sábado, 20 de septiembre de 2025

Silencios

 


«Porque callarse es ponerse del lado de lo que se callaron primero». Lo escribe Aroa Moreno Durán en su libro Mañana matarán a Daniel. En él nos habla de tres de los cinco últimos fusilados de la dictadura, los que murieron –a los que mataron– en Hoyo de Manzanares, en un lugar cercano al domicilio de la escritora, algo que ella desconocía, aunque sabía, como sabemos todos, de aquellas últimas ejecuciones, cinco sentencias de muerte que se llevaron a cabo, todo un clásico, de madrugada, a la espera de un indulto que nunca llegó.

De tales ejecuciones han pasado ya cincuenta años.

Hubo en efecto quien calló entonces, en un país de silencios donde todo ocurría entre líneas. Eran silencios sin duda motivados por varias razones. Hubo sin embargo protestas, pronunciamientos públicos que se rebelaban ante una realidad malsana, aunque era arriesgado salir a la calle y proclamar lo injusto de unos procesos judiciales sin garantías. Pero, ¿qué garantías puede haber en una dictadura?

 Fuera de España se extendió un clamor: desde el Papa hasta personas anónimas que se manifestaron en toda Europa, pasando por dirigentes y personalidades públicas, todos reclamaron que no se aplicaran las sentencias. Incluso desde la presidencia de México se pidió que se expulsara a España de la ONU. Aquel final de la dictadura no estaba siendo de modo alguno pacífico, a pesar de los discursos grandilocuentes que barnizaron años después ese proceso de transición que sin duda ya se estaba gestando en aquel momento. No fue, contra lo que nos han dicho, una transición pacífica. Persistía la represión del Estado, la tortura, la muerte, las bandas parapoliciales tan activas durante los años siguientes. Hubo también en el otro lado una respuesta armada a la dictadura, grupos que plantearon la lucha armada como método de resistencia y que la aplicaron, con el consiguiente listado de muertes.

Los tres fusilados de los que nos habla la autora pertenecían al FRAP, una organización de las varias que creó el Partido Comunista de España (Marxista-Leninista), contrario a la política de reconciliación nacional auspiciada por el PCE de Carrillo, y que optó por acciones armadas cuyas víctimas fueron cinco policías y un guardia civil. La muerte de este último fue la causa del proceso de varios militantes detenidos y torturados en aquellas fechas.

En el libro –entre la investigación, la historia y la narración–, Aroa Moreno Durán nos presenta las vidas de los tres militantes, aunque se centra en uno de ellos, en José Humberto Baena, de quien se sabe ahora por varias investigaciones que no participó en el asesinato del que se le acusó. La escritora acude a archivos, a los testimonios de la familia y de antiguos camaradas, va imaginado aquellos momentos que le cuentan, a veces con cierto recelo –es difícil deshacerse de la desconfianza que crea la antigua clandestinidad–, a veces con datos que son insuficientes para conocer la vivencia directa, emocional. La autora se decanta así por la ficción, porque cuando no podemos penetrar del todo en el pasado tenemos la ficción, como escriben Edurne Portela y José Ovejero en Una belleza terrible, novela en la que reflexionan sobre el hecho de inventar o imaginar a la hora de afrontar el relato de la historia.



Imaginación que es tanto más necesaria cuando el silencio ha sido brutal, no sólo porque hay demasiada información no descatalogada aún, también por la transacción de ese periodo que denominamos transición que requirió demasiados mutismos y sigilos excesivos. Sólo así se explica que el tema de las fosas comunes de la guerra civil y de los primeros años de la posguerra no se haya solventado todavía, que incluso duden algunos sobre la idoneidad de seguir con las investigaciones, dicen que para evitar fricciones que esa transición, afirman, cerró. Claro que los silencios afectan sólo a una parte, la de los derrotados, la de los olvidados por unas direcciones políticas que en su momento cedieron para lograr ese pacto de los setenta que permitió pasar de la dictadura a una democracia homologable con las democracias europeas. Quizá no hubo más opciones, aunque algo cojea cuando dejamos que sólo el tiempo lo cure todo.

Mañana matarán a Daniel se nos aparece así como un intento de entender un momento de la historia de la que formamos parte. Conocer la vida e intentar comprender la actitud de aquellos militantes, unos jóvenes que adoptaron un lugar y una posición en su momento histórico, no supone compartir con ellos un ideario ni estar conforme con sus decisiones, algunas cuestionables, como la lucha armada. Por otro lado, es difícil juzgar a toro pasado, cuando además sabemos qué ha ocurrido en estos últimos cincuenta años. Lo que nos deja este libro es un remusgo de lo corrosivo que es el silencio impuesto, de lo insano que es para todos que cueste tanto afrontar esta historia reciente de la que formamos parte. Porque callarse ahora supone otra vez afrontar el abismo al que nos enfrentamos cada cierto tiempo. Porque callar es ceder a que de nuevo nos construyan nuestras vidas a merced de intereses ajenos.

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