sábado, 20 de diciembre de 2025

Una vida no tan simple

 


Es hermosa la imagen de las patinadoras en la película Una vida no tan simple. Las vemos avanzar por la Gran Vía bilbaína, siempre de noche, en silencio, las calles vacías, ajenas a las tribulaciones, a los sinsabores, como si la de la noche fuera en realidad otra vida distinta. Avanzan sin prisa, tienen todo el tiempo por delante. Aunque a ellas sólo les importa ese instante en que recorren juntas las calles. Son jóvenes. Su patinar refleja una libertad enorme. No parece que nada les frene. No les afectan las incertidumbres cotidianas ni parece que les aflija nada, sólo mantener su equilibrio y su agilidad.

Su actitud contrasta con la de los otros personajes de esta película.

Presentada en el festival de Málaga, en 2023, Una vida no tan simple nos cuenta la vida de unos profesionales de edad mediana que se confrontan de pronto con la realidad, con que la vida no era eso que imaginaban, con que las esperanzas se diluyen con suma facilidad y es difícil recuperar el equilibrio y la libertad que apreciamos por contraste en las patinadoras, a las que vemos en varias ocasiones, mientras Isaías, interpretado por Miki Esparbé, se hunde en el caos emocional, en su crisis de clase media.

La colleja se la da don Antonio, el constructor, nada más recibir el joven arquitecto un premio importante, al poco de iniciarse la cinta. Le dice que «ahora está arriba, pero tarde o temprano el suflé bajará». Isaías le mira con sorpresa, no sabemos si porque se cree henchido de fortuna o quizá porque no le es desconocido el vaticinio. «Todo tiene su tiempo» nos dice el Eclesiastés, «tiempo de llorar, y tiempo de reír» o, más adecuado para un arquitecto, «tiempo de esparcir piedra, y tiempo de juntar piedra». Pronto llegan los sinsabores, apenas unos pocos años después, el éxito parece haber pasado, es apenas un recuerdo, ahora son otros los que se dejan seducir por los cantos de sirena, y el futuro es pura incertidumbre.

Entre ambos, está el presente que se escapa como arena entre los dedos.

Todo se tambalea en su vida. Puede parecer que su socio Nico, interpretado por Alex García, afronta la vida con más desenvoltura, con el desenfado de un adolescente tardío. Pero intuimos que hay en él el mismo pánico ante la realidad, aunque no la aderece con esa pizca precisa de responsabilidad que todos nos atribuimos en algún momento.

La esposa de Isaías, Ainhoa (Olaya Caldero), y Sonia (Ana Polvorosa), la madre de otro niño con la que coincide el protagonista en el parque, amigo de sus hijos, deambulan por el mismo desasosiego. De este modo, Félix Viscarret, el director y guionista de la cinta, nos ofrece el retrato de esta generación contemporánea que pisa fuerte para ocupar su espacio, pero que se ahoga en un mundo extraño y, en el fondo, se siente fuera de lugar, dándose de bruces, como se dice en un momento dado, con que pensar la vida en términos de éxito o de fracaso es a todas luces un gesto egocéntrico.

Y sin duda alguna, equivocado.

A nadie se le escapa que estamos en un momento de crisis, un modelo social que ha llegado a todas luces a su hecatombe, sin que de pronto haya una alternativa comunitaria, sin que veamos mundos posibles a construir, sólo se nos ofrecen fórmulas añejas, cuando no reaccionarias que no llevan a ningún sitio. Tampoco sabemos abrir brechas entre tanta devastación. Restringimos nuestras vidas a la repetición de gestos absolutos de los que perdimos su razón de ser. Intuimos que el espectáculo se ha terminado, aunque sigamos con los mismos paradigmas y aumenten los artificios de una sociedad que ya da poco de sí. Así, tal vez la actitud correcta es la de las patinadoras, plantearse el aquí y el ahora, el vivir el instante, sin añoranzas ni esperanzas. «Te llamas porvenir / porque no vienes nunca» escribió no sin acierto Ángel González. Es el presente al fin el campo de batalla, lo que hemos de aprehender con fuerza, lo que nos brinda la victoria día a día, por nimia que ésta sea, frente a ese mundo imaginario que nos ofrece este capitalismo tardío y decadente, un sinsentido.

Eres lo que tienes, aun cuando los objetos carezcan ya de valor, sólo tienen precio, y suele ser alto, aunque no sea real.

De este modo, el proceso de Isaías se nos presenta como una reflexión sobre la vida misma. Cierto, desconocemos su contexto, de donde viene, cuál es su historia de vida. Tal vez carezca de importancia, el proceso es el mismo, cualquiera que sea la clase a la que uno pertenezca. Hablamos de la posesión de la vida propia como labor y meta fundamentales frente a las candilejas de esta decadente sociedad del espectáculo que sólo ofrece ruido. Y vacío. Sólo así el silencio es la victoria: abre infinitas posibilidades.

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