costumbrista, género muy extendido a lo largo del último cuarto del siglo XIX, y en el caso de este autor con fortuna muy discutida. Hay quien le acusa de ser un escritor muy de segunda fila, de dudosa calidad literaria y exceso de tópicos muy al uso, aunque los retratos de costumbres juegan siempre mucho con los tópicos. En este sentido, nacionalistas vascos le reprochan el tono burlón con que retrata a los campesinos, los jebos, cuando acuden a Bilbao, a comerciar, a comprar o a pasar la tarde. Jon Juaristi, por su parte, señala que fue un buen observador de las clases ociosas bilbaínas de principios del XX, sector al que le gusta retratar, a menudo con no poco tono crítico por su hipocresía social. Claro que Juaristi le tacha también de ser un moralista intachable sin mucha intención de resolver los problemas sociales. Javier de la Granja destaca a su favor la crítica de la política, la sátira mordaz contra el clero, su ironía con ciertos hábitos cotidianos, la glotonería o el alcoholismo, por ejemplo, o el reflejar en sus escritos el mundo industrial de la ciudad. Por cierto, que el pintor y caricaturista José Arrue ilustra algunos de sus escritos.

Pero no sólo las preocupaciones de Aranaz Castellanos van en paralelo con las de la ciudad en lo que concierne a los negocios y a la prensa, también dinamiza la vida cultural. Participa de la tertulia del Café Lion d´Or, es buen amigo y colaborador de Pedro Mourlane Michelena, admira a Ramón de Basterra. Junto a participantes de esta tertulia, entre otros, forma parte de la comisión que fundará el Círculo de Bellas Artes y Ateneo de Bilbao en 1914. Contribuye también a fomentar el teatro e incluso escribe alguna que otra obra corta que es representada en la ciudad.

Sus intereses nos quedan limitados a lo mercantil, a la literatura y a la cultura en general, sino que se interesa bastante por la actividad deportiva, cuando en muchas ciudades, Bilbao entre ellas, y en no pocos sectores cambia la sensibilidad por las prácticas del deporte. El propio autor recuerda que «en aquel momento las prácticas deportivas eran consideradas propias de señoritos holgazanes sin nada mejor que hacer», percepción esta que comienza a variar durante el salto de siglo, no sólo en ambientes burgueses, también entre el proletariado. En 1905 nace la Federación Atlética Vizcaína, con la contribución de Aranaz Castellanos, se organizan campeonatos de varias disciplinas y contribuye el autor al fomento del boxeo y del ciclismo, este último deporte muy en boga hasta hoy en el País Vasco.

A todas luces las inquietudes intelectuales y sociales del autor parecen coincidir con las de su Bilbao de acogida (Aranaz Castellanos nació en La Habana, de padre español y madre cubana; la familia decide marchar de Cuba por la inestabilidad que se respira ya en la isla y en 1885, cuando el escritor todavía es un niño, se traslada a Bilbao). Se podría decir que vive en el momento oportuno y sabe canalizar sus diversas vocaciones a la par que la ciudad.

Pero el incipiente capitalismo vizcaíno le juega una mala pasada. En febrero de 1925 la entidad Crédito de la Unión Minera entra en suspensión de pagos. Manuel Aranaz Castellanos es el agente de cambio y bolsa de esta sociedad. Se abre una investigación judicial por diversas irregularidades en la gestión societaria. La crisis afecta a numerosos ahorradores, muchos de ellos trabajadores humildes. Al propio autor se le cita a declarar ante el juez, lo que aumenta su propio desasosiego, observado ya por sus amigos y conocidos, sin duda por el cargo de conciencia que le supone la situación y el estado en que puede quedar su propia familia y en general los afectados. El 23 de febrero se suicida de un disparo junto a las vías del tren, en el barrio de Rekaldeberri. Su entierro se vuelve todo un homenaje del mundo cultural, periodístico y social.

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