Es
hermosa la imagen de las patinadoras en la película Una vida no tan simple. Las
vemos avanzar por la Gran Vía bilbaína, siempre de noche, en silencio, las
calles vacías, ajenas a las tribulaciones, a los sinsabores, como si la de la noche
fuera en realidad otra vida distinta. Avanzan sin prisa, tienen todo el tiempo
por delante. Aunque a ellas sólo les importa ese instante en que recorren
juntas las calles. Son jóvenes. Su patinar refleja una libertad enorme. No
parece que nada les frene. No les afectan las incertidumbres cotidianas ni
parece que les aflija nada, sólo mantener su equilibrio y su agilidad.
Su
actitud contrasta con la de los otros personajes de esta película.
Presentada
en el festival de Málaga, en 2023, Una vida no tan simple nos cuenta la
vida de unos profesionales de edad mediana que se confrontan de pronto con la
realidad, con que la vida no era eso que imaginaban, con que las esperanzas se
diluyen con suma facilidad y es difícil recuperar el equilibrio y la libertad
que apreciamos por contraste en las patinadoras, a las que vemos en varias
ocasiones, mientras Isaías, interpretado por Miki Esparbé, se hunde en el caos
emocional, en su crisis de clase media.
La
colleja se la da don Antonio, el constructor, nada más recibir el joven
arquitecto un premio importante, al poco de iniciarse la cinta. Le dice que
«ahora está arriba, pero tarde o temprano el suflé bajará». Isaías le mira con
sorpresa, no sabemos si porque se cree henchido de fortuna o quizá porque no le
es desconocido el vaticinio. «Todo tiene su tiempo» nos dice el Eclesiastés,
«tiempo de llorar, y tiempo de reír» o, más adecuado para un arquitecto,
«tiempo de esparcir piedra, y tiempo de juntar piedra». Pronto llegan los
sinsabores, apenas unos pocos años después, el éxito parece haber pasado, es
apenas un recuerdo, ahora son otros los que se dejan seducir por los cantos de
sirena, y el futuro es pura incertidumbre.
Entre
ambos, está el presente que se escapa como arena entre los dedos.
Todo
se tambalea en su vida. Puede parecer que su socio Nico, interpretado por Alex
García, afronta la vida con más desenvoltura, con el desenfado de un
adolescente tardío. Pero intuimos que hay en él el mismo pánico ante la
realidad, aunque no la aderece con esa pizca precisa de responsabilidad que
todos nos atribuimos en algún momento.
La
esposa de Isaías, Ainhoa (Olaya Caldero), y Sonia (Ana Polvorosa), la madre de
otro niño con la que coincide el protagonista en el parque, amigo de sus hijos,
deambulan por el mismo desasosiego. De este modo, Félix Viscarret, el director
y guionista de la cinta, nos ofrece el retrato de esta generación contemporánea
que pisa fuerte para ocupar su espacio, pero que se ahoga en un mundo extraño
y, en el fondo, se siente fuera de lugar, dándose de bruces, como se dice en un
momento dado, con que pensar la vida en términos de éxito o de fracaso es a
todas luces un gesto egocéntrico.
Y
sin duda alguna, equivocado.
A
nadie se le escapa que estamos en un momento de crisis, un modelo social que ha
llegado a todas luces a su hecatombe, sin que de pronto haya una alternativa
comunitaria, sin que veamos mundos posibles a construir, sólo se nos ofrecen
fórmulas añejas, cuando no reaccionarias que no llevan a ningún sitio. Tampoco
sabemos abrir brechas entre tanta devastación. Restringimos nuestras vidas a la
repetición de gestos absolutos de los que perdimos su razón de ser. Intuimos
que el espectáculo se ha terminado, aunque sigamos con los mismos paradigmas y
aumenten los artificios de una sociedad que ya da poco de sí. Así, tal vez la
actitud correcta es la de las patinadoras, plantearse el aquí y el ahora, el
vivir el instante, sin añoranzas ni esperanzas. «Te llamas porvenir / porque no
vienes nunca» escribió no sin acierto Ángel González. Es el presente al fin el
campo de batalla, lo que hemos de aprehender con fuerza, lo que nos brinda la
victoria día a día, por nimia que ésta sea, frente a ese mundo imaginario que
nos ofrece este capitalismo tardío y decadente, un sinsentido.
Eres
lo que tienes, aun cuando los objetos carezcan ya de valor, sólo tienen precio,
y suele ser alto, aunque no sea real.
De
este modo, el proceso de Isaías se nos presenta como una reflexión sobre la
vida misma. Cierto, desconocemos su contexto, de donde viene, cuál es su
historia de vida. Tal vez carezca de importancia, el proceso es el mismo,
cualquiera que sea la clase a la que uno pertenezca. Hablamos de la posesión de
la vida propia como labor y meta fundamentales frente a las candilejas de esta
decadente sociedad del espectáculo que sólo ofrece ruido. Y vacío. Sólo así el
silencio es la victoria: abre infinitas posibilidades.
No hay comentarios:
Publicar un comentario