martes, 21 de abril de 2020

Literatura (latino)americana vs literatura española


Repasando estos días de cuarentena un libro recopilatorio de artículos en prensa del profesor Joaquín Marco –lo saqué de una biblioteca pública un par de días antes de quedarnos recluidos en casa y a saber cuándo lo devolveré–, leo uno de ellos publicado en 1975 y que habla de las relaciones entre los escritores latinoamericanos y los españoles. Comenta un cierto malestar entre los escritores españoles de aquellos años por la amplia difusión entre los lectores, tanto en España como en la propia en Europa y en Estados Unidos, de los autores catalogados bajo el nombre, a todas luces chirriante y sin duda inadecuado, de boom de la literatura latinoamericana.

No puedo contar, no lo viví, si este malestar existió de verdad y cuáles fueron los escritores españoles que más acusaron tal sensación, pero si el profesor Joaquín Marco lo comenta, es sin duda porque lo debió de detectar. Lo que sí puedo decir, como experiencia personal, que tiempo después del año de publicación del referido artículo, pasó algo más de un lustro, me aficioné a la lectura y aparte de algunos autores españoles que me impresionaron por entonces y a los que voy volviendo con frecuencia –Pío Baroja, Nada de Carmen Laforet, Ignacio Aldecoa, Pérez Galdós, Miguel Delibes–, quienes me aportaron más entusiasmo por la literatura fueron sin duda autores americanos y más en concreto los designados bajo ese apelativo tan cacofónico. Durante unos años los leí con diligencia y pasión: Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, Julio Ramón Ribeyro, Alejo Carpentier, Gabriel García Márquez o Un mundo para Julius, de Alfredo Bryce Echenique. Me abrieron la puerta a otros escritores de la época o anteriores y posteriores, a Miguel Ángel Asturias o a Sergio Ramírez, a Álvaro Mutis o a Gioconda Belli, a Carlos Fuentes o a Bioy Casares, a Manuel Scorza o a las hermanas Ocampo, a Mario Benedetti o a Claribel Alegría, entre tantos otros.

Con el tiempo volví a los autores españoles, fui descubriendo también otros escritores en otras lenguas, pero queda esa introducción que tanto me marcó y sin la cual hoy sería otro tipo de lector. En cierto modo, no vivo la dicotomía escritores latinoamericanos vs escritores españoles, el hecho que todos escriban en la misma lengua, salvo los brasileños, claro, conlleva que no haya un muro entre ambas orillas, es más, la nacionalidad me resulta a todas luces indiferente, y me consta que ocurre lo mismo entre mis amigos y conocidos lectores. Tengo la impresión de que la procedencia de cada uno de los escritores en castellano es a todas luces secundario en general.

Influye sin duda que ese grupo de autores del boom en cierto modo acercaron América a España, a sus escritores pero también sus realidades. Hasta la guerra civil española ambos lados parecían seguir sendas separadas con muy pocas relaciones grupales, apenas algunas individuales. Rafael Cansinos Assens cita en su amplísimo dietario, La novela de un literato, el paso por los cafés madrileños de un reconocido Rubén Darío y el encuentro del propio Cansinos con un jovencísimo Borges, que vivía por entonces en Suiza. César González Ruano, por su parte, entrevistó a César Vallejo en 1931 para el Heraldo de Madrid. La guerra produjo un acercamiento entre las dos orillas, con autores como Octavio Paz que se comprometieron con España.

Da la sensación de que tras la guerra se volvió a levantar el muro entre ambas partes, aunque no fue del todo así: bastantes escritores españoles se establecieron en América Latina y tuvieron mayor contacto que los escritores del interior, es evidente, aunque estos pudieron conocer a algunos porque entre los escritores españoles no se cortaron tanto los contacto entre sí. A partir de los sesenta todo comenzó a cambiar con la llegada de un grupo de aprendices de escritor a España o a Europa en general y se intensificaron los vínculos.

Joaquín Marco también se refiere en su artículo que, fuera de los países de habla hispana, los escritores en español más conocidos son los latinoamericanos, entre otros motivos porque la literatura española del momento, apunta el profesor, en 1975 apenas se conocía y poco se publicaba en otros idiomas, algunas excepciones y en ámbitos muy restringidos, los académicos y poco más. Quiero creer que esto ha cambiado algo, a partir de los noventa se despertó cierto interés por España, más allá de la guerra civil –uno de los hechos históricos más investigados y sobre lo que más se lee–, y eso supuso que se conocieran más autores españoles, a tenor de las traducciones publicadas, que se mantienen hoy si no han crecido, aunque sin duda el peso de las culturas americanas supone que sus escritores se conozcan más y mejor.

No soy capaz de percibir si los lazos hoy son tan fuertes como en los ochenta, tengo la impresión de que sí, aunque es más una sensación muy subjetiva, la mía propia o la de amigos y conocidos con quienes hablo de literatura y a menudo salen a colación autores americanos. El despertar en España de un cierto espíritu de exaltación patria puede que haga peligrar los vínculos. Sería a todas luces un craso error. Aunque puede que ese riesgo proceda más bien de un mayor desinterés por la literatura, lo que sería aún peor.

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