miércoles, 17 de julio de 2019

Cafés


César de Navascués, hijo del escritor César González-Ruano, califica a su padre en el prólogo del libro La Vida de prisa (Ediciones 98, 2012) como un escritor de café. Allá donde está busca un local donde escribir, siempre en la mesa un café con leche en vaso y la posibilidad de que alguien, un conocido, un admirador, un lector ocasional, le pueda interrumpir. La propia recopilación de relatos que prologa la escribió González-Ruano en el café Chiringuito de Sitges, en la costa de Barcelona, donde la familia pasa muchas temporadas. Es donde recibe a algunos amigos. Por ejemplo, a Dionisio Ridruejo, que lo rememorará en alguna ocasión, siempre en términos elogiosos. En ese mismo prólogo César de Navascués aplica también tal fórmula, escritor de café, a Francisco Umbral, otro asiduo a tales establecimientos, escribe a su vez en ellos y evocará en alguno de sus artículos y libros de evocaciones a González-Ruano, a quien ve a menudo concentrado en su escritura.

Muchos cafés están vinculados a escritores, que leyeron o escribieron en ellos, y que acogieron además tertulias apacibles, o no, casi siempre provechosas. La Closerie des Lilas estará siempre asociado al polémico, en su época, Baudelaire, como lo estuvo Les deux Magots, también en París, a Sartre, a Simone de Beauvoir y al grupo de escritores de la Rive Gauche. En Madrid no fueron pocos los cafés ligados a escritores y a las tertulias madrileñas, aquellas que Cansinos Assens detallará de un modo delicioso en La Novela de un literato: el Café de Fornos, que Eduardo Zamacois describirá al detalle y que frecuentó Baroja, Azorín, Manuel Machado; el Café Pombo, donde tendrá su tertulia Ramón Gómez de la Serna; el Café Lion, por su parte, uno de los centros donde se reunían hasta que cerró en 1993, desde el siglo XIX, numerosos escritores y artistas, y en uno de sus salones, La ballena alegre, parece que se conocieron José Antonio Primo de Rivera y Federico García Lorca, simpatizando aquel con el poeta que sufrió, por desgracia, la locura de la guerra incipiente que seguiría a sus encuentros, y en la que el dirigente falangista morirá fusilado. Existen todavía el café Comercial y el Gijón, ambos referentes en la literatura de la posguerra española.

Es evidente que no sólo la literatura fue protagonista de tales lugares, en ellos se estaba, quiero creer que se está aún hoy en alguno de los que queden, atento a la realidad política y social, también en países que pasaron por regímenes autoritarios, como ocurrió con el Rialva de Lisboa, que se convirtió en uno de los polos de oposición al salazarismo, sobre todo cuando no quedaba muy lejos la Casa de los Estudiantes del Imperio, que se volvió un centro de contacto de oponentes a la dictadura y al colonialismo portugués.

No hay duda que tales establecimientos son, por tanto, fundamentales para comprender la vida social desde que se crearon, en el siglo XVIII, porque no sólo fueron centros de reunión, sino también, de ahí su importancia, de discusión, diálogo, debate y difusión de ideas. En Nueve cartas a Berta, la primera de las películas de Basilio Martín Patiño, uno puede contemplar un café plácido de Salamanca en el que el estudiantazgo acude para charlar, leer y escribir, uno de esos establecimientos blancos, amables y muy tranquilos, en los que pensar o darle vueltas al desasosiego.

Muchos cafés siguen hoy abiertos, cafés u otros establecimientos análogos, parecidos al Nostromo, ya mencionado en el texto anterior, aunque ya nada es lo mismo, todo hay que decir. Ahora el ruido parece ocuparlo todo, en consonancia, me temo, con la sociedad en su conjunto, ya sea ruido de una música enlatada, de mero barullo, ya sea de la televisión, siempre encendida en casi todos los bares, aun cuando nadie esté atento, ya sea de los móviles o de las conversaciones que estos generan, una batahola a menudo insoportable. En España es casi una plaga, fuera no tanto, aunque no están exentos de otro fenómeno de por sí no negativo, no debería serlo, pero que ha acabado siéndolo, el turismo. La fama de Les Deux Magots ha convertido este café, al igual que el distrito de Saint-Germain de Prés donde se ubica, en una zona prohibitiva para arrimarse, con precios altísimos y legiones de turistas a todas horas.

De haber vivido circunstancias parecidas a las actuales, a todas luces ninguno de los escritores que los frecuentaron hubiera escrito ni una línea y tampoco se hubiera dado el intercambio de ideas, opiniones o zalamerías que se pudieron dar en los cafés. Tal vez sea una visión muy negativa del presente, que no oculta una cierta añoranza de lo apenas vivido, pero ya no es fácil encontrar hoy un local apacible, tranquilo y sobre todo silencioso donde pasar un rato más o menos largo. Signo de los tiempos, tal vez.

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