Cuando acaba la guerra
civil española, el primero de abril de 1939, el mapa político del nuevo régimen
estaba dibujado de un modo diferente a como lo estaba tres años antes, cuando
aún se estaba preparando el golpe a la República. El 20 de abril de 1937 se
impone el Decreto de Unificación, por el cual se crea una sola organización
política, fusionando la Falange España y la Comunión Tradicionalista en una
sola organización, la Falange Española Tradicionalista y de las JONS, y
disolviendo también otras tendencias que apoyaban al bando nacional, como la
derecha republicana –una parte importante de la CEDA–, los monárquicos
partidarios de la línea isabelina o un sector amplio de la burguesía catalana y
catalanista, temerosa de la revolución y enemiga de las colectivizaciones.
Pese a la idea de que lo
que debilitó al bando republicano fue la división de sus fuerzas políticas
frente a la unión de las fuerzas que apoyaron el levantamiento, lo cierto es
que muy pronto surgieron las divisiones en este bloque nacional. El Decreto de
Unificación se había aprobado sin la consulta de las direcciones de los grupos
políticos afectados, muchos de cuyos cuadros ni siquiera conocían tal
pretensión. Manuel Hedilla fue uno de los dirigentes, en su caso de la Falange,
que nada más conocido el proyecto se mostró contrario y se opuso con fuerza al
mismo. El 25 de abril, cinco días después de la aprobación del Decreto de
Unificación, el régimen lo detiene y se le condena en dos causas respectivamente
a cadena perpetua y a la pena de muerte. La mediación de Pilar Primo de Rivera
y de Ramón Serrano Suñer le ayudan a que se le conmute la pena de muerte.
Su puesta en libertad en
1941, casi por sorpresa, fue la moneda de cambio para contentar a las «camisas
viejas» de la Falange cuando estalla la denominada crisis de mayo de 1941, en
la que hay una serie de nombramientos, destituciones y cambios en la cúpula del
poder que parece no satisfacer a ninguna de las corrientes en liza, incluidos
los carlistas que ya empezaron a ver que el régimen se decantaba poco a poco
por la línea isabelina, tras un tiempo de deshojar la margarita. En todo caso,
los gestos del régimen no evitaron que se materializaran nuevas disidencias,
como las de Dionisio Ridruejo o las de Antonio Tovar, que formaban parte de los
segmentos culturales e intelectuales que habían apoyado y apoyaron en ese
momento al Régimen.
De hecho fue Dionisio Ridruejo,
que llevaba un tiempo distanciado del Régimen, algo que empezó a materializarse
en el 41 de forma evidente, mediante una carta, incluso, dirigida a Franco en
que mostraba abiertamente su rechazo a cómo iban las cosas en España, quien
formuló que lo que había en el denominado bando nacional no era unidad, al
menos unidad política, sino disciplina militar. De hecho, planteó, el ejército
español que se levantó contra la República se quedó sin Estado –lo normal es
que todo Estado constituya un ejército que lo sustente–, siendo ese ejército
quien, al vencer, construye un Estado a imagen de sus propios intereses, con lo
cual, al final, las fuerzas políticas no fueron más que meros títeres del poder
militar y que sirvieran para legitimar ideológicamente el nuevo régimen.
Dionisio Ridruejo formaba
parte de ese ambiente cultural y literario, él era poeta, que estaban en el
bando nacional pero que, al igual que el profesor Antonio Tovar, comenzaron a
alejarse del régimen. Ambos estaban en la Dirección General de Prensa y ambos
perdieron su puesto al publicar en el diario Arriba un artículo firmado por Ridruejo y aprobado por Tovar en que
se mostraban sus discrepancias ante la crisis de mayo de 1941. No fueron los
únicos entre la intelectualidad y los autores, un ambiente de desilusión y
distancia se impuso entre muchos escritores y pensadores de aquel momento, que
además no habían perdido sus vínculos personales con los autores del exilio.
Leopoldo Panero dirigía por entonces la revista Escorial y participaba en la
tertulia retomada del Café Lyon, junto a Luís Rosales, Gerardo Diego, Luis
Felipe Vivanco o Manuel Machado, entre otros. Entre 1945 y 1947 residió en
Londres, donde dirigía el Instituto Español y frecuentó a Luis Cernuda, tal
como describió mucho tiempo después su esposa Felicidad Blanc en Espejo de sombras.
En Barcelona la editorial
Destino se fue convirtiendo en una referencia cultural que empezó a dar voz a
escritores no tan marcados ideológicamente, con una pretensión de apertura
política evidente. Esta editorial nace en el marco del Semanario Destino, afín
a la Falange y en el que colaboran José Vergés Matas y el escritor Ignacio
Agustí Peypoch. Ambos se marcharon de Cataluña al iniciar la guerra y tras un
breve paso por el extranjero se integraron en el bando nacional y pasaron a trabajar
en la revista mencionada, de la que Ignacio Agustí fue director. Fue Carlos
Godó quien les ayudó a comprar la cabecera de la revista y trasladarla a
Barcelona, ya con el proyecto de fundar una editorial con el mismo nombre,
junto a Joan Teixidó Comes, en 1942.
La disidencia se mantuvo
incluso años después. José Luis López Aranguren era un profesor de ética de la
Universidad Complutense de Madrid en los años sesenta que ya había formado
parte de ese grupo de autores cada vez más distantes del régimen. En 1965
participó junto a Enrique Tierno Galván y Agustín García Calvo en una serie de
actos por la libertad de asociación, por lo que fueron los tres expedientados y
expulsados de la universidad. En Barcelona, el profesor de estética, José María
Valverde, afiliado en su época de estudiante en el Sindicato Español
Universitario, de carácter falangista, renunció a su puesto en la universidad y
salió del país, tras recordar que «sin ética no hay estética». Por otro lado, es
importante tenerlo en cuenta, Valverde estuvo vinculado a un catolicismo que
estaba muy lejos de aquella Iglesia próxima al poder, pilar del mismo y en
muchos momentos propagandista de la España reconquistada.
El régimen que surgió de
aquella guerra, en todo caso, duró hasta el 75, con la muerte del dictador y
demasiados claroscuros por el camino. Es evidente que este periodo de tiempo no
se ha superado aún, se sigue debatiendo cuestiones que afectaron a miles de
personas, entre otras a las miles de víctimas que desaparecieron o quedaron
enterradas en cunetas. El régimen, por otro lado, escribió su interpretación de
la historia que no tuvo tan en cuenta las disidencias internas, que las tuvo.
No hay duda de que lo que vino después a aquel 1 de abril de 1939 no satisfizo
a muchos de quienes, por ideales o conveniencias, lo apoyaron. Quizá sea algo
universal, todo sistema acaba defraudando a propios y ajenos. Pero qué duda
cabe que es un campo interesante también en el que ver lo que fue el país.
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