domingo, 13 de septiembre de 2020

Jesús de Sarría



Cuando faltan apenas unos meses para que termine el segundo decenio de este siglo, una mera comparación con los inicios del siglo XX nos puede dar la vaga sensación de un estado de ánimo muy diferente entre ambos momentos. Ante las crisis sucesivas de estos últimos años, acentuada ahora con la pandemia de la que no parece que vayamos a salir en breve, y si salimos tal vez sea en forma de distopía en toda regla, sentimos que, a pesar de la primera guerra mundial, el siglo XX comenzó con una notable esperanza por ser una época de expansión, de desarrollo y florecimiento social. El capitalismo parecía entrar en una fase de crecimiento imparable, mientras que la revolución soviética supuso para amplios sectores obreros y populares una perspectiva nueva que brindaba la posibilidad de romper con la lógica opresora y construir la emancipación social.

Bilbao, en este sentido, refleja esta situación. Se industrializa con especial rapidez gracias a la minería, el hierro y los astilleros; con el cambio de siglo se acaban las obras de canalización de la ría y aumenta la capacidad del puerto al construirse los diques de Santurce y Algorta. Crece también la actividad mercantil y cuando comienza el nuevo siglo, en 1901, ya están constituidos tres grandes bancos, el Bilbao, el del Comercio y el de Vizcaya, que se expandirán incluso por todo el Estado. Surgen en las zonas obreras sindicatos y organizaciones reivindicativas. Hasta ese momento, no obstante, Bilbao no destacaba por su actividad cultural, es más, un incipiente y primerizo nacionalismo vasco, el bizkaitarrismo, reaccionaba ante los nuevos tiempos con un apego a lo tradicional, al tradicionalismo, del que poco a poco se iría distanciando, a lo que contribuyó la aparición de la prensa que fomenta el análisis y el debate, las tertulias en los muchos cafés abiertos en la ciudad e iniciativas prometedoras que surgieron en el ámbito cultural, cumpliendo en cierto modo con la previsión de José Félix de Lequerica: «Sobre el ocio permitido por el bienestar y el dinero anidan el arte y la cultura».

Si alguien reflejó a la perfección el espíritu de aquel tiempo y de la ciudad fue a todas luces Jesús de Sarría, al que el poeta Ramón de Basterra calificó de «tesoro de nuestras esperanzas». Aunque nacido en Cuba, como Aranaz Castellanos, la crisis en la isla y la muerte de sus padres motivaron su traslado a Vizcaya, a Algorta en concreto, donde viviría con las dos hermanas de su padre, vascoparlantes. Se especializó en derecho mercantil. Se interesó por la cultura, acudió a la tertulia del Lion d´Or y renovó la vida del Casino de Algorta, de cuya junta directiva formaba parte su tío Alejo. Participó también en otros núcleos, la Sociedad Bilbaína y el Ateneo. Pero sobre todo se le recordará por ser el impulsor de la revista Hermes, ya comentada, una revista de calidad excelsa y alto nivel intelectual tanto por sus contenidos como por sus colaboradores.

Se interesó también por la política, militando en Comunión Nacionalista Vasca, una de las dos facciones en que quedó dividido el PNV durante unos años. Aunque fue el sector moderado que abogaba más por una confederación española, Jesús de Sarría tuvo discrepancias que le llevaron incluso a mantenerse fuera del partido durante algunos meses. Defendía una política más social, atendiendo a los ámbitos obreros, muchos de ellos procedentes de otras zonas de España, y un entendimiento mayor con otros sectores ideológicos.

No en vano fue en los círculos culturales donde existió una mayor unidad, las discrepancias no dieron lugar a la confrontación tensa que se vivió, por ejemplo, en la política y afectó a la vida social.  En las tertulias de café o en los ateneos se mantuvo por lo general la cordialidad, sin que se viese afectados por el choque de las dos Españas, de las que habló Antonio Machado, por ese afán cainita español que se enuncia con frecuencia. Ocurrió durante lustros antes de la guerra (in)civil y también después, entre los escritores del interior y del exilio.

Jesús de Sarría mantuvo ese espíritu y lo trasladó a la revista Hermes, en cuyo consejo de dirección hubo personas de ideologías muy diferentes y se dio cabida a colaboraciones de distinto signo, nacionalistas vascos o defensores acérrimos de la unidad de España, conservadores, liberales e izquierdistas. Acostumbrados como estamos ahora a discursos edulcorados de la historia reciente, que son más una interpretación interesada que además hace aguas por todos los lados, el que se elogie esa capacidad de intercambio puede parecer falso. Pero salta a la vista que en los círculos literarios se dieron gestos que escapaban al tono más y más bronco en la política cotidiana de aquellos años.

La revista Hermes se convirtió en la principal empresa de Jesús de Sarría, empleó incluso su conocimiento mercantil para darle una forma societaria, contó con el apoyo financiero de la familia de la Sota para ello, en este sentido Alejandro de la Sota fue uno de sus más estrechos colaboradores, tanto en lo económico como en lo intelectual. Sin embargo, esos años de expansión y de esperanzas tuvieron también sus lados obscuros, hubo no pocos problemas económicos, el proyecto era difícil de sostener y se dudó de la viabilidad de la empresa.

Nadie comprendió en ese momento aquel gesto último y trágico de Jesús de Sarría a finales de julio de 1922. Lo cuenta Germán Yanke en la biografía que escribió sobre él. No sabemos hasta qué punto le afectó la situación de Hermes o fue un conjunto de causas lo que le empujó al suicidio. El mismo día de su muerte se reunieron en su piso de la calle Correo amigos y conocidos de todos los ámbitos, en torno a la tía que quedaba con vida. Desde Salamanca telefoneó Miguel de Unamuno, a quien Jesús de Sarría tanto admiró.


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