lunes, 4 de junio de 2018

Sobre héroes y sátiras


En líneas generales hay dos maneras de convertirse en héroe según la mitología, y por ende según la literatura: una es el proceso de iniciación que conlleva una previa separación, unas pruebas o experiencias vitales a lo largo de un proceso en forma de viaje, o incluso de viaje interior, y que conducen finalmente a un retorno al origen, esta vez ya como héroe; la otra es tras una acción purificadora imprescindible después de un acto funesto que hay que limpiar.

Odiseo seguiría la primera línea. Melenao y Palamedes le convocan para la guerra de Troya que tenía por objeto rescatar a Helena tras su secuestro por París. Aunque la primera reacción del héroe de Ítaca fue fingirse loco para no ir y quedarse con su esposa Penélope y su hijo Telémaco, será Palamedes quien aclare el engaño y a partir de aquí se iniciará un largo viaje de veinte años en los que Odiseo se convierte en héroe, gracias en buena medida a un proceso interior de todo lo vivido en aquel tiempo.

Heracles, por su parte, sigue la segunda línea. Tras un ataque de locura real, atribuido a Hera, celosa por los devaneos de Zeus con Alcmena, madre del héroe, Heracles mata a su esposa e hijos, luego, consciente y arrepentido, acude al Oráculo de Delfos y allí se le encargan los doce trabajos (en realidad diez, pero hubo dos no reconocidos, por lo que tuvo que emprender dos más), con los que lograría purgar su acción.

Hace unos días un desconocido Mamoudou Gassama se convertía en un héroe, un héroe de nuestros días, al salvar a un niño a punto de descolgarse de una terraza y caer desde un cuarto piso. Su coraje y su fuerza le asimilaron a los héroes de antaño que se enfrentaban al peligro sin pensárselo dos veces, guiado por la certeza de que había incluso que arriesgar la propia vida por cumplir con su destino. Hay que añadir que en el caso del maliense se daban unas circunstancias personales que le aconsejaban más bien pasar desapercibido.

Mamoudou Gassama era uno más de entre los muchos personas sin documentación, en situación por tanto irregular, que vagan por muchas calles de las grandes ciudades europeas, convertidos en centro de un árido debate sobre la gente que llega, con soflamas sobre la idoneidad de una política más severa hacia los movimientos migratorios y objeto muchas veces de racismo y exclusión. Los Estados de esta Europa unida tampoco parecen defender una solidaridad que sólo existe como ornamento en las declaraciones oficiales. La realidad es que los gobiernos que conforman la llamada Europa fortaleza defienden cada vez con mayor énfasis que se limite la entrada de migrantes, lo sean por motivos políticos, contrariando incluso la legislación sobre refugio, lo sean por motivos económicos. Por tanto, el futuro de Gassama no parecía muy halagüeño: o pasar años en la clandestinidad y en la marginación o ser expulsado por no disponer de documentación.

Hasta que se cruzó por una calle, vio a un niño colgado del balcón y no se lo pensó dos veces. Las imágenes del maliense ascendiendo por la fachada del edificio en apenas segundos se volvieron virales y millones de personas lo han visto hasta la saciedad. Como si siguiera un guion de los superhéroes modernos, logró enfrentarse a su destino y acometer un acto que de inmediato se tachó de heroico. Ni que decir tiene que se cumplió una vez más la aserción de Óscar Wide, la realidad imita al arte.

Pero el relato no terminó allí. El nudo argumental continuó un poco más, rozando esta vez la sátira. Fue tal el eco de lo sucedido que el presidente de la República Francesa, el excelentísimo Emmanuel Macron, lo recibió, concedió la nacionalidad y logró que entrase en el cuerpo de bomberos. Incluso Marine Le Pen lo felicitó, como lo hicieron otros políticos franceses y fue primera página de los informativos. La sátira no la protagoniza, empero, Mamoudou Gassama, que ya tiene bastante con lo suyo, sino el actual Presidente de la República que es uno de los mayores defensores de endurecer las medidas contra la inmigración y de imponer mayores castigos a quienes ayudan a inmigrantes irregulares, incluso a quienes los salvan de morir ahogados. No podemos olvidar lo ocurrido en Sicilia con los participantes del barco de Proactiva Open Arms.

Mientras, vemos al nuevo héroe un tanto aturdido cuando habla con la prensa. Se expresa en un francés inseguro, no sabemos si porque no se siente cómodo hablando este idioma o porque no se acaba de creer que a partir de ahora no tenga que mirar a todos los lados para evitar los controles de migración. Pero, ¿tiene más de Odiseo o de Heracles?

Por un lado, ha cumplido todas las etapas iniciáticas que se dan en la mitología, ha tenido que separarse de los suyos y entrar en Francia, quién sabe cuáles han sido las pruebas vividas, ha tenido que batallar a diario para que no le detuvieran y por tanto le deportaran, ha tenido que superar día tras día la ansiedad de quien no tiene vida civil: todo ello, no cabe la menor duda, es un verdadero proceso de iniciación.

Sin embargo, su heroicidad no proviene en absoluto de tal proceso, sino del acto de salvar al niño arriesgando su vida y sobre todo atrayendo la atención de los focos. Cabe pensar por tanto que tenga más de Heracles que de Odiseo. De hecho, la concesión de la nacionalidad fue a todas luces la consecuencia de un trabajo afrontado para purificarse por haber entrado en Europa sin papeles y vivir en una ciudad europea sin los correspondientes permisos, por pertenecer a una inmensa legión de infractores anónimos de las normas de la fortaleza europea. En algún momento, antes de llegar a Europa, se dejó guiar por el ímpetu impregnado por Hera, celosa contra esta Europa que tiene mucho de los arrebatos caprichosos de Zeus. Hasta que acometió su trabajo hercúleo, Mamoudou Gassama era un ser que vivía bajo la culpa de haber infringido las normas de la olímpica Europa. Pero cumplió con su trabajo y ahora, dicen, es uno de los nuestros.

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